La disputa por la memoria en Chile
Opinión • Claudia Hernández Aliaga • 7 de septiembre, 2023 • Read in English
Este 11 de septiembre, Chile conmemora 50 años del Golpe cívico-militar que encabezó el General Augusto Pinochet. Cincuenta años del bombardeo a la casa de gobierno “La Moneda”, de los aviones de la fuerza aérea por los cielos, de las hileras de tanques militares por las calles de Santiago, de uniformados y policías que marchan dispuestos a torturar, fusilar y hacer desaparecer a quienes se tomaban en serio el deseo de transformar el país.
Hoy son imágenes que siguen retumbando y ensordeciéndonos por los horrores, los crímenes y el terrorismo de Estado que impuso la dictadura. Una dictadura que se extendió hasta el 1990 y que transformó radicalmente a la sociedad chilena en todas sus dimensiones.
De acuerdo con las cifras oficiales del Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos, durante los 17 años de la dictadura 40,175 personas fueron perseguidas, torturadas, ejecutadas, y desaparecidas. De esas cifras, se estima que al menos 3,200 fueron ejecutadas y desaparecidas. A la fecha, sólo 307 de ellas se han logrado encontrar e identificar.
¿Dónde están nuestrxs muertxs? La pregunta que sigue sin contestar. No hay justicia, sino impunidad. Nuestras heridas siguen abiertas.
El silenciamiento de la memoria
Nací en 1987, tres años antes de que terminara la dictadura y se diera inicio al período de la “transición democrática”. El 11 de marzo de 1990, Pinochet le entregó la bandera presidencial a Patricio Aylwin, quien fuera elegido en las urnas para gobernar Chile. Pinochet salió del poder ejecutivo y asumió el cargo de Comandante en Jefe del Ejército, con ello, se convertió en “protector” de las Bases Institucionales del Estado a través de la dirección de las fuerzas armadas, como lo consagraba la Constitución de 1980.
Durante esa primera década posdictadura, prácticamente no se hablaba en mi entorno de lo ocurrido en los años anteriores. Ni en mi casa, ni en casa de familiares, ni en la de amigos. Tampoco se enseñaba en las escuelas, pues desde 1979 los programas de enseñanza de los cursos de historia terminaban abruptamente en el año setenta. No había que contar una historia oficial, ni tampoco recuperar las propias narrativas ni de las personas cercanas que lo vivieron. Había que silenciar el pasado para echarlo al olvido.
Al menos los primeros dos gobiernos de la transición siguieron la lógica de silenciamiento de la memoria implementada en la dictadura, y no sólo en los programas de Educación. A estos gobiernos se les ha criticado desde entonces por haber impulsado políticas de reconciliación y unidad nacional en un contexto en que los criminales de la dictadura se mantenían impunes y cómodos en sus altos cargos en las fuerzas armadas y de orden público. De allí que la llamada unidad y reconciliación hayan contribuido más a la mantención de la impunidad y al silenciamiento de la memoria que a la búsqueda de verdad y justicia.
Negacionismo, relativismo y justificación
Recién a mis 15 años, cuando cursaba la secundaria en Santiago, me tocó revisar en el colegio lo que había sucedido durante los años de la dictadura. Recuerdo que persistía un recelo por parte de los profesores por guardar una interpretación que tendiera al empate de la historia y a la justificación del Golpe. En esa versión, Salvador Allende era un idealista que tenía al país subsumido en una terrible crisis económica y social. Por su parte, Pinochet, si bien su “régimen militar” cometió crímenes y desapareció a personas, impuso un nuevo modelo económico que salvó al país de la crisis.
Veinte años después, esa burda narrativa sigue resonando. Es uno entre varios discursos que la derecha ha lanzado este último tiempo en el debate público, para provocar y tensionar el ambiente que conmemora los 50 años del Golpe de Estado. La derecha, representada por los partidos de Renovación Nacional, Unión Demócrata Independiente, Evópoli y Republicano se ha encargado de introducir discursos negacionistas, relativistas y de justificación en su intento de lavarle la cara a la dictadura y seguir promoviendo un estado liberal e hipercapitalista. Hoy, estos partidos tienen la mayoría representativa tanto en el Senado como en la Convención Constitucional.
