Abolicionismo feminista: entrevista con Cheryl Rivera

El último número de Lux Magazine, foto de portada de Sinna Nasseri. Foto © Cheryl Rivera.

Entrevista • Dawn Marie Paley • 18 de julio, 2024 • Read in English

Cheryl Rivera es escritora, activista social y cultural con domicilio en Brooklyn. Forma parte del consejo editorial de Lux Magazine, una revista feminista escrita en prosa clara y divertida con un ingenioso eslogan: “Sexo, con clase”. En aras de colaborar con proyectos afines, nos pusimos en contacto con Rivera para conocer más acerca de su trabajo y activismo en Nueva York.

Rivera, una mujer negra del sur de los Estados Unidos, se mudó a la Ciudad al comenzar sus estudios universitarios. Trabajó durante siete años en el departamento de Educación de la ciudad de Nueva York, el más grande de Estados Unidos y uno de los más segregados en el país. Lo abandonó cuando Eric Adams, un expolicía conservador del Partido Demócrata, fue electo alcalde de la ciudad. También cultiva el arte de manera personal y participa en esfuerzos para repensar espacios públicos como becaria del Shape of Cities to Come Institute.

Rivera colabora con diversas personas y en varios espacios para la organización social. En 2022 cofundó el Colectivo CARE de Crown Heights, una organización comunitaria en Brooklyn que lucha por la abolición policial y carcelaria, al tiempo que atiende luchas locales, incluida la respuesta rápida a desalojos y desahucios. Entre las acciones recientes del Colectivo CARE se incluye la creación de una biblioteca popular que se instala los domingos afuera de la Biblioteca Pública de Brooklyn, cuando está cerrada. Allí también da a conocer la lucha contra Cop City en Atlanta.

Rivera y yo nos pusimos al día a través de una llamada de Whatsapp a finales de junio. Nuestra conversación ha sido traducida y ligeramente editada por extensión y claridad.

Dawn Marie Paley: En primer lugar, quisiera que nos contaras sobre la trayectoria de tu activismo en relación con los principales ciclos de protesta de la última década en Estados Unidos.

Cheryl Rivera: La trayectoria de mi trabajo y la evolución de mi formación política han ido a la par del pulso de las revueltas negras, que han variado bastante en cuanto a intensidad y enfoque. [La revuelta negra] siempre está presente en el fondo, pero hay momentos —como el asesinato de George Floyd, Trayvon Martin o Eric Garner— donde vuelve a resurgir.

Son asesinatos policiales, incluso en el caso de Trayvon Martin, porque en muchos sentidos se ha delegado a las personas blancas vigilar y asesinar a gente negra. Cuando me mudé acá, estaba en curso el movimiento Occupy Wall Street. Yo observaba pero no hacía parte, ¿sabes?

El movimiento Black Lives Matter estaba en las calles al mismo tiempo, se fue construyendo poco después de Occupy Wall Street. En ese momento iba a las marchas que se organizaban pero no estaba adentro [de la organización], o no sabía cómo, no sabía qué quería.

Empecé desde un lugar de rabia negra y con los años me he movido por varios momentos de consciencia política que pasan a primer plano en estas grandes movilizaciones. En cuanto a mí, cada vez que había una marcha salía a las calles, pero políticamente no iba más allá. En realidad no podía, porque por un tiempo no ganaba suficiente para pagar la vivienda, toda mi energía mental estaba centrada en eso.

Gané el sorteo de vivienda [proceso para acceder a rentas más asequibles] hace seis años y fue exactamente en ese momento cuando pude implicarme en la política de manera más profunda. Eso me permitió dedicarme a lo que hago ahora. Me mudé a un departamento, ya no era una prestadora de servicios sin seguro de salud en el departamento de Educación, sino que tenía un trabajo sindicalizado.

Esas condiciones hicieron posible que no fuera solo un individuo enojado, sino también un individuo politizado que tenía más tiempo para el trabajo político. Empecé a ir a los círculos de lectura de los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés) y encontré un círculo de lectura de feminismo negro. 

La gente piensa que DSA es una organización muy blanca, y creo que entiendo por qué podría parecerlo, pero es una organización paraguas que abarca a muchas otras. Afortunadamente encontré mi camino en un campo socialista y feminista con la ayuda de una mujer negra que dirigía el círculo de lectura. Me dijo: “Hablas tanto que tal vez deberías facilitar la próxima conversación del grupo”.

Y me fui convirtiendo en una abolicionista. Esto ya era un tema muy importante, todas las protestas de Black Lives Matter han llevado el abolicionismo policial al primer plano.

En DSA fundé un grupo derivado llamado Acción Abolicionista. Hicimos un grupo de lectura juntos y pasamos de hacer lecturas y acciones puntuales a iniciar un colectivo. Ese fue mi primer colectivo abolicionista en 2019.

2020 fue un periodo de desarrollo super intenso para toda la gente que conozco de entonces. A veces siento que pasamos el doble de tiempo juntos por lo que pasó en 2020 porque de repente mis compañeros y yo, y Acción Abolicionista, empezamos a gestionar muy pronto [después de que la pandemia de Covid llegara a EE.UU.] un fondo de ayuda mutua en marzo de 2020.

