Ser lesbiana en Abya Yala
Opinión • Libertad García Sanabria • 7 de junio, 2024 • Read in English
El sábado 5 de mayo Andrea Amarante, Roxana Figueroa, Pamela Cobbas y Sofía fueron víctimas de un ataque de lesbo-odio con una bomba casera en el barrio de Barracas en Buenos Aires, del que solo sobrevivió Sofía.
El ataque lesbicida hacia las compañeras Pamela (52 años), Roxana (52 años), Andrea (43 años) y Sofía (50 años) devela un andamiaje violencia estructural hacia las lesbianas y quienes no hacen parte de la estructura familiar y parejil tradicional.
Vivían con la pobreza, la expulsión, la marginalidad en torno a políticas públicas de protección social, las familias que las rechazan, los indolentes medios de comunicación, las falsas comunidades, las y los políticos desequilibrados que lideran con posturas pro mercado y contra las personas.
El día siguiente del ataque en Argentina, el concejal de Bogotá, Colombia, Julián Triana, presentó a su equipo, entre quienes se encuentra la jefa de prensa Anna Robledo-Corredor. Robledo-Corredor se presentó con sus varias credenciales y, además, como lesbiana visible.
Ante esto, los comentarios de odio no se hicieron esperar, viniendo tanto de hombres como de mujeres. Ningunearon el posicionamiento político que implica mostrarse como servidora pública y lesbiana.
El odio contra las mujeres y las lesbianas va en aumento. En lo que va de 2024 se han registrado 350 feminicidios en 16 países de América Central y América del Sur, según el Mapa Latinoamericano de Femi(ni)cidios, y 184 más tan solo en México según datos de Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública al 31 de marzo.
Lesbianas rebeldes
Así, el espacio público tanto como el privado son potencialmente violentos para las mujeres en general y para las lesbianas en particular. La alternativa para muchas lesbianas ha sido el silenciamiento —también llamado insilio— así como huir de tales entornos recurriendo al sexilio, ambos conceptos que Norma Mogrovejo ha desarollado en su libro Del sexilio al matrimonio entre otros.
Las lesbianas, leídas como rebeldes de la clase o categoría “mujer” como Monique Wittig y otras lesbianas feministas materialistas nos sugieren, suma esta desobediencia a los odios contra ellas, contra las mujeres en general. Son desertoras de su rol de serviles dadoras de múltiples y gratuitos trabajos y servicios hacia los hombres en general. Nada más incómodo que lesbianas pobres y viejas en un barrio céntrico gentrificable en cualquier capital latinoamericana.
En sociedades que odian a muerte a las mujeres elegir amar a otras mujeres, por encima y más allá de pactos patriarcales, es mérito sobrevivir.
A pesar de las violencias y el odio que experimentamos, ser lesbiana feminista es poesía, es utopía, es crónica de un futuro sostenible. Es una promesa que nos distancia del paradigma que impone el modelo amoroso de la cultura del crush.
Es recuperar las historias de sexilios y también echar luz sobre otras inéditas historias de renacimientos y florecimientos. Multiplicar las historias de cómo sanamos juntas o separadas. Para ello, hay que trascender los discursos cerrados y formulados desde el resentimiento, el odio, la violencia y la autocomplacencia.
Imaginar decir “lesbiana” en la voz de tu presidente, de tu madre, de tu padre, de tu hermano, de tu jefe, de tus vecinos es evocar la incomodidad de una palabra nunca pronunciada en voz alta.
Recupero el hilo de la importancia política de nombrarnos lesbianas feministas y el mérito de desafiar el status quo heteronormativo que sostiene al patriarcado y su andamiaje encadenado con el capitalismo neoliberal por el eslabón de la explotación individual.
Claro que hay lesbianas que quieren vivir dentro de ese sistema, pero también estamos quienes queremos desmantelarlo y construimos otra apuesta civilizatoria en plena autonomía simbólica.
Hacia una achiva y memoria lesbiana transnacional
Conviene ampliar las interlocutoras, buscar otras afines. Un encuentro entre semejantas pero dispares dicen mis maestras feministas lúcidas del Sur. Hay diálogos que prosperan y otros que permanecen a la espera de la pregunta incitadora.
A los asuntos peliagudos los nombramos nudos. Son asuntos pendientes por desatar y, con ello, acortar la distancia entre nuestros puntos de vista para reconocer la mutua potencia lésbica.
Lo poderosas que hemos sido al materializar diversos proyectos a lo largo de nuestra historia lo demuestra y la distancia que hoy existe la resolveremos para volver a encontrarnos.
Por eso, este verano, del 22 al 27 de julio nos convocamos a la Encuentra Archivas Lésbicas para rescatar memoria, archivas, arqueologías y genealogías lésbicas de Abya Yala, el Caribe y más allá.
A través de diálogo en caracolas (mesas temáticas virtuales), presentación de obras de artivismos y juntanzas (espacios asamblearios virtuales) queremos recuperar las historias no narradas de las tías, de las maternidades lesbianas, de las señoras lesbianas, de las lesbianas en oficios tradicionalmente masculinos, de la lesbianas indígenas y cimarronas, y de tantas otras más.
Platicaremos de nuestros futuros posibles, de nuestras utopías y distopías. De las que queremos envejecer juntas. De las que ya estamos tejiendo colmena. De compartirnos cómo hemos sanado y creado. Será ocasión para incitarnos a pensar futuros encuentros aquí y allá, como las mujeres zapatistas nos propusieron.
Nos encontraremos virtualmente existencias lesbianas, lésbicas, practicantes del lesbianismo, lesbofeministas, sáficas, manfloras, chongas, zapatonas, para acuerparnos, rescatar nuestra memoria, construir nuestra genealogía colectiva y hacer común frente a las políticas de muerte.
Haremos cartografías, mapas, constelaciones y genealogías que nos permitan compartir esas inéditas existencias lesbianas y feministas fuera de la norma patriarcal, que ya habitamos.