Nicaragua necesita una nueva revolución

Retrato en acuarela de Mónica Baltodano © Zinzi Sánchez para Ojalá.

Entrevista • Dawn Marie Paley • 18 de diciembre, 2024 • Read in English

Mónica Baltodano es una comandante guerrillera que, junto a sus compatriotas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), luchó en la Revolución nicaragüense de 1979. A pesar de su poderosa presencia, tiene un trato afable y habla con calma y precisión; se describe a sí misma como una “enamorada del poder popular”. 

Baltodano se unió al FSLN en 1972 y en 1974 pasó a la clandestinidad en el contexto de la lucha armada. Cinco años más tarde, cuando la revolución sandinista triunfó sobre el dictador Anastasio Somoza, fue nombrada “comandante guerrillera” del FSLN. Trabajó en la construcción del Estado revolucionario en los años 80, fue elegida concejal de Managua en 1990 y diputada en 1994. Más tarde también escribió una historia en cuatro volúmenes de la lucha sandinista. 

Baltodano afirma que la derrota de los sandinistas en las elecciones de 1990 se debió más al impacto de la contrarrevolución de Ronald Reagan que a las fallas de los jóvenes militantes que se presentaron a las elecciones. Pero escándalos como el de la Piñata Sandinista en el que dirigentes del partido —incluido Daniel Ortega— se hicieron con propiedades y bienes adquiridos mediante expropiación al dejar sus cargos crearon una crisis de legitimidad para el FSLN.

“Eduardo Galeano, cuando conoció todo eso, dijo que estaba sorprendido de cómo jóvenes que habían sido capaces de arriesgar la vida y de morir por la causa ahora tenían terror a perder las cosas”, me dijo Baltodano durante un almuerzo en Quito, Ecuador, en octubre. Ya en la década de 1990, dijo, Ortega instrumentalizaba a las organizaciones sociales dedicadas a reclamar tierras para negociar y construir su propio poder y crear lo que ella llamó una burguesía rojinegra (los colores del sandinismo).

Participó en los levantamientos masivos de 2018, en los que policías y paramilitares mataron al menos 355 personas. Durante los años siguientes, hubo otros intentos de protesta de menor envergadura, mientras la libertad de expresión y de reunión en Nicaragua se iban anulando. Baltodano abandonó Nicaragua por puntos ciegos en agosto de 2021. Pero nunca abandonó sus ideales y sigue luchando por su país, hoy desde el exilio en Costa Rica. Ella es uno de los casi 500 nicaragüenses a los que el régimen de Ortega ha despojado de su nacionalidad.

En otoño tuve la oportunidad de sentarme a conversar con Baltodano en un café repleto de frondosas plantas. Nuestro intercambio ha sido ligeramente editado por motivos de claridad y extensión.

DP: Quisiera empezar más atrás, con la Revolución Sandinista y la guerra de las contras que le siguió.

MB: Nosotros entramos a esa lucha con la convicción de que la Nicaragua que teníamos tenía que cambiar. Nicaragua tenía una concentración brutal de la riqueza y de la tierra, era el segundo país más pobre de América Latina, con altísimos índices de analfabetismo. Los primeros años de la Revolución se enfocaron en eso, y yo diría que fuimos una generación feliz de estar realizando parte de los sueños por los que habíamos luchado con las armas en la mano.

El rumbo que llevaba la Revolución encantó a la izquierda del mundo porque no era copiar lo que ocurría en el socialismo conocido. Nuestros principios eran economía mixta, pluralismo político y no alineamiento. O sea, decíamos, “Debe de convivir propiedad social con propiedad privada”, con límites, obviamente. No queríamos el partido único, ni alinearnos a los bloques de la Guerra Fría. Lamentablemente la guerra nos terminó orillando al bloque socialista para conseguir armas, para conseguir trigo, para conseguir recursos.

No hubo un Fidel y un Raúl [Castro], no era uno, eran los nueve comandantes y una Asamblea Sandinista que tenía más o menos unos 120. Estábamos todos los comandantes guerrilleros, se tomaban decisiones colegiadas. Durante los años 1980 era más bien una instancia de consulta, pero tenía mucha, mucha, mucha influencia.

Lamentablemente nuestra revolución triunfa en el mismo momento en que Ronald Reagan llega al gobierno de Estados Unidos. Él venía con todo el documento de Santa Fe y el propósito de destruir cualquier posible avance, decían ellos, del socialismo. Enfrentamos un ejército, llegó a ser de 20,000 soldados, de la contrarrevolución, armado por los Estados Unidos. Además minaron los puertos. Nos bloquearon de verdad.

Fue después de la derrota del 90 que Daniel Ortega toma la decisión de mantener el control del Frente Sandinista y va desapareciendo la conducción colegiada y afirmando el caudillismo y el mando unipersonal.

