Furia feminista en tiempos de violencias desbocadas
Ilustración de mujeres tejiendo una manta que dice "El Estado militar es cultura patriarcal" © @PazConNadie.
Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar • 7 de marzo, 2025 • Read in English
El 8 de marzo, Día Internacional de lucha de las mujeres, volveremos a las calles para repudiar las múltiples violencias que se ensañan con nuestros cuerpos. Estaremos juntas construyendo una justicia que incomoda y reanima, tomándonos el tiempo para sentir la fuerza que entre todas podemos desplegar.
En esta ocasión, crujen los acuerdos patriarcales, capitalistas y neocoloniales realizados en décadas anteriores, desde los arreglos económicos internos en cada país hasta los pactos entre los estados.
Todo el viejo andamiaje se tambalea ante la arremetida de un conjunto de varones millonarios, muchos de ellos viejos y otros más jóvenes, a quienes sólo interesa el acelerado incremento de sus propiedades y ganancias. Cuentan, para ello, con un inmenso poder militar.
A este conjunto de estafadores que hoy profundizan la guerra contra las mujeres, contra las disidencias y los migrantes, contra los territorios y contra cualquier garantía mínima en las condiciones de reproducción social, le podemos llamar la “banda de la motosierra”, ese fálico instrumento que les gusta agitar como señal de su desprecio a la vida, a los derechos sociales, a las mujeres y disidencias en su conjunto. La banda de la motosierra es patética, ridícula y, lamentablemente, muy peligrosa.
Los miembros de esa banda tienen entre sus integrantes a gobernantes como Javier Milei, Nayib Bukele, Daniel Noboa y, por supuesto, a Donald Trump. Consideran que todo lo que existe, desde los bienes y riquezas naturales de los diversos territorios, hasta los cuerpos, tramas y pueblos diversos que habitan el mundo, están ahí sólo para su servicio y disfrute. Su arrogancia es tan grande como las fortunas que poseen.
A través de su afirmación de que existen sólo “dos géneros”, echan a andar un proceso revanchista de colonización. Desconocen el desborde de los esquemas de género fijados históricamente, que ha sido protagonizado por la multiplicidad diversa de cuerpos que somos y que nos hemos movilizado intensamente en años recientes. Desconocer todo lo que excede e impugna el binarismo de género significa ante todo, como nos explica Silvia Rivera Cusicanqui, reinstalar la monopolización de las prerrogativas de “nombrar y normar” que están en la base de cualquier proceso colonial.
Prohibir la educación antirracista, como ocurre hoy en EE.UU., así como empeñarse en borrar la memoria de las luchas anti-racistas e indígenas recientes y pasadas, es otro paso de esta restauración colonial y capitalista de un orden patriarcal en decadencia. Sus acciones exhiben la inseguridad que sienten los miembros de la banda de la motosierra y sus seguidores ante los alcances desestabilizadores del conjunto de luchas que hemos desplegado en las últimas décadas.
En países como Colombia, Bolivia, Chile y México, donde no han vuelto por lo pronto las versiones más delirantes de gobiernos empresariales derechistas, quienes ocupan los gobiernos tampoco frenan el expolio de los territorios y la militarización. Los gobernantes que hoy afirman ser de izquierda también desconocen y niegan los derechos y deseos de las mujeres. En tanto no han podido desengancharse de modelos económicos extractivistas y maquileros, siguen depredando tanto la trama de la vida como la existencia digna.
Está clara la necesidad de un transfeminismo internacionalista, antirracista y antimilitarista que se posicione contra el avance de la extrema derecha y la guerra, que sostenga la crítica a la inconsecuencia de las izquierdas gobernantes y que apoye decididamente a las personas migrantes.
Tiempos de reajuste radical
Sabemos que este orden económico y social al que llamamos patriarcado colonial de las finanzas se sostiene drenando, expropiando y explotando nuestros cuerpos y energías. El auge de las finanzas se ha caracterizado por el ataque sistemático a la reproducción tanto de la red de la vida en su conjunto como de las condiciones suficientes para la reproducción social. El sector financiero lleva varias décadas conduciendo este ataque que hoy, sin embargo, experimenta un proceso de reajuste y expansión acelerada. Se afana en recolonizar el mundo, sembrándolo de maquilas, corredores logísticos, tierra arrasada y enclaves turísticos. Este embate exige el reajuste de diversos pactos patriarcales. Se expulsa y humilla a algunos de sus miembros e incita a otros a coludirse con el delirante sueño de ganancias sin límites que promueve la violencia sostenida contra las condiciones de la reproducción social.
