Pensar la casa feminista

La Morada, Sala de talleres. Foto: Karina Gómez Fattah.

Opinión • Libertad García Sanabria • 6 de abril 2023

Las casas feministas son proyectos que esperanzan, a la vez que caracterizan un momento histórico del feminismo latinoamericano. Se enlazan con las ancestras, las pioneras, y simultáneamente, esbozan horizontes posibles.

Son ensayos de una cotidianidad donde “lo personal es político” para una comunidad de mujeres concretas.

Desde México, en 2014 sucedió el desborde feminista y la calle, el barrio, la periferia emergieron como territorios de propuesta y expresión de un feminismo de a pie. En este ambiente de inundación feminista emergieron proyectos colectivos por diversos territorios de Abya Yala que presento acá como las Casas Feministas.

Las casas feministas son espacios que articulan tres pilares. 

Primero, la dimensión de la materialidad y sostén de la casa con su parte nutritiva y de descanso, su parte productiva y de soporte económico, así como su facultad sanadora y de cuidados.

Segundo, su dimensión cultural con actividades de reflexión, formación, talleres para compartir saberes, de gozo y distensión, de fiestas, conciertos y cualquier otra expresión cultural posible.

Y tercero, su dimensión política de crítica, construcción de acuerdos, relacionamiento interno, articulación y acción.

Un intento de tejer

La Gozadera fue el espacio feminista surgido en septiembre de 2015 que, junto con otras compañeras, gestioné en el centro de la Ciudad de México. Formó parte del esbozo germinal de una Red de casas feministas y transfeministas de Abya Yala.

El nombre y concepto de casas feministas es auto atribuido y surgió en la pandemia durante una reunión virtual a la que fuimos convocadas por iniciativa de quienes integraban Gran Sur Casa Cultural en Buenos Aires, Argentina y Las Vulvas Casa Cultural en Río Grande del Sur, Brasil. En dispersas reuniones coincidimos alrededor de once colectividades de diversos territorios de Colombia, Perú, Argentina, México, Chile y Brasil.

Varias reuniones virtuales y un fanzine realizado por las compañeras de Las Vulvas quedaron como registro de tal intento de conformación de una red regional de casas feministas. 

En aquel momento de incertidumbre al principio de la pandemia surgió la buena idea de tejernos para compartir nuestras estrategias ante las medidas de cierre temporal y de restricción para realizar actividades públicas. 

La Red de Casas Feministas y Transfeministas no vio la luz. Aventuro que nos rebasó la demanda material de sostener nuestro hogar, el cansancio, la incertidumbre y la grieta del desacuerdo no expresado sobre la identidad de la red. 

El tiempo de sostener la vida y la casa feminista es uno muy diferente al del reloj de la productividad. Y vale la pena entender el intento de tejer una red más grande entre casas feministas.

Algunas casas persisten, transformadas y renovadas tras el tiempo abismo que se nos impuso por la pandemia, que interrumpió nuestro ritmo y nuestro sentido vital colectivo en cada casa. 

Subvirtiendo la casa patriarcal

Esta acción de autogestionar, muy vinculada a la autonomía feminista, nos permite reflexionar sobre la rebeldía que estos ensayos representan para subvertir la casa patriarcal. 

La subversión empieza al procurar un cuarto propio para alojar nuestro universo —como nos incitó Virginia Woolf—ya sea para una o varias compañeras que generalmente son el corazón de la casa. Este espacio invoca y potencia el andar hacia una autonomía simbólica, proceso en el que se desautorizan las encarnaciones del dominio patriarcal que cada una carga y se posibilita la libre interpretación de la realidad y del mundo desde sí.

Cada casa feminista es un universo inédito. Del cuarto propio se extiende a la casa común y atesoro que, durante esta expansión, ciertos espacios como la cocina se reafirman como espacios de sostén de la existencia humana, de potencia creadora y nutritiva vinculada al compartir saberes y cuidados. Al reapropiarse de la actividad desdeñada incluso por cierta mirada feminista “liberadora”, se abre una posibilidad política de compartir el fuego y sus guisos producidos colectivamente.

En este espacio concreto, aparece el doble tirón de la contradicción para representar, a la vez, la sujeción de las mujeres en el rol de proveedora de alimentos y la libertad de producir un común al planear, ejecutar y compartir colectivamente lo conseguido y cocinado. Este contraste indica transformación y permite la toma de conciencia.

