La conquista de los monocultivos

Cultivo de caña de azúcar en Mackay, Australia. Foto de Josh Withers. Edición de foto Ojalá.

Reseña • Raquel Gutiérrez Aguilar • 11 de abril 2023

La producción y distribución de los alimentos son la base misma de la reproducción digna de la vida humana y más que humana. Hoy, están en medio de una feroz disputa a lo largo y ancho del mundo. 

Reflexionar sobre ello es central para ensanchar el piso común de lucha de los feminismos anticapitalistas y de las luchas de las mujeres en clave antiracista y anticolonial. 

¿Qué estamos comiendo y cómo se producen esos productos? ¿Cómo se distribuyen y qué clase de cuerpos y energías sostienen tales comidas? 

Conviene, en esta reflexión, ir más allá del marco del llamado consumo responsable. Quedarse ahí es quedar atrapada en la “libre elección” donde todo se reduce al dinero del que disponemos y a la voluntad individual. 

Se necesita tener una mirada más abarcativa y conectar muchos planos del inmenso asunto de la producción global de la comida para entender este amplio flanco de luchas contemporáneas. 

Encontré el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo. Impactos socioambientales de la caña de azúcar, la soja y la palma aceitera en una librería de Avenida Corrientes en Buenos Aires y me ha brindado un mapa para entender este problema en mayor profundidad. 

Escrito por tres jóvenes periodistas de investigación, españolas de origen y viviendo en distintos puntos del globo, Los monocultivos que conquistaron el mundo, publicado hace cuatro años, es una excelente puerta de entrada a la comprensión del hondo y acuciante problema de la alimentación global.

Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura Villadiego, las autoras del libro, integran desde 2012 el colectivo Carro de Combate. Tal colectivo de investigación ensaya formas de financiamiento colectivo para defender su autonomía y ha trabajado largamente el tema de la comida, de su producción, distribución y consumo.

El punto de partida del libro es la expansión paulatina de los monocultivos, en particular, la caña de azúcar, la soja y la palma aceitera. Si bien sus investigaciones se han concentrado en el sur de este continente, se enriquecen con los conocimientos que las autoras tienen sobre procesos similares que ocurren en Centroamérica, en el sudeste de Asia y en África.

Rastreando minuciosamente la expansión de la soja y la palma aceitera logran construir una explicación del problemático y expansivo momento contemporáneo de capitalismo extractivista que está desplazando y colonizando, en muchas regiones, formas añejas de cultivar y producir alimentos.

Comienzan por la historia de la caña de azúcar. A través de ello proponen un acercamiento histórico de más largo plazo. El azúcar como producto de consumo general es emblemático del largo proceso de colonización de América. 

La producción de esta mercancía en la historia da pistas para entender la expansión mucho más reciente de los monocultivos de soja y de palma aceitera que nos sitúan en las más álgidas y complejas disputas del momento presente.

Siguen, en esta tarea, las intuiciones y aportes de ecofeministas maduras y lúcidas como Vandana Shiva y María Mies. Los monocultivos que conquistaron el mundo retrata las conexiones entre lo que se come y los modos como se producen los productos disponibles, las relaciones asimétricas y jerárquicas que tales formas de consumo y producción marcan en los cuerpos; los flujos de los nutrientes que sostienen las vidas y las energías que se ocupan para que la tierra brinde tales productos. 

Tejiendo sus argumentos a partir de una rigurosa investigación de campo, las autoras retratan un inmenso desastre con múltiples aristas de disputa y conflicto que, con frecuencia, no tenemos manera de correlacionar. Entre otros, mencionan los crecientes conflictos por el agua, los despojos de tierras, la proliferación de enfermedades ligadas al consumo de alimentos, la concentración de la propiedad de las semillas genéticamente modificadas y el criminal uso discrecional del glifosato en inmensas plantaciones de monocultivos. 

Los monocultivos que conquistaron el mundo conecta tales problemas, que muchas veces se presentan como asuntos fragmentados. 

Acaparamiento de tierra, simulación de alimento

No es sencillo enlazar los múltiples planos de este inmenso mosaico de conflictos superpuestos. Pero en el fondo de todos yace la disputa por la garantía de sustento y por reproducción digna de la vida. 

Las autoras sostienen que en años recientes se ha acelerado la confrontación entre dos maneras o modelos de organizar la producción global de alimentos. 

Por un lado, están “las agriculturas campesinas y otras iniciativas más recientes, que proponen un uso sostenible de la tierra para la producción de alimentos saludables y culturalmente adecuados”. 

Son prácticas productivas que en décadas recientes han sido ferozmente atacadas y limitadas en sus posibilidades generativas, arrebatándoles la disposición de aguas, tierras, nutrientes y energías disponibles. 

Por otro lado, se ha expandido durante ese mismo lapso de tiempo un rígido modelo “de monocultivos orientados a la exportación” que las naciones intercambian por divisas. Este modelo presume “desarrollar la agricultura”. Pero no se producen alimentos para las poblaciones locales, sino ganancias “que acaparan los grandes terratenientes y las multinacionales del sector agroalimentario y biotecnológico”.