El 23 de agosto, la Corte Suprema condenó, luego de 19 años de tramitación legal, a ex-agentes de la policía secreta de Pinochet por crímenes de tortura y violencia sexual en el centro de detención y tortura “Venda Sexy”, hoy sitio de Memoria Irán 3037. Ese mismo día, en un ejemplo muy claro del negacionismo, la diputada Gloria Naveillán, ex militante del partido republicano, señaló que la violencia política sexual en la dictadura “es parte de la leyenda urbana”.
Luego hay discursos revisionistas, como el del consejero constitucional Luis Silva. “No se debe simplificar o reducir, con toda la gravedad que tiene, esos 17 años a las violaciones de los derechos humanos porque creo que nos privamos como chilenos de una comprensión equilibrada de nuestra historia”, señaló Silva el 31 de mayo. Al parecer, en su versión de la historia, la dictadura fue una reestructuración necesaria del Estado que trajo estabilidad.
Hay otros partidarios de la dictadura que intentan justificar el golpe. Una moción del día 22 de agosto, promovida por los partidos de derecha, respaldó y dió lectura a la resolución del día 22 de agosto de 1973 que declaró inconstitucional el gobierno de Allende. La moción fue aprobada en la cámara de diputados.
Por su parte, el Gobierno y los partidos del oficialismo han salido a rebatir y desmentir cada uno de los discursos y las acciones de la derecha, sobre todo en un contexto en que han posicionado la conmemoración de los 50 años del Golpe y del inicio de la dictadura sin eufemismos. Pero en su intento de marcar una pauta progresista frente a la historia, el gobierno de Gabriel Boric se ve debilitado al lado de la derecha chilena.
Disputar la memoria
Los discursos a los 50 años del Golpe de Estado en Chile nos recuerdan que la disputa de memoria es un ejercicio permanente. No se trata solo de reaccionar ante las barbaridades expresadas por los sectores que tienen la tribuna y tratar de rebatirles cada uno de sus puntos. Esa también es la trampa que nos hace caer en la lógica de sus términos.
Disputar la memoria implica un proceso de recuperación y de reconstrucción de aquellas historias de luchas y resistencias que no aparecen en la historia oficial, que aún no han sido contadas desde la perspectiva de lxs vencidxs, que tienen la potencia de seguir reflexionando sobre las posibilidades emancipatorias en el presente.
La memoria es algo vivo, la memoria encarna y empuja a la praxis como forma de resistencia activa. La memoria viva se contrapone a otra que encaja en los discursos dominantes y hegemónicos, o que busca cristalizarse en lugares específicos que terminan siendo espacios de institucionalización y blanqueamiento, como ha ocurrido con algunos sitios de memoria.
Esto es lo que ha denunciado el Colectivo de Mujeres Sobrevivientes Siempre Resistentes en la declaración que publicaron a principios de septiembre: no da lo mismo qué memoria reivindicar. Ni una memoria neutral, ni una memoria higienizadora de los centros de tortura, ni una memoria patriarcal que invisibiliza a las mujeres detenidas desaparecidas y sobrevivientes, ni una memoria que expropia las luchas, ni una memoria que se pone al servicio de la acumulación de capital. Todo lo contrario.
En este sentido, la conmemoración de los 50 años también se disputa. Y se disputa haciendo vivir una memoria de lucha y organización en cada una de las velatones en homenajes a nuestrxs muertxs que lucharon contra la dictadura y en cada acto y protesta que se convoque para denunciar la impunidad y los crímenes del estado. Para seguir recordando, para que no se nos olvide ningún nombre, para que no se nos olvide ningún rostro, para que no se nos olvide nuestra experiencia.