La guerra renovada en Chiapas
Opinión • Delmy Tania Cruz Hernández • 16 de julio, 2024 • Read in English
La guerra que inició el Estado mexicano a partir del levantamiento zapatista contra los pueblos originarios organizados sigue en Chiapas. Aunque tiene matices distintos, los brazos paramilitares que se construyeron desde hace décadas permiten el afianzamiento territorial del crimen organizado.
Ahora estos actores que interactúan en redes organizadas opacas no sólo quieren el control de los territorios. También pretenden desaparecer a las fuerzas organizativas para obtener el control absoluto.
Una de las documentaciones más pertinentes de la situación general en Chiapas la ha proporcionado el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (Frayba). Pero después de leer su informe, me quedé pensando: ¿Qué pasa con las mujeres? ¿Cómo nos atraviesa esta violencia?
Estas preguntas son más que oportunas, sobre todo cuando tendremos al frente del gobierno a una mujer en los próximos seis años.
No soy ingenua, no sugiero que la presidenta electa Claudia Sheinbaum podrá frenar la violencia. Lo que pretendo es nombrar lo no dicho aún desde este rincón de México, que vuelve a estar olvidado en las narrativas hegemónicas.
El continuum de violencia hacia el cuerpo de las mujeres es uno de los estragos que dejó el proceso de guerra de baja intensidad. Los cuerpos de las mujeres y feminizados han sido botín de guerra por más de cuatro décadas. Por esta situación es necesario abrir oídos feministas a lo que pasa en este rincón del sureste mexicano.
La violencia en curso
El Observatorio Feminista de Violencia Contra las Mujeres de Chiapas ha documentado que de enero a mayo del 2024 han ocurrido 19 feminicidios, 23 posibles feminicidios, 29 tentativas de feminicidios y 76 desapariciones de mujeres. Las cifras de posible feminicidio y tentativa de feminicidio han aumentado desde el año pasado y las mujeres con mayor riesgo de ser asesinadas tienen entre 25 y 29 años.
El número más alto de feminicidios es en la tipificación del sexual-sistémico, en el que se encuentran elementos delictivos ligados al crimen organizado, que ha aumentado considerablemente en los últimos cinco años. Este tipo de feminicidio aumenta en dos de las principales rutas migratorias: Zona Soconusco y Zona de la Frontera Media, según la Dra. Karla Somosa Ibarra, creadora del Observatorio Feminista.
De acuerdo al informe del Frayba, desde 2010 hasta el mes de octubre del 2022, el desplazamiento forzado documentado fue de al menos 16,755 personas, incluyendo familias enteras. Cuando las familias son desplazadas por la violencia, suelen ser las mujeres las que se ponen enfrente para buscar un nuevo lugar para enraizarse. Eso se demuestra con particular claridad en dos municipios: Trinitaria y Margaritas, en la zona Sierra-Frontera de Chiapas, uno de los más importantes puntos colindantes con Guatemala.
También son las mujeres las que quedan cercadas en medio de la guerra contra el pueblo, modificando sus horarios cotidianos para que no encuentren tapadas las salidas que las llevan a sus casas. “A partir de las 7 p.m. ya no se puede salir, se ponen tapones de hombres en camionetas”, me cuenta una mujer, 28 años, que es trabajadora en los invernaderos de tomates en el municipio de Margaritas. Ella, como las otras mujeres de comunidades bajo asedio, me pidió no publicar su nombre completo.
“Yo ya no sé ni quién es mi vecino, sólo sé que su casa está vigilada”, me comenta Miranda, mientras terminamos de cocinar para el taller que tendremos. “Supe por ahí que tuvo que ver con el problema de los migrantes que tuvieron un accidente el año pasado”.
En Chiapas, como en otras partes de México, los ediles municipales pactan con grupos criminales. Llegan con acuerdos “amarrados” a imponer en asambleas comunitarias asuntos que afectan la vida comunitaria y a las mujeres, como la venta de alcohol o la venta de lotes a personas ajenas a las comunidades.