Varias vueltas de tuerca tenemos que dar en diálogos y negociaciones entre nosotras para reapropiarnos de esta actividad y espacio en clave de libertad femenina inédita.

Emerge también una contradicción en el reto de los cuidados en la casa común. Limpiar los pisos y los baños, abastecer y ordenar la despensa, mantener las instalaciones eléctricas y de gas, abastecer y relacionarnos con el agua, organizar encuentros colectivos, invitar a otras a tu casa, usarla para lograr un mayor impacto comunitario, es decir, todo un pequeño universo en el cual producir decisión común y autogestión.

Nuestro relacionamiento con el agua se vincula profundamente con el sostén de la vida y sus metáforas. 

El elemento agua es símbolo de fluir, de soltar y de bienestar emocional, que es arrojado al retrete en un acto supuestamente civilizado y automático que desaparece nuestros desechos y los envía a depósitos húmedos en vez de regenerar a la tierra, elemento que simboliza el sostén, la casa, la madre y proveedora primordial, erosionada hasta las piedras por sociedades que no pueden y no saben “hacerse cargo de su mierda”.

Restablecer el ciclo de la tierra y respetar el ciclo del agua desde nuestras casas son eslabones clave para una otra organización de la naturaleza, en interdependencia con conciencia feminista.

La Escuela para la libertad de las mujeres en Oaxaca es una referencia de otra capacidad de relacionarnos con el agua y de la producción de valioso humus, tierra fértil. Este espacio colectivo de mujeres gestiona los residuos orgánicos humanos eficientemente en pleno centro de una ciudad con crisis hídrica como lo es Oaxaca.

Utopías en construcción

El relacionamiento de y dentro de cada casa feminista es para mí un lugar político: hacia lo interno, crea un entre nosotras. Con el afuera, establece un diálogo en dos dimensiones: con las afines, es decir, la comunidad feminista y, por el otro, con la sociedad toda. 

Esta política de las mujeres que estamos ensayando de una hacia otra tiene como panorama habitar con conciencia la casa de las diferencias que Audre Lorde nos ha propuesto.

Entretejer una comunidad en torno a cada casa es semilla, abono y tierra de transformaciones sociales de largo alcance. Por ello, sentipienso y esperanzo que las casas feministas abren senderos frente al despojo que las mujeres y otras poblaciones enfrentamos de manera específica pero igualmente aguda en la pospandemia. 

Es aquí cuando la autonomía feminista se desdobla y se replantea para proponer una interdependencia otra. No desmantelaremos solas la casa del amo, lo haremos juntas al grito de “¡Fuimos todas!”.

Ensayadoras de utopías, cruzamos la frontera entre el sueño de una casa común y la cotidianidad en clave feminista. Las casas feministas son una afirmación colectiva, un cómo sí vivir mejor una vez que una masa crítica de nosotras hayamos retirado nuestra cooperación al patriarcado, cuyo final ya sucedió. Quienes podamos, viviremos ya mismo, aun interrumpidamente, en esa radicalidad.

Tras este periodo de resistencia surgen nuevas casas feministas que ensayarán sus particulares subversiones y continuidades con la casa patriarcal. 

Juntas sentipensemos las jerarquías, los acuerdos internos, las formas de consumo y de nuestros intercambios, las inclusiones y la consideración de contenidos y formas.

Mirar los procesos que han atravesado las diversas casas feministas permite centrar nuestra mirada y reflexión en cómo sí suceden las utopías y no en las ya tan sabidas y dolorosas opresiones patriarcales, colocando en el centro la potencia creadora del ensayar nuestros sueños comunes.

 
Libertad García Sanabria

Mujer, lesbiana, feminista nacida en la CdMx, con actual residencia en el estado de Oaxaca. Es Licenciada en Sociología por la UAM-Xochimilco, Maestra en Ciencia Política por El Colegio de México y, actualmente, doctorante en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Es co-creadora del espacio cultural feminista La Gozadera, que abrió sus puertas en el centro de la CdMx de 2015 a 2020. // Woman, lesbian, feminist born in Mexico City and based in Oaxaca. She has a BA in Sociology from UAM-Xochimilco, a Masters in Political Science from the Colegio de México and is a doctoral student at the UNAM. She co-founded the feminist cultural space La Gozadera, which was open between 2015 and 2020 in Mexico City.

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