Noboa y la democracia de cartón en Ecuador
Simpatizantes del candidato Daniel Noboa durante la concentración por el arranque de la campaña electoral en segunda vuelta, muestran abanicos impresos con la cara del presidente, en Guayaquil Ecuador el 10 de enero, 2025. Foto © Vicente Gaibor.
Opinión • Cristina Vega • 24 de abril, 2025 • Read in English
Los resultados de las elecciones del 13 de abril en Ecuador sorprendieron por lo abultado de la victoria de Daniel Noboa, hijo del magnate bananero, y por el contraste con lo sucedido en la primera vuelta. Con casi 12 puntos de ventaja sobre Luisa González, candidata de la Revolución Ciudadana (RC), se cerró este singular capítulo electoral.
Fue inaudito en la medida en que la primera vuelta hubo prácticamente un empate técnico entre González y Noboa, con una diferencia de 20 mil votos. Se auguraba un margen estrecho, pero éste finalmente fue muy amplio. Tras conocerse los resultados, González denunció fraude sin aportar pruebas, mientras el Consejo Nacional Electoral (CNE) zanjaba rápidamente el asunto.
En esta segunda vuelta, Noboa había sumado más de un millón de votos concentrados en Quito y Guayaquil y en la Sierra Centro y Sur, mientras que la candidata apenas había obtenido 158.000, ganando tan sólo en cinco de las 24 provincias.
Esto sucedía a pesar del acuerdo con el partido Pachakutik, que se esperaba arrastraría votos indígenas, de la izquierda e incluso ambientalistas en un escenario marcado por el deseo de contrarrestar el avance global de las ultraderechas. Su candidato, Leonidas Iza, había obtenido un 5,25 por ciento en la primera vuelta en febrero y, a medida que avanzaba la campaña, quienes habían apostado por el voto nulo parecían decantarse hacia la RC dada la dramática situación del país.
En paralelo, González había sellado a última hora un pacto con Jan Topic, precandidato militarista, previamente inhabilitado por Noboa. Lo cierto es que el apoyo proveniente de zonas indígenas de la Sierra acabó por inclinarse a favor de Noboa, en gran medida debido a su oposición al correísmo, la corriente política de González, que sigue marcando la polarización política en el país.
Luisa González, candidata a la Presidencia del Ecuador, flanqueada por escolta militar armada y miembros de su seguridad personal, arenga a sus simpatizantes a votar por ella, durante la concentración por el cierre de campaña en primera vuelta, en Guayaquil el 6 de febrero, 2025. Foto © Vicente Gaibor.
Militarización, paramilitarización y confusión
En provincias como Guayas, Manabí o Los Ríos, las muertes cruentas, desapariciones, extorsiones, ejecuciones y reclutamiento forzado de adolescentes y jóvenes ha llegado a tal punto que la población vive en un estado de constante zozobra.
El crimen organizado y sus articulaciones estatales, empresariales, financieras y políticas se han acrecentado en Ecuador a un ritmo insospechado. Como era de preverse, ni la declaratoria de conflicto armado interno (desde enero de 2024), ni los ya comunes estados de excepción, ni las promesas que trae la militarización y las crecientes atribuciones del ejército, ni la alianza con la empresa mercenaria extranjera Blackwater han logrado frenar la debacle, tal y como muestran los datos que revelan un fuerte repunte de la violencia en lo que llevamos de 2025.
Una vecina de Durán, cantón cuya tasa de homicidios le sitúa a la cabeza de la violencia mundial, explicó a Ojalá que el aumento y ensañamiento en los asesinatos de la población afecta cada vez más a las vendedoras informales y pobladoras que se encuentran en el lugar y el momento equivocado.
Con sus vecinos ha colocado cierres que impiden el paso por la calle en las noches, algo que, según nos muestra, es imposible en otras áreas de Durán, donde no existe asfaltado ni servicios básicos, donde no se aventuran los taxis y donde los tanqueros que reparten agua están en manos de los grupos del crimen organizado.
A pesar de la militarización y el creciente número de víctimas, el racismo, alentado por el gobierno, sigue siendo un poderoso mecanismo para absorber y canalizar el miedo y convertirlo en mano dura espectacularizada. Incluso las supervivientes de estas masacres colaterales de comerciantes, comenta esta vecina, se convierten en sospechosas de haber andado en algo turbio, provocando desconfianza y penalización de sus puestos entre los vecinos. Estas actitudes de normalización de la violencia también estuvieron presentes en la desaparición y asesinato de los cuatro niños afroecuatorianos de Las Malvinas con la implicación de los militares en diciembre de 2024.
Al momento de cultivar el temor y la desconfianza entre y hacia los de abajo, el gobierno de Noboa sigue llevando la delantera a una RC que no termina de apostar por una ruptura en el relato sobre la violencia letal y mucho menos por un abordaje estructural de largo aliento y crítico con las dinámicas de acumulación subyacentes.
La onda global punitivista y racista, con su falta de horizonte y esperanza y su pulsión de muerte, parece imponerse también en Ecuador de la mano de un candidato joven, blanco e hiperrico que promete salvar a la gente de bien de esos varones oscuros que amenazan la seguridad nacional.
Candidato-presidente en campaña
El hecho de que Noboa nunca renunciara a su condición de presidente durante la campaña fue el auténtico fraude en estas elecciones. Esto le permitió disponer de fondos estatales ilimitados para activar bonos, incentivos, becas y ayudas de distinto tipo, que pasaron de un día para otro a denominarse política pública; unos apoyos dirigidos a una población cada vez más empobrecida y, de paso, también a las fuerzas armadas.
