Las inundaciones y la solidaridad en Asunción
Reportaje • William Costa • 8 de agosto, 2024 • Read in English
Christian Núñez baja por una larga escalinata hasta la zona más baja de La Chacarita, uno de los barrios más antiguos de la capital paraguaya, Asunción, donde se encuentran algunas de las áreas más marginadas de la ciudad.
“Muchas personas no entienden que esto siempre fue cuna de luchadores sociales, de músicos, de poetas, de actores, de líderes sociales, y líderes políticos”, dijo Núñez, habitante desde hace años de La Chacarita —cuyo nombre oficial es Ricardo Brugada—, mientras camina frente a casas adornadas con murales coloridos.
Núñez, quien lleva una camiseta sencilla y unos pantalones cargo en la tarde húmeda, organiza recorridos turísticos en los que destaca la rica historia y el arte del barrio para desafiar lo que llama la estigmatización y la criminalización de la comunidad por parte de los medios de comunicación, que frecuentemente retratan a La Chacarita como un sitio completamente dominado por la violencia del tráfico de drogas.
Llegamos a una plaza pública bien cuidada al pie de la escalera. Núñez hace una pausa y levanta la mano a la altura de su frente. “Esta es la zona inundable del barrio”, dice. “En la gran inundación del 83, el agua llegó hasta acá”.
Esta parte baja de La Chacarita forma parte de los “bañados”, un conjunto de barrios de Asunción construidos sobre los humedales del río Paraguay, una de las principales vías fluviales del país.
Históricamente en la región han ocurrido inundaciones de gran escala aproximadamente cada diez años que han durado hasta diez meses, de acuerdo con un informe de Shelter Projects. Núñez puntualiza que las inundaciones más pequeñas también provocan desplazamientos y afirma que cada inundación conlleva enorme sufrimiento, desplazamiento y pérdidas económicas. Alrededor de una quinta parte de los 500 mil habitantes de Asunción habita en los bañados. Unas 3,500 familias viven en la zona inundable de La Chacarita, a pocas calles del centro de la ciudad.
Los habitantes de La Chacarita han presionado desde hace mucho tiempo para encontrar soluciones al impacto de las inundaciones. Ante la amenaza constante de una gran inundación, Núñez y otros habitantes siguen esforzándose por fortalecer un movimiento de base para presionar a las autoridades.
A corto plazo, exigen que se tomen medidas adecuadas para responder a las inundaciones, incluida la preparación de refugios y suministros de emergencia. A mediano plazo, luchan por la construcción de infraestructura, como vivienda, el reforzamiento de la protección contra inundaciones a lo largo de los afluentes que atraviesan el barrio y la mejora de las plantas de recolección de basura y tratamiento de aguas residuales que les permitan vivir en condiciones salubres y libres del temor a la subida de las aguas.
Definida por el agua
Desde sus orígenes en el siglo XVIII, La Chacarita ha estado marcada por su cercanía al agua.
En una oficina llena de libros, Celia Vidallet, de 90 años, fundadora y directora de la escuela primaria Santa María Goretti, recuerda los montones de peces que podían atraparse en el río, las lavanderas que se afanaban en uno de los 33 afluentes que atraviesan Asunción, así como el ykua payagua, un pozo cercano a su casa famoso por la calidad de su agua.
“Había un dicho de que la gente que se iba a tomar esa agua del pozo ya no salía más del barrio. O sea que ahí se quedaba”, me dijo mientras niños y maestros entraban y salían de la dirección.
Sin embargo, la abundancia de agua podía convertirse rápidamente en desastre. Vidallet cuenta que ya en 1905 su familia ofrecía refugio a las víctimas de las inundaciones en su casa, que estaba en un terreno ligeramente más elevado. “Hacían sus casitas precarias dentro de nuestro patio”, dijo.
Hoy en día La Chacarita ha cambiado en muchos aspectos. Ha crecido enormemente debido a la migración interna desde las zonas rurales de Paraguay y el agua que fluye por la comunidad está impregnada de la contaminación de una ciudad que carece de instalaciones de tratamiento de agua y residuos. Una cosa que se ha mantenido constante es el desplazamiento de sus habitantes por las inundaciones.
Raquel Dupont, maestra de Santa María Goretti, cuenta que desde niña su familia se ha visto obligada a construir periódicamente refugios temporales precarios en campamentos improvisados que se instalan en parques y plazas públicas.
“Tenés que llevar todas tus cosas y no sabés dónde irte ni cómo irte”, dice desde el otro lado de la oficina de la dirección de la escuela.
La familia de Dupont fue una de las 60 mil familias paraguayas desplazadas por las devastadoras inundaciones de 2019, que representaron la tercera mayor inundación en un periodo de cinco años. No pudo regresar a casa durante casi un año.
Aunque no ha habido ninguna gran inundación a nivel nacional desde 2019, en las últimas décadas se ha registrado en Paraguay un marcado aumento de ciclos de inundaciones, sequías y olas de calor, según un informe oficial. El cambio climático aumenta la preocupación por lo que está por venir.
“Seguimos en esa zozobra. Cuando empieza a subir el río estamos todos viendo cada día cuántos centímetros sube. Vivimos con ese susto”, dijo Dupont. El sufrimiento de los habitantes, dijo, se ve agravado por la falta de apoyo estatal durante las inundaciones.
