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Contra la colonialidad del conservacionismo

Acantilados a lo largo de un rio en Nde-Benah en septiembre, 2024. Foto © Julianne Chandler.

Opinión • Julianne Chandler • 20 de septiembre, 2024 • Read in English

La primera mañana que pasé en el área silvestre protegida de Gila, al suroeste del estado de Nuevo México, desperté temprano y sentí los rayos del sol que calentaban el rocío adherido a mi pequeña tienda de campaña. Abrí el cierre de la tienda para contemplar la vista: una alfombra de flores silvestres amarillas extendida por toda la pradera, gruesos arbustos de sabinos con puntas azuladas, añejos pinos ponderosa.

El cielo, de un azul penetrante, estaba despejado; apenas podía distinguirse el murmullo del arroyo en la distancia. Oí hablar por primera vez del área silvestre de Gila como un mítico paraíso silvestre. Abarca más de 200 mil hectáreas y se encuentra justo al oeste del área silvestre protegida Aldo Leopold. Ambas están rodeadas por el Bosque Nacional Gila, una zona protegida de alrededor de 1.3 millones de hectáreas que se extiende hasta la Sierra Blanca, Arizona, al oeste y hasta los desiertos de Sonora y Chihuahua al sur.

El área silvestre de Gila fue la primera en Estados Unidos en recibir esta designación (Wilderness Area) hace cien años. Es más grande y diversa que el Parque Nacional de Yellowstone, pero está tan alejada de las grandes áreas metropolitanas que solo residentes locales y los más fervientes entusiastas de las áreas silvestres llegan hasta allí.

“Gila” es un nombre impuesto, como casi todos los topónimos regados por este paisaje del sur de EE.UU. Representa la culminación de múltiples capas de violencia y despojo que borraron a los guardianes ancestrales de esta tierra. “Este es el territorio del pueblo apache. Lo llamanos Nde-Benah. Es el bastión norte del pueblo Ndé”, me dijo Joe Sáenz, miembro del concejo Apache Chiricahua durante una entrevista en su casa en Arenas Valley, Nuevo México.

Aunque los arqueólogos afirman que los apaches se asentaron en la zona alrededor del año 1150, Sáenz y los ancianos de la nación apache no están de acuerdo. “Fuimos creados aquí”, dijo Sáenz. “Surgimos de la tierra, igual que los volcanes. Eso formó parte de nuestro surgimiento”. 

Recordando Nde-Benah

Las celebraciones oficiales del centésimo aniversario de Nde-Benah se han centrado en Aldo Leopold, un naturalista y conservacionista educado en Yale cuya defensa y conceptualización de las áreas silvestres (wilderness) llevó a la creación del área silvestre de Gila en 1924, cuatro décadas antes de la Ley de Áreas Silvestres de 1964. Aunque el pensamiento de Leopold sobre el tema evolucionó con el tiempo, consideraba las áreas silvestres como lugares inalterados por los humanos que debían preservarse para el descanso y recreo del hombre blanco.

El proyecto estadounidense de las áreas protegidas ha consistido durante mucho tiempo en ejercer control sobre paisajes considerados silvestres. “Las áreas silvestres de Estados Unidos están despojadas de alma, vaciadas de los pueblos que ayudan a animar la tierra”,  escribe Priscilla Solís Ybarra, profesora de Estudios de Literatura Latina en la Universidad del Norte de Texas.

Hablé con Solís Ybarra a principios de septiembre, después de haber pasado siete días haciendo senderismo por el territorio ancestral Nde-Benah. Hija de una migrante mexicana y de padre estadounidense, Solís Ybarra enfoca su trabajo académico en torno a desenterrar y resaltar las reflexiones medioambientales de las culturas méxico-estadounidenses y a prestar “profunda atención” a la consciencia de raíz ecológica con la que creció.

Colección de flores y hojas silvestres en Nde-Benah. Foto © Julianne Chandler.

Solís Ybarra reconoce que su trabajo no está exento de contradicciones. “La identidad mestiza de los méxico-americanos incluye nuestro pasado como colonizadores y colonizados”, escribe. Los esfuerzos de colonización española en el actual Nuevo México comenzaron a finales del siglo XVI. Tras la guerra mexicano-estadounidense aproximadamente 110 mil mexicanos optaron por permanecer en las tierras anexadas por Estados Unidos. Muchos de ellos vieron cómo el gobierno estadounidense los despojó de sus tierras tras la guerra. 

Solís Ybarra hace una distinción entre el “ambientalismo estadounidense”, centrado en gran medida en el reconocimiento de los daños infringidos a la tierra y en los esfuerzos por repararlos, y el reconocimiento de las relaciones de interdependencia entre el ser humano y la tierra que pueden encontrarse en el transcurso histórico de la historia y la literatura méxico-americanas, lo que ella denomina valores del vivir bien. 

Haciendo referencia al trabajo del filósofo indígena y especialista de la justicia medioambiental Kyle Whyte, Solís Ybarra nos insta a ir más allá de las cosmologías de la crisis, que inevitablemente reproducen ciclos de explotación y abuso. Insiste en poner en práctica un sistema de conocimiento basado en la interconexión.

“Es lento, está orientado al proceso y es frustrante”, dijo Solís Ybarra cuando hablamos por Zoom el 10 de septiembre. “Pero, si nos fijamos en la historia de la colonización, es la única forma en que las culturas han logrado perdurar y sobrevivir”.