En tan sólo unas semanas, Noboa distribuyó más de $500.000.000 de dólares. Estas abundantes transferencias de corto plazo, que no formaban parte del Presupuesto General del Estado, contribuirán sin duda a aumentar el endeudamiento público y familiar en un escenario que se encamina hacia la recesión. Todo ello sin vocación de resolver los problemas socioeconómicos que atenazan a la población.
A las consecuencias económicas de este tipo de dádivas inmediatas se añade la profunda erosión del marco garantista de derechos. Noboa logró cortocircuitar la institucionalidad y la constitución, que ahora se lanza abiertamente a reformar en un proceso exprés previsiblemente liderado por notables.
Noboa se saltó la licencia obligada durante la campaña, desplazó e incluso incriminó a la vicepresidenta que debía ocupar el cargo durante este periodo y subordinó al CNE. Si analizamos esto a la luz de las políticas dominantes de la ultraderecha global, cuyo objetivo se encamina no a desmontar el Estado, sino a subordinar la normativa y el aparato administrativo a sus fines políticos, podemos comprobar que también en Ecuador se está produciendo un ataque frontal a la institucionalidad de la denostada democracia liberal.
Esto ha irritado a muchos, pero lo cierto es que nutre el descrédito y desafección que buena parte de la población siente ante elementos hasta hace poco incuestionables en Ecuador, como la separación formal de poderes, el Estado laico o la propia democracia. Como contrapunto, sitúa al presidencialismo patriarcal en un lugar preponderante, animado a golpe de decreto y marketing personalista.
La democracia de cartón (veánse las imágenes de Noboa como un Ken, compañero de Barbie, con distinta vestimenta), errática e improvisada en las medidas políticas, pero hábil en cortocircuitar a los oponentes, acusados de querer desdolarizar, avivar el autoritarismo castrochavista, y un largo etcétera, logró revertir su propia ineficacia y su evidente política de y para las élites.
Más que de política social, el liderazgo de Noboa se nutre de la tradición de beneficencia colonial individualizada que opera bajo la lógica inmediata del pan para hoy y el hambre para mañana.
Una persona es detenida dentro de una vivienda durante un operativo militar en Durán el 16 de octubre, 2024. Foto © Vicente Gaibor.
Conservadurismo patriarcal y lo que viene
Un elemento menos señalado en los análisis es la onda de moralización sexogenérica que atraviesa la política de las derechas aglutinando temores e incertidumbres también en este terreno.
En esto, la azulada campaña del progresismo de González —¿“por la vida” o “provida”?— tampoco logró marcar una diferencia con la derecha, hecho que jugó finalmente a favor de Noboa. Ya en 2024, el presidente había hecho amagos de transformar el Ministerio de la Mujer y Derechos Humanos en Ministerio de la Política Criminal, había retirado materiales de educación relativo a las diversidades y mostraba una actitud a la par utilitaria y prepotente con las mujeres de su propio gabinete.
Una sentencia constitucional en un caso de acoso escolar contra una niña trans, deliberadamente agitado por quienes vienen cultivando el fantasma de la “ideología de género”, tendió el piso para el rearme de la moral sexual conservadora durante la campaña. La ministra de Educación proclamó que no asumiría la necesaria protección requerida al ministerio en la sentencia, mientras la plataforma Sociedad y Familia exigía a los candidatos firmar el “Compromiso público por la niñez y la vida” en plena campaña electoral.
González, por convicción propia, no sólo no refutó este esfuerzo deliberado de promover actitudes discriminatorias contra la infancia que no calza en el orden binario o de desatender los apuros de las mujeres que optan por la interrupción voluntaria del embarazo, sino que se sumó al compromiso de parte del sector evangélico reaccionario.
Contraria a los derechos sexuales y reproductivos y hostil hacia los feminismos, Luisa González optó por presentarse en el papel de madre sacrificial y creyente a la que se debe respeto (como exigió a Noboa en el debate electoral). Fue otra ocasión perdida para cultivar una pedagogía crítica que diferencie una izquierda antipatriarcal de quienes más cómodos se sienten con la nueva retórica antigénero que predica la derecha global. La supuesta corrupción de las infancias nacionales, originada por los denominados “excesos de las diversidades y los feminismos”, el lenguajeo en torno a la “protección del no nacido” y la desatención absoluta a las luchas feministas en sus reclamos contra la violencia y por una maternidad autodeterminada en un entorno de creciente desprotección, sobrecarga y empobrecimiento acabaron por igualar a los candidatos.
La RC mostró el rostro más conservador del llamado progresismo, mientras la disposición menos comprometida y desentendida de la derecha, en el caso de Noboa, simplemente sumó de forma pasiva a la ecuación global antifeminista.
No cabe duda de la ineptitud de Noboa y su agresiva política contra el pueblo. Muestra de ello se encuentra en los apagones, el desabastecimiento de hospitales, la subida del IVA y el combustible, la explotación minera sin cortapisas, cada vez más imbricada con el narcotráfico, la desatención a la migración ecuatoriana ante la arremetida de Donald Trump, etc.
Aun así, la desconfianza respecto al pasado de la RC, más asociado al autoritarismo que la propia derecha, y la incapacidad por marcar la diferencia en distintos terrenos acabaron pesando más. Lamentablemente dicha opción abona a la actual onda global de neoliberalismo autoritario, o fascista, como se denomina cada vez con mayor frecuencia.
En este escenario hostil, las alianzas dignificadoras y plurales de mujeres, feministas, diversidades y jóvenes de distintos territorios y pertenencias serán claves para recomponer los vínculos resquebrajados y armar la resistencia. Como cantan desde Guayaquil las chicas y chicos de Karibú y la Batukada Popular en barrios como Isla Trinitaria, Suburbio y Nigeria: “¡Y, por eso, vamos a sacar al pueblo adelante!”.