DP: Platícanos un poco más de cómo fue la vuelta al poder de los sandinistas en el 2007, ahora con Ortega en el poder.

MB: En 1998 ocurren dos fenómenos muy importantes. Uno que fue la denuncia de Zoilamérica [hijastra de Ortega e hija de su esposa y actual copresidenta Rosario Murillo] de que Ortega la había violado siendo niña. Rosario apoya a Ortega y ahí comienza el poder que hoy tiene. El otro es que hay un Congreso [sandinista] en el que Daniel Ortega logra el control total.

En ese mismo Congreso, de forma unilateral, anuncia la búsqueda de un acuerdo con el presidente de entonces, Arnoldo Alemán. Alemán es uno de los presidentes más corruptos que ha tenido Nicaragua. El acuerdo realmente fue un acuerdo de reparto del poder y de la imposición de un bipartidismo forzado.

Cuando Ortega regresa al poder [en el 2007], ya no existe el proyecto de transformación. Fue absolutamente vaciada de contenido. El mensaje era “amor, paz y reconciliación” y nada, nada, nada sobre economía. 

Ortega empezó a hacer política clientelar, economía a favor del gran capital, especialmente financiero, y su propia fortuna. Hay cifras que demuestran que nunca han ganado más todos esos capitales que en este período de Daniel Ortega. Después vino la entrega del territorio, el canal interoceánico, las concesiones mineras y todo eso.

DMP: Y luego, ¿qué pasa en el 2018?

MB: A nadie se le podía ocurrir qué iba a ocurrir. Fueron dos chispas: la chispa de un incendio. Se había venido generando en los sectores estudiantiles cierta conciencia ambiental de la importancia de eso y cuando se empieza a quemar una reserva que se llama Indio Maíz los estudiantes empiezan a demandar que el gobierno haga algo. Casi juntamente los legisladores dictan una ley de reforma recortando la Seguridad Social. 

Y la gasolina que le echa a esa chispa fueron los muertos. Antes de eso  lo que sucedía cuando había movilizaciones es que mandaban a los grupos de choque a golpearnos, pero esta vez además dispararon y el primer día hubo dos muertos, el tercer día 20, el cuarto día 30. Entonces, al quinto día, la gente levanta barricadas. 

Es la matanza la que termina por incendiar el país. Había decenas de barricadas en todos los departamentos. Ortega llamó a un diálogo, pero era solo para ganar tiempo, porque organizó grupos paramilitares junto a la policía para recuperar el control  llegando a asesinar a más de 300. El pueblo sublevado tuvo el control del país como unas tres semanas.

Desde entonces comenzó la prohibición total: todas la garantías constitucionales, toditas, están suspendidas. No podés opinar, no podés movilizarte, no podés reunirte. No hay medios independientes. ¡Nada!

DMP: Y pues luego empieza a haber mucha gente presa, hasta los mismos referentes de la revolución, los excompañeros de Ortega.

MB: Cómo puede ser posible que hayan capturado a héroes de la lucha contra la dictadura de Somoza como Hugo Torres y que lo hayan dejado morir en la cárcel, o a Dora María Téllez y Sergio Ramírez. Somos ya casi 500 desnacionalizados, más muchos más desnacionalizados de facto a quienes les está negando el pasaporte, el acta de nacimiento y el derecho a vivir en Nicaragua.

DP: ¿Y cómo está ahorita Nicaragua?

MB: Esa dictadura es peor que la de Somoza. En el 1978-1979 hubo insurrecciones populares armadas que fueron objeto de bombardeos, Somoza bombardeó ciudades, bombardeó a la población civil. Pero Somoza enfrentaba una guerrilla armada. Ortega enfrenta un pueblo totalmente desarmado. Cuando estaba Somoza hacíamos movilizaciones, podíamos organizar a la gente en la defensa de sus derechos. Ahora todo eso está totalmente negado. 

Hoy tienen que crearse unas condiciones en las que Ortega y Murillo sean desplazados y se genere un proceso de transición que permita la recuperación de los niveles mínimos de una democracia. 

Nosotros estamos en una situación tan difícil. Estamos clarísimos que no vamos a desplazar a Ortega con la construcción de un proyecto o de un movimiento de izquierda, porque él se ha adueñado de las palabras, se ha adueñado del ideario. Estar al lado de la gente en la lucha contra esta dictadura es la principal tarea de la izquierda con respeto a Nicaragua.

Dawn Marie Paley

Es periodista freelance desde hace casi dos décadas y ha escrito dos libros: Capitalismo Antidrogas: Una guerra contra el pueblo y Guerra neoliberal: Desaparición y búsqueda en el norte de México. Es la editora de Ojalá.

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