Recaudamos 60 mil dólares. Buscábamos cómo implementar el proyecto y había tanto que se necesitaba hacer; hacíamos reparto de alimentos básicos. Yo era miembro de otro grupo de DSA llamado Emerge, que estuvo detrás de varias marchas enormes de aquel verano.

Luego me convertí en la líder de educación política en una campaña para retirarle los fondos al departamento de Policía de la ciudad de Nueva York.

Era como estar en una incubadora, intentamos de todo. Yo participaba en las marchas, me iba a casa tardísimo, despertaba y me iba a apoyar a la gente encarcelada al día siguiente. Estábamos haciendo una campaña, todos trabajábamos a mil por hora.

Desde 2020 decidí centrarme en construir un espacio social más local. Unxs compañerxs de la campaña y yo nos juntamos con otras personas y organizaciones como el Sindicato de Inquilinos de Crown Heights, el Sindicato de Trabajadores de Crown Heights y formamos el Colectivo CARE de Crown Heights.

El año pasado a muchos de nosotros nos pidieron trabajar en torno a Palestina, y el grupo en el que me involucré en ese momento fue Escritores contra la Guerra en Gaza (WAWOG, por sus siglas en inglés). Organicé algunas de las protestas frente al edificio del New York Times.

Recientemente, al seno de ese mismo grupo, me involucré también con la edición de Crímenes de Guerra de Nueva York, que es una especie de periódico que ha ido creciendo. Originalmente lo hicimos para la protesta en el New York Times y sólo contenía los nombres de los muertos. Después del tercer o cuarto número empezamos a publicar artículos, hasta ahora hemos editado diez.

Entiendo mi trayectoria de activismo como un proceso de profundización de mi abolicionismo con cada erupción [social].

DMP: ¿Puedes hablar sobre cómo el feminismo da forma a tu trabajo?

CR: Creo que crear un frente cultural, como es el caso de WAWOG y también lo que hacemos con Lux es muy importante. Lo que siempre he tenido claro es que la opresión de género existe. No sé cómo definir la feminidad, pero hay un tipo específico de opresión que se ejerce sobre gente como yo.

A decir verdad, no pienso que haya muchas cosas esenciales en el género; no soy una esencialista del género. Pero existe una feminidad compartida. Del mismo modo, no soy una esencialista de la raza, pero obviamente existe una negritud de la que soy parte. Parte de ella está moldeada por la blanquitud, y lo mismo siento sobre la feminidad que está moldeada por la opresión de género. Por eso soy feminista.

La opresión existe y estoy en contra de cualquier forma de estos sistemas de dominación en cualquier lugar del mundo. El feminismo es una forma de romper con un sistema de dominación.

De manera inherente a mi comunismo, tiene que haber feminismo. Tiene que ser un comunismo liberador, negro y revolucionario en igual medida.

DMP: Cuando te escucho, me doy cuenta de que el abolicionismo y la profundización de su puesta en práctica son centrales en tu trabajo. ¿Consideras que interactúas con gente cuya principal identidad política es el feminismo o sientes que el feminismo fluye a través de otras identidades y prácticas políticas?

CR: Gran parte de la energía feminista, lo que me hizo convertirme en abolicionista, provenía de autoras feministas como Mariame Kaba, que decía, “Escribo y me centro en supervivientes de [la violencia de] género que están encarceladas”. Yo venía saliendo del feminismo negro, como el de Combahee, y otras, y ellas me llevaban hacia el abolicionismo. 

Definitivamente, en el mundo abolicionista existe algo como una pelea subyacente entre lo que la gente considera abolicionismo tibio —del cual se culpa a las abolicionistas feministas— y la vertiente más militante. Y lo entiendo porque el abolicionismo, como muchas otras cosas, ha sido cooptado y convertido en algo muy blando, en esta idea de que se trata simplemente de crear, en vez de entender que también hay que desmantelar lo existente. Eso significa que tendrá que haber acción militante.

En el caso de EE.UU., la cooptación del feminismo ha funcionado muy, muy bien.

Convirtieron el “Adelante las mujeres” en feminismo, el “Girl boss”, “Tú decides”, en feminismo. Y yo pienso, híjole, este feminismo a lo Hillary Clinton, esta cooptación liberal, puede convertirse en la forma en que la gente ve lo que es un espacio feminista y la forma en que la gente se identifica.

Ese feminismo ocupa mucho lugar aquí en EE.UU., y es por eso que también pensamos que es importante crear un enfoque internacionalista en nuestra revista, para que las feministas de izquierda de EE.UU. puedan aprovechar esa red global de feminismo para mantenernos conectadas. Este es un movimiento radical.

El feminismo es un campo de lucha intensa en el que estamos perdiendo, en ciertas formas, contra la cooptación. Y esto tiene un efecto en la manera en que la gente se relaciona. Ese es uno de los retos de Lux, y creo que también una de sus tareas pendientes: intervenir en este espacio.

Dawn Marie Paley

Es periodista freelance desde hace casi dos décadas y ha escrito dos libros: Capitalismo Antidrogas: Una guerra contra el pueblo y Guerra neoliberal: Desaparición y búsqueda en el norte de México. Es la editora de Ojalá.

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