Las mujeres temen por sus hijas, sus territorios y también por los hombres que tienen cerca. Salen de sus comunidades con un par de bolsas donde llevan la vida a cuestas para buscar refugio cuando sus cónyuges o hijos varones son amedrentados para sumarse a las filas del narcotráfico, o sus hijas propuestas para ser novias de algún miembro de un grupo criminal.
Las que se quedan e intentan hacer la vida en medio de la ocupación del crimen organizado tienen que prestarse a lavar dinero. “Nos piden que vayamos a cobrar dinero diario para dárselos, nos depositan y nosotras tenemos que ir a fuerzas, sino quien sabe qué nos pase”, me dijo otra compañera, mientras terminamos de hacer compras en el mercado.
Estrategias por la vida
Con todo en contra, existen unos cuantos grupos de mujeres, hombres y familias, que estamos intentando remar la barca para atravesar la tormenta. En particular en municipios como Comitán, Margaritas y la Trinitaria, estamos organizándonos de formas autogestivas para recuperar los lugares que nos han despojado por estos pactos criminales.
Las mujeres vamos al frente de esta organización y somos nosotras las que estamos alzando la voz cuando nos damos cuenta de la existencia de tratos entre ediles municipales y grupos del crimen. Somos nosotras las que hemos impulsado a más mujeres a reflexionar y fortalecer nuestro corazón para ir rompiendo las cadenas y marcas que deja la violencia patriarcal.
En medio de la guerra contra el pueblo nosotras prendemos luces de esperanza creando nuestros refugios para hablar entre nosotras, sanarnos, e impulsar a nuestras familias y barrios para caminar colectivamente y sin miedo. Estamos construyendo espacios de salud comunitaria para familias desplazadas y enfermas. Solicitamos a los hombres romper el pacto patriarcal y parar la violencia contra las mujeres para sumarse al proyecto colectivo que soñamos.
De la misma forma sigilosa el zapatismo vive y recrea estrategias para juntarse con más. Además, un puñado de actores de la iglesia denuncian y abren espacios para invitar a más personas a reflexionar sobre la violencia. Son atacados por su propia institución y por amenazas de grupos criminales.
Claudia, no te creemos
Después de que quedó electa Claudia Sheinbaum con una enorme mayoría, ha habido mucha polifonía de voces desde distintos feminismos. A través de redes sociales, algunas celebran que haya una mujer al frente del país, aludiendo que la lucha sufragista por fin se siente representada. Hay palabras más tímidas, que realizan preguntas, que aluden a que esto no es continuidad, sino posibilidad. También leo a compañeras indígenas aplaudiendo el logro de tener al frente del país a una mujer.
Me pregunto, mientras leo los análisis, si tiene que ver con un imaginario blanco mestizo de la democracia que nos ha ganado. ¿O es que se ha perdido la esperanza de poder recrear otros mundos fuera del estado?
En su campaña, Sheinbaum habló de dar continuidad al ecocidio que está dejando el mal llamado Tren Maya. Reafirmó la apuesta por la construcción de polos de desarrollo en el sureste mexicano, comenzando por Tapachula, ciudad chiapaneca que colinda con Guatemala.
Por supuesto que habemos otras voces de mujeres organizadas que decimos, “¡Claudia, yo no te creo!”. No creo que puedas sublevarte al deseo impuesto del patrón, tampoco espero que tu ecologismo verde nos ayude a frenar los 2.5 grados que aumenta la temperatura del planeta. No te creo que la puesta en marcha de la militarización de este país sea la solución, ni que poner a la Guardia Nacional en las fronteras de Chiapas, semejando el muro de Trump, pare la movilidad humana. Tampoco creo que rompas con la avanzada extractivista.
No todas nos vamos con el canto de las chachalacas. Una mujer al frente no cambiará México. Al contrario, algunas seguimos construyendo la libertad más allá de las urnas.