¿Qué significa que los inmensos territorios donde se cultiva soja o palma aceitera no producen alimentos sino ganancias? 

Las integrantes de Carro de Combate desgranan rigurosamente sus respuestas, combinando múltiples fuentes y explicaciones especializadas. 

Un factor central a comprender, explican, consiste en que tanto la soja como el aceite de la palma, tras ser cosechados, son utilizados como materia prima de un conjunto inmenso de otros procesos productivos destinados a la fabricación industrial de mercancías. 

Por eso la soja y el aceite de palma no son inmediatamente alimentos, sino mercancías intermedias. Se consideran “biomasa”, cuyo destino es entrar a formar parte de los procesos de producción de otras mercancías; algunas de las cuales simularán ser alimento. Tales productos son distribuidos, igualmente a gran escala, a través de gigantescas corporaciones multinacionales.

Las autoras explican el punto de la simulación alimentaria recopilando información precisa y fiable, aunque de difícil acceso, sobre la disminución de los nutrientes disponibles en los productos ultra procesados. Llegan a afirmar, junto a otras voces críticas, que estamos comiendo, masivamente, mezclas variadas de harina, aceite y azúcar altamente homogéneas que se distinguen únicamente por los colorantes y saborizantes artificiales.

Para sostener tal modelo agroalimentario amplios territorios cultivables en el mundo deben quedar sujetos a la producción de la biomasa. Los inversionistas del agronegocio del monocultivo exportador sea soja o aceite de palma tienen inmensas posibilidades: sus productos también pueden ser materia prima para la producción de cosméticos, pinturas, jabones o forraje para engordar animales. 

Es por ello que parece haber una contradicción insalvable entre la obsesión por las ganancias y el cultivo de alimentos locales. El aumento de ganancias conjuga mucho mejor con la producción agroindustrial de tales “materias primas” que pueden volverse productos comestibles, shampoo o pintura de labios según las “tendencias del mercado”. 

En este modelo, las consecuencias dañinas—en la tenencia y uso de la tierra, del agua, pero también en los cuerpos de los consumidores—no importan. Son descartadas como daños colaterales o externalidades del proceso productivo. 

Las empresas productoras de palma y soja destacan su flexibilidad y eficiencia para maximizar la rentabilidad de las inversiones. Lo demás, sencillamente no cuenta, ni siquiera entra en la ecuación. 

La República Unida de la Soja

Una sección particularmente sugerente del libro de Castro, Moreno y Villadiego nos cuenta que fue la transnacional suiza Syngenta quien utilizó inicialmente el término “República Unida de la Soja” en 2003.

La llamada República Unida de la Soja abarca regiones relevantes de Argentina, Brasil y Paraguay, donde las extensiones de tierra ocupadas por plantas que provienen de la semilla que monopoliza Monsanto se han duplicado en la última década; incluye también la región oriental de Bolivia, Santa Cruz, y una parte del Uruguay.

En ese inmenso territorio multinacional se produce más del 60% de la soja existente en el mundo. Las leyes y prácticas productivas que rigen en esas tierras son idénticas: garantizan agua, tierra y energía para uso prioritario en el cultivo sojero. 

Si la tierra se debilita por su uso ultra intensivo, si el agua se contamina por el uso de agrotóxicos, si la producción de otras clases de alimentos locales sufre y se complica; no importa. En la República de la Soja importan los rendimientos, las ganancias y la cotización en bolsa. 

Queda muy claro que los gobiernos de los países recolonizados por el imperio de la soja—progresistas o no—han sido incapaces de desafiar ese modelo productivo. Más bien, presidentes, diputados y ministros se han plegado al guión preestablecido. 

Cualquiera puede ocupar los puestos de gobierno si se compromete con los magnates de la producción agroalimentaria a implementar exactamente la misma clase de políticas. La prioridad es contener las protestas de las poblaciones despojadas ya sea violentamente o repartiendo una parte menor de los excedentes de esa producción a través de subsidios. Todo eso asegura la continuidad del modelo agroindustrial. 

Ese arreglo ha marcado el límite y la fragilidad de los sucesivos gobiernos de estos países. Los intentos de regulación y equilibrio al interior del modelo agroexportador han resultado estériles e insuficientes. 

Mientras tanto, múltiples luchas se van confrontando contra la depredación extractivista. Desde las esforzadas luchas campesinas en defensa de cultivos nativos y semillas, hasta los innumerables conflictos por el agua o las denuncias por los daños que los agrotóxicos del paquete agroindustrial imprimen en los cuerpos. 

Es un arco de esfuerzos muy grande que abarca diversos flancos de la disputa por la producción y distribución de alimentos. Urge una honda reflexión sobre cómo en los alimentos que requerimos diariamente se sintetizan tantas contradicciones. Los monocultivos que conquistaron el mundo ofrece un punto de partida útil para ella.

 
Raquel Gutiérrez Aguilar

Ha sido parte de variadas experiencias de lucha en este continente, impulsando la reflexión y alentando la producción de tramas antipatriarcales por lo común. En Ojalá, es editora de opinión. 

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