En mi cuarto día en Nde-Benah, caminé a lo largo del ramal oeste del río Gila hasta un profundo cañón con frondosos sistemas arbóreos y de paredes de acantilados coronados por mesas de piedra roja. Mientras vadeaba una curva del río, me topé con una vivienda muy bien conservada en un acantilado, oculta en un hueco de la pared rocosa y suspendida precariamente sobre el lecho del río. No había señalización, cerca, ni barrera que impidiera escalar la base del cañón y acercarse a la bóveda, era un portal a otro tiempo. Este es uno de los beneficios de la designación de área silvestre: el contacto sin obstáculos con la tierra y su historia viva. 

Según el Servicio Forestal de EE.UU., las viviendas del acantilado de Gila fueron construidas a finales del siglo XIII por los mogollones, descendientes de los pueblos anazasis. A las afueras del área silvestre, un monumento nacional conserva una colección de este tipo de viviendas y artefactos accesible por carretera y provista de infraestructura turística. Junto con la caza y la pesca, las viviendas de acantilado son un importante atractivo de la zona. Pero una visita al museo y al sitio arqueológico deja la clara impresión de que las culturas indígenas que una vez habitaron el Gila desaparecieron hace mucho.

Sáenz, miembro del concejo Apache, dice que la narrativa del Servicio de Parques Nacionales de EE.UU. es una sarta de mentiras. “Nunca nos consultaron”, me dijo Sáenz en su casa, no muy lejos de su tierra ancestral. Sáenz forma parte de un movimiento de apaches que han regresado a la zona de Nde-Benah desde Oklahoma, Texas, California y otros lugares después de haber sido expulsados forzosamente a través de las políticas federales de reubicación, principalmente durante las guerras apaches entre 1849 y 1886. 

Joe Sáenz, miembro del concejo Apache Chiricahua en su casa en Arenas Valley, Nuevo México. Foto © Julianne Chandler.

Desde 1998, Sáenz realiza excursiones a caballo por el territorio tradicional apache como forma de revivir la conexión con su territorio ancestral y de educar a la gente sobre la historia y la cultura ndé. “También es mi forma de vigilar este lugar, de saber lo que están haciendo allí”, dijo.

Sáenz explica que las tribus apaches Warm Springs y Chiricahua han sido habitantes permanentes y guardianes de esta tierra. Otros grupos, como los pueblo, los comanche y los navajo tienen territorios tradicionales distintos y eran transeúntes en el territorio ndé. 

“El área silvestre era y es un lugar sagrado para nosotros”, dijo Sáenz. “Nos dicen: ‘Ustedes no dejaron nada, así que no debieron de haber vivido aquí’. Pero éramos un pueblo de canastos. No teníamos por qué dejar cosas, y lo que sí dejamos fue reclamado por la tierra. Usaron nuestra cultura contra nosotros”. 

Hoy, Sáenz y la tribu Chiricahua a la que pertenece tienen una demanda tajante: quieren que les devuelvan la tierra.

También tienen un plan sobre cómo debe gestionarse. “Lo primero es acabar con la caza y el programa de combate de incendios”, dijo, señalando que la especie nativa de alce se extinguió en la zona a principios del siglo XX. “Luego hay que mitigar con las especies silvestres que hay”. En la actualidad, la caza y el combate de incendios son los principales motores económicos del área silvestre de Gila, los cuales han suprimido los sistemas de equilibrio y autorregulación de los bosques.

Las políticas progresistas de mitigación de incendios que permitían la quema controlada como un proceso natural crítico fueron reconocidas en otros tiempos, pero en las últimas décadas se ha producido un cambio hacia la supresión total de los incendios. Ese enfoque, combinado con la creciente sequía provocada por el cambio climático, condujo al incendio Whitewater-Baldy de 2012 que quemó más de 120 mil hectáreas del Bosque Nacional Gila, una superficie del tamaño de la ciudad de Los Ángeles. Fue el mayor incendio forestal registrado en la historia del estado de Nuevo México. 

La restitución del territorio cobra impulso

En mi último día en Nde-Benah, me senté en una piedra del río y contemplé la luz del sol bailando entre los árboles. Me asaltó la sensación de haber estado allí antes, de que mi propia historia estaba grabada en esta tierra. 

Un siglo después de la creación de la primera área silvestre del país, me pregunto si la conceptualización que hizo Leopold en el siglo XX de los espacios silvestres como zonas aisladas para el ocio y la recreación —otorgados en un golpe de innovación y generosidad de los blancos— sigue sirviéndonos hoy en día. 

Tanto Sáenz como Solís Ybarra dejaron claro que, desde su perspectiva, los espacios silvestres son tierras robadas. Su existencia misma se basa en el despojo y el genocidio continuo de los pueblos indígenas.

Es en este contexto que el movimiento por la restitución del territorio (Land Back) está cobrando impulso en Estados Unidos y Canadá. Ha adoptado muchas formas, desde programas de recompra, pasando por acuerdos público-privados, hasta iniciativas de administración conjunta entre el gobierno y las comunidades. En algunos casos, familias han ideado formas de volver a la tierra individualmente. 

El territorio atraviesa todos los grandes temas de nuestra vida: el cambio climático, la justicia hídrica, los derechos humanos, la conservación, la autonomía corporal y la economía. Solís Ybarra y Sáenz nos recuerdan que existen otras historias, vocabularios y modelos de gestión a los que podemos recurrir cuando pensamos en nuestro futuro compartido en un planeta en peligro.

“Lo silvestre es una noción romantizada y enormemente influyente de algo que en realidad no existe”, dijo Solís Ybarra. “Reifica construcciones coloniales y responde a un complejo de salvador blanco. Su tiempo ha pasado. Así que dediquemos nuestra energía a la restitución de territorios”.