Sheinbaum y los generales

Rieles de ferrocarril en Sonora, México. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, las fuerzas armadas han adquirido poderes sin precedentes. Foto: Dawn Marie Paley.

Opinión • Ramón I. Centeno • 1 de marzo, 2024 • Read in English

Hoy México se enfrenta a lo que Max Weber llamaba “el problema de la sucesión”. Andres Manuel López Obrador es aquí el dirigente político más importante en un siglo. Para encontrar un personaje que lo supere hay que retroceder casi un siglo, hasta Lázaro Cárdenas. AMLO es un líder carismático de manual, como si Weber hubiera viajado en el tiempo para escribir sobre el carisma tomando en cuenta el caso mexicano.

En su obra Economía y Sociedad, del grosor de un tabique de adobe, el sociólogo alemán dedicó pasajes importantes a responder: ¿qué ocurre cuando el líder carismático sale de la escena?

Según él, ocurre una de dos cosas: la autoridad “se tradicionaliza o se racionaliza”. Es decir, se produce un nuevo líder carismático o se sustituye al carisma transfiriendo su poder a una institución. La primera vía es capaz de producir, por ejemplo, la dinastía de los Kim en Corea del Norte; la segunda, el reinado del PRI en el siglo XX mexicano.

En México, la principal traba para pasar de un líder carismático a otro es la fuerte tradición antirreeleccionista. Resultado de una revolución a principios del siglo XX, el principio de la no reelección está por encima incluso de un líder como AMLO. Su liderazgo carismático podía durar seis años, pero ni uno más.

Claudia Sheinbaum, hoy la candidata del oficialismo a la presidencia, no cuenta con el poder de AMLO y difícilmente tendrá el peso legislativo que él tuvo. Con ella, de llegar al poder, que es lo más seguro, el carisma será transferido de una persona, AMLO, a una institución; o mejor dicho, de vuelta a una institución, la Presidencia de la República. Lo que Weber llamaba “el carisma del cargo”. La Presidencia retomará su función, por encima de quien la ocupe, no por debajo o a la par como en el sexenio 2018-2024.

AMLO podría intentar preservar cierta influencia en los asuntos públicos y seguro la tendrá. Podría incluso intentar ser el poder detrás del poder, como durante el periodo conocido como “el Maximato” (1928-1924), cuando el ex presidente de Plutarco Elías Calles fue en la práctica el jefe del presidente en turno. En su momento, fue Cárdenas, otro líder convertido en carismático, quien terminó con el Maximato cuando desplazó al anterior líder carismático, Calles. Para lograrlo, dio concesiones importantes a la clase trabajadora, reduciendo al “Líder Máximo de la Revolución” a la nada.

Sheinbaum y sus límites

Sheinbaum tiene una limitación que no tuvo Cárdenas: no es general del Ejército. Pero AMLO tampoco lo es. El carisma llega a su fin, la Presidencia vuelve a la normalidad, pero con una novedad: el Ejército está ahí listo, frotándose las manos.

En este sexenio, los generales obtuvieron grandes cosas. Ahora controlan puertos, aduanas, son dueños de aeropuertos, hoteles de lujo, líneas de tren, venden servicios de construcción de obras públicas, etcétera. Todo esto es nuevo en México.

Y la cereza del pastel: la seguridad pública, que empezaron a controlar desde el 1994, y cada vez más desde el 2006, pero como una excepción a la Ley. Ahora la controlan, vía la Guardia Nacional, con aires de constitucionalidad. Todo por cortesía de AMLO, quien hizo de las Fuerzas Armadas su vehículo favorito para pasar a la Historia (con mayúscula) en sólo seis años.

Con AMLO, el Ejército, aun con poderes incrementados, estaba por debajo de la Presidencia. Ahora sin líder carismático, ¿qué peso tendrá el Ejército? ¿Por encima de la Presidencia? ¿A la par? ¿Poquito debajo?

En cualquier caso, disfrutará el mayor poder que ha tenido dentro del sistema político desde que este país tuvo su último presidente militar, en 1946.

Si el poderío militar en México sigue su curso ascendente, será solo cuestión de tiempo para que surja aquí un equivalente de lo que significó Pervez Musharraf para Pakistán. Allí, una democracia electoral comenzó a coexistir con la ambición política del Ejército, que pronto desarrolló sus propios políticos. Uno de ellos, el general Musharraf, llegó a la Presidencia. Peor aún sería la vía egipcia, donde la democracia electoral, que en ese país no duró mucho, fue abierta y directamente desmantelada por los militares, que tomaron todo el poder y sin pretensiones populistas, colocando en la cúspide al comandante en jefe del ejército Abdelfatah El-Sisi.

Ejército, partido, patria

Sheinbaum gobernará bajo una militarización heredada, con la que ya ha hecho las paces de antemano. 

El pasado 19 de febrero, Día del Ejército Mexicano, conmemoración que antes carecía de importancia, Sheinbaum expresó su “reconocimiento a nuestras fuerzas armadas” y su “agradecimiento por toda la labor de ayuda que desempeñan en casos de desastre, desarrollo social y en la construcción de infraestructura”. 

Sheinbaum ha propuesto fortalecer la Guardia Nacional para que el Ejército vuelva a los cuarteles. Pero ha guardado silencio sobre lo que hasta el Senado sabe: casi la totalidad de los efectivos de la Guardia Nacional son soldados. ¿Y Ayotzinapa? Silencio.

Incluso si Sheinbaum pierde y gana la oposición, encabezada por Xóchitl Gálvez, ¿qué se puede esperar de la derecha? La misma derecha que catapultó la militarización en 2006.

Antes de AMLO, México tenía un gobierno civil. Parece que después de AMLO, tendremos una coalición cívico-militar.

Ramón I. Centeno

Trabaja como investigador en la Universidad de Sonora.

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