Luto y rabia en Ecuador
Opinión • Daniela Game B. • 10 de enero, 2025 • Publicado por la Barra Espaciadora el 2 de enero, 2025 • Read in English
El 8 de diciembre, cuatro niños negros de entre 11 y 15 años fueron detenidos por el ejército en la ciudad de Guayaquil, Ecuador. Steven Medina de 11 años, Nehemías Saúl Arboleda de 15 y los hermanos Ismael y Josué Arroyo de 15 y 14 acababan de terminar un partido de futbol en el barrio de Las Malvinas de la ciudad costera. Los chicos regresaban a casa a pie cuando 10 soldados los obligaron a subir a la batea de una camioneta del ejército.
El gobierno ecuatoriano negó inicialmente que el ejército estuviera implicado en las desapariciones, pero las pruebas en vídeo obligaron al presidente Daniel Noboa a reconocer la realidad. Se organizaron protestas en Guayaquil y Quito para exigir que los cuatro chicos fueran devueltos con vida. El 24 de diciembre la policía encontró cuatro cuerpos calcinados con signos de tortura. Justo después de la medianoche del último día del año, las autoridades confirmaron que los cuerpos eran los de los cuatro chicos desaparecidos.
Los niños fueron enterrados el 1 de enero en un funeral multitudinario que atrajo a miles de personas; las protestas todavía continúan. Hasta la fecha, 16 soldados han sido acusados penalmente, sin embargo el ministro de Defensa de Ecuador ha negado la participación del ejército en las desapariciones forzadas. Hace un año, los Decretos Ejecutivos 110 y 111 militarizaron formalmente Ecuador bajo el pretexto de la guerra contra las drogas.
La trágica desaparición y asesinato de Josué, Ismael, Saúl y Steven a manos de soldados ha trascendido Ecuador y ha sacudido a la sociedad. Seguiremos cubriendo esta importante historia, pero por el momento compartimos una breve reflexión de la escritora Daniela Game B., un dibujo de la artista Diana Enriquez y las impactantes imágenes del funeral tomadas por Vicente Gaibor —Eds.
Los llamaremos por sus nombres
Los llamarán daño colateral.
Los llamarán falsos positivos.
Los llamarán un accidente. Un error, en medio de esta guerra interna.
Los llamarán el precio a pagar por haber sido valientes.
Los llamarán héroes, porque sólo entienden la patria si se la dibuja con sangre.
Los llamarán jóvenes delincuentes.
Los llamarán chicos que se metieron en problemas.
Los llamarán un descuido y culparán a los padres por no haberlos cuidado lo suficiente.
Pero dígame usted, ¿cómo se enseña a un niño a cuidarse de un militar, de un policía?
¿Cómo se dice, en el barrio lleno de calor, que no salgan a jugar a la pelota,
que está prohibido ir a refrescar una noche de diciembre?
Los llamarán negritos.
Los negritos desparecidos, para decir que sienten ternura, mientras tranquilos ven el color de su piel y saben que a sus hijos ningún militar se los llevaría.
Y tantos seguirán apoyando esta guerra.
Porque siempre han creído que la solución final a la violencia es poder ejercer aún más violencia.
Los llamarán niños pobres.
Los llamarán ladronzuelos.
Los llamarán una confusión.
Los llamarán un ajuste de cuentas.
Dirán “nunca más” con las manos bañadas en sangre.
Los llamarán un sacrificio.
Los llamarán héroes de esta guerra, mientras las empresas internacionales que nos venden armas gracias a convenios bilaterales se llenan las arcas de nuestro subdesarrollado presupuesto.
De ese presupuesto saldrá una placa con los nombres de los niños en algunos años. Quizás en algún momento. Para reparar lo irreparable.
Los llamarán jóvenes para dejar de llamarlos niños y seguirán diciendo que los Derechos Humanos sólo sirven para defender a los delincuentes.
Pero mientras los llaman con los mil nombres de la miseria política, mientras se desdicen y trastabillan en su inoperancia, nosotros seguiremos llamándolos como sus madres y sus padres los han llamado siempre: Josué, Ismael, Saúl y Steven.
Los llamaremos por su nombres.
Los llamaremos niños.
Gritaremos sus nombres, hasta que se haga justicia.
Seguiremos el ejemplo de Pedro, Luz Elena y Fernanda Restrepo Arismendi, que nos enseñaron a no olvidarnos de Santiago y Andrés, con cada grito, cada pancarta, cada miércoles en la plaza.
Los llamaremos Josué e Ismael Arroyo, Saúl Arboleda y Steven Medina.
Los llamaremos niños para que el silencio no empuje al olvido.
Para que aparezcan los desaparecidos que esta guerra produce. Esta guerra que no traerá la paz. Ya lo sabemos, lo saben, desde hace tiempo.
Para que la verdad se sepa; verdad que no es sólo justicia, sino también camino hacia ese Estado parecido al de los sueños y por eso mismo, necesario.
Los llamaremos a jugar a la pelota.
Gritaremos sus nombres para que el poder del silencio no se lleve a Josué, Ismael, Saúl y Steven. Para que deje de repetirse la historia, esa que grita en nuestra región: vivos se los llevaron.
Los llamaremos por sus nombres para que un día entendamos al poeta Adoum, que fiel al dolor decía que “…en la guerra es siempre el pueblo quien llora a sus muertos y paga la factura de las armas y el destrozo.”
Los llamaremos niños, los llamaremos por sus nombres.