Las disputas por el agua y la energía están, una vez más, a la orden del día. La virtualización de amplios e importantes ámbitos de la vida social y laboral, como el que se impone a través de plataformas tecnológicas y redes sociales —cuyos dueños son miembros de la banda de la motosierra— permiten la concentración y monopolización de las capacidades de cómputo y procesamiento de información. Este proceso reclama para sí el uso de inmensas cantidades de agua y de energía eléctrica.
Ellos menosprecian la vida, sus ciclos y ritmos, desconocen necesidades y deseos, apropiándose violentamente de bienes imprescindibles para el sostenimiento y equilibrio de la trama de la vida de la que somos parte. Imponen así, para algunxs, ritmos de trabajo frenéticos sujetos a un control cada vez más exhaustivo. Para otrxs, imponen la expulsión de sus territorios y despojo de sus bienes. En ambos casos, los propietarios de esas tecnologías absorben inmensas cantidades de recursos públicos para asegurar el control militar de todo el arreglo. Y, por supuesto, se desentienden del amplio espectro de daños que causan en ecosistemas y poblaciones, como el cambio climático y sus catástrofes sociales recurrentes.
Por nuestra parte, muchísimas mujeres y feministas en múltiples publicaciones, conversaciones y talleres hemos diseccionado la persistente guerra contra la reproducción de la trama de la vida y contra las condiciones aceptables para la reproducción social. Una y otra vez nos damos cuenta de los peligros de la aceleración de tiempos y ritmos que impone la colonización financiera del mundo. Se arruinan, como explica Anna Tsing, ciclos metabólicos de gran alcance, labrados en tiempos larguísimos, que han garantizado el sostenimiento y proliferación de multiplicidades de especies, incluidos los humanos.
El control de todo este absurdo armado está hoy en abierta disputa. Atravesamos un huracán de reajustes de los pactos previos, tanto los que regulaban las relaciones entre los estados, al menos formalmente desde 1945, como de los términos en que se organizaba la vida política al interior de cada estado específico. La producción de capital en su forma financiera se desentiende de las necesidades que brotan de los complejos procesos de reproducción social. Todo esto genera incertidumbre e incrementa las violencias. Los recursos públicos, insisto, se concentran en reforzar la producción de armas y herramientas de control. Pese a todo, muchísimas mujeres diversas hemos seguido organizándonos y acuerpandonos.
Nos hemos reunido a reflexionar y debatir, a caracterizar el momento, a documentar los peligros y a reapropiarnos del tiempo para vislumbrar las posibilidades que anidan en la situación. Sabemos que están arrebatándonos las condiciones dignas de existencia y que necesitamos profundizar nuestras luchas. Sentimos que, en estas condiciones, no conviene paralizarnos. Es claro para muchas que necesitamos continuar trenzando y tramando nuestras exigencias y deseos.
¿Cómo reorganizarnos cuando los peligros se incrementan?
Esta es una pregunta que ha marcado los encuentros preparatorios y las discusiones previas al 8M en reuniones y asambleas en muchísimas ciudades. Necesitamos reforzar un feminismo que amplíe el rechazo a la maternidad obligatoria, que expanda las redes de colaboración para acceder a condiciones seguras cuando alguna decide abortar y a cuidados colectivos si otra decide parir, y que siga desbordando el añejo esquema binario de género.
Requerimos seguir repudiando y movilizándonos contra todas las violencias a nuestro alrededor al tiempo que seguimos ensayando la producción de justicia en planos múltiples. Desde el rechazo a la violencia de la explotación de nuestras energías en los centros de trabajo hasta la expropiación creciente de nuestro tiempo a través de larguísimas cargas de cuidado en hogares endeudados y con cada vez más personas enfermas. Ocupamos reforzar la defensa de los territorios históricamente expropiados o bajo actual amenaza de expolio y destrucción y defender el derecho a la migración.
Sabemos de nuestra inmensa capacidad para sostener vínculos que alimenten rebeldías. Necesitamos tiempo para cultivar esas capacidades. En momentos turbulentos, ser refugio y respaldo unas para otras es una decisión sensata.
En Ojalá, que llega a su tercer año en estos días, volvemos al 8 de marzo seguras de que podremos producir esperanza en este mundo en crisis.