“Eso [la ayuda del estado] depende de la política nomás”, dijo, explicando cómo los líderes políticos locales usan una red clientelar para entregar ayuda humanitaria. “Tenés que ser de su partido”.
Además de la profunda corrupción relacionada con los fondos de emergencia, las autoridades no se han preparado para las inundaciones conocidamente recurrentes, según el activista Núñez.
“Las autoridades siempre reaccionan tarde: cuando ya las familias están en el agua. Y no tienen un espacio destinado a un refugio para esas familias”, afirma. “Esperan hasta que la gente está con el agua hasta el cuello para declarar la emergencia”.
Núñez dijo que la Coordinadora General de Comisiones Vecinales, Organizaciones e Instituciones de La Chacarita (COSIC), de la que forma parte, se movilizó en respuesta al pronóstico —afortunadamente incorrecto— de que habría una gran inundación en 2024.
“Empezamos a presionar a las instituciones para que se movilicen y creemos una mesa de trabajo”, dijo. “Realmente no respondieron”.
Soy de La Chacarita
Ante la falta de apoyo estatal, la solidaridad vecinal es desde hace tiempo la norma en La Chacarita. Al igual que en los demás bañados, a los habitantes del barrio no les queda más remedio que construir de forma independiente gran parte de su infraestructura local.
Guillermo Cane, de 74 años y expresidente de la comisión de vecinos del sector Pocito de La Chacarita, me contó que los residentes hicieron una cooperación para construir a lo largo de años casi todo lo que estaba a su alrededor, incluida la larga y colorida escalera que conduce a la zona baja.
“Empezamos a recaudar para comprar ladrillo e hicimos la escalinata de material”, dijo. “Nosotros hicimos: mi papá, mi mamá, mi tío”.
La solidaridad se hace sentir con fuerza durante las inundaciones. Los habitantes se transportan en lanchas por las aguas altamente contaminadas de las inundaciones. Cane señaló dos largos tablones en su patio delantero que previamente se habían usado como parte de un puente comunitario improvisado.
Un mural afuera de su casa, parte de un esfuerzo popular para convertir La Chacarita en una de las mayores galerías de arte al aire libre del mundo, muestra las manos de una mujer sosteniendo al barrio por encima del agua de la inundación. Está basada en la canción Soy de La Chacarita de Maneco Galeano, que narra las duras experiencias que muchos padecen durante las inundaciones.
“Hoy yo te ayudo a vos, mañana vos me ayudás a mí, y así nos ayudamos todos”, dice Cane.
La Chacarita es de los chacariteños
Los habitantes de La Chacarita llevan mucho tiempo presionando para encontrar una solución permanente a los desplazamientos causados por las inundaciones, mientras las autoridades municipales y nacionales han propuesto decenas de planes a lo largo de años. Sin embargo, Núñez afirma que estas ideas a menudo no tienen en cuenta el apego de los habitantes a su comunidad, que frecuentemente se remonta a varias generaciones.
“Es ese arraigo a esta tierra, esta cultura, esta forma de vida y de convivir, de crear comunidad”, dijo Núñez. “Muchas veces los que vienen con sus proyectos de afuera no entienden lo que es vivir en comunidad y qué significa el arraigo realmente”.
Varios programas gubernamentales resultaron en la reubicación de los habitantes en zonas alejadas, donde han sido separados de sus redes sociales, de transporte, servicios públicos y de sus lugares de trabajo. Desde entonces, muchos de los reubicados han regresado a La Chacarita.
Organizaciones comunitarias, entre ellas la COSIC, han exigido a las autoridades que ofrezcan soluciones a los habitantes dentro de su propio barrio. Como resultado, están en marcha varios proyectos dentro de la comunidad para proporcionar viviendas resguardadas de las inundaciones. Sin embargo, estos proyectos tienen un retraso de años y aún queda un largo camino por recorrer para reubicar a las 3,500 familias afectadas.
“Nuestro eslogan era: La Chacarita es de los chacariteños, de los que habitan La Chacarita”, dijo Núñez.
En el núcleo de la zona inundada, Juan Carlos Pérez Torres, director de la escuela primaria Elisa Alicia Lynch y vicepresidente de la COSIC, reconoce que la lucha ha sido difícil, sobre todo teniendo en cuenta que los ojos de las empresas inmobiliarias están puestos en su comunidad.
“Tenemos que lidiar muchas veces con los vínculos del gobierno con los que tienen interés sobre las tierras del barrio; el barrio está ubicado en un lugar muy privilegiado que está cerca de la Costanera y el centro de la ciudad”, dijo, enfatizando que están atentos a todos los procesos y proyectos que llevan a cabo entidades externas.
Entretanto, es la solidaridad de la comunidad la que mantiene en pie a centros como la escuela Elisa Alicia Lynch. Los padres de familia y el director se ven obligados a pagar ellos mismos los servicios básicos, como el agua potable para los 350 alumnos, dado que —de manera irónica para una zona inundable— el agua potable sólo llega a esta zona de La Chacarita durante unas pocas horas al día.
Mientras ve las fotos del proceso de reubicación de la escuela durante una inundación en 2018, Pérez Torres reflexiona sobre las dificultades y los logros de dirigir la escuela en condiciones estresantes. Para explicar la fortaleza de la escuela y sus vecinos, hace referencia a la canción Soy de La Chacarita.
“Y como dice esa canción: uno deja la casa, va, pero siempre vuelve a reponer y a reconstruir de vuelta”.