Resonancias feministas en las luchas por el agua en Uruguay
Opinión • Victoria Furtado • 13 de julio, 2023 • Read in English
Hace dos meses que en Montevideo y su área metropolitana no hay agua potable. La crisis, producida por el saqueo sistemático de los recursos hídricos del país por la lógica extractivista, se vio agravada por la sequía que afecta al río Santa Lucía, proveedor de agua dulce para la región.
Las medidas que tomó el gobierno ante esta situación, relativas al proceso de reserva y potabilización del agua, implicaron una significativa pérdida de calidad. Lo que sale por las canillas de Montevideo es un agua salada, “bebible” pero no potable según reconocen las propias autoridades del Ministerio de Salud Pública. Se desaconseja para el consumo de varios sectores de la población (hipertensos, embarazadas, personas mayores).
Frente al inminente agotamiento de las reservas en los próximos días —es decir, la posibilidad de no acceder ni siquiera a esa agua de mala calidad— el pasado 19 de junio se declaró el estado de emergencia hídrica. El decreto asegura recién ahora la exoneración de impuestos para el agua embotellada. Además, promete obras de infraestructura que no se sabe cuánto demorarán en realizarse y que mitigarían el problema del abastecimiento, pero no mejorarían la calidad del agua que llega a los hogares.
En este contexto, se reactivaron las luchas por el agua tanto en la región afectada como en otras partes del país. Las movilizaciones diarias componen una diversidad de actividades y acciones, llevadas adelante tanto por quienes se autoconvocaron desde los primeros días de mayo como por los colectivos que desde hace tiempo se organizan en defensa del agua y la vida.
En esa pluralidad que se moviliza hay varias genealogías de lucha, pero se destaca la participación de mujeres jóvenes que traen consigo la experiencia feminista de los años recientes, ese tiempo de rebelión que puso en el centro el cuidado y reproducción de la vida. Los feminismos resuenan en la comprensión de este problema como parte del conflicto entre capital y vida. Pero se entretejen también en las prácticas políticas, en las formas de organizarse y de estar en la calle que despliega hoy la lucha por el agua.
“Somos todas pibas”
Florencia Anzalone es militante feminista y ha participado activamente en las movilizaciones por el agua de los últimos dos meses. Reconoce en esas dos experiencias de lucha preocupaciones y perspectivas compartidas: el foco en el cuidado de la vida y el aportar una mirada crítica respecto a qué vidas importan y cómo nos relacionamos entre nosotres y con la tierra, el agua y otras especies. “Si pensamos cómo opera un capitalismo patriarcal extractivista sobre la tierra y los cuerpos, estas dos luchas tienen mucho para decir”, dijo Anzalone.
Para Dava Pérez, quien tambien es feminista, la situación del agua reactivó una memoria de lucha anterior: la de la Asamblea Popular por el Agua de Mendoza (Argentina), su ciudad natal, que surgió cuando se quiso instalar la primera minera en la montaña. Fue su primer espacio de militancia.
“No puedo creer que el agua que sale por la canilla esté salada y a su vez entender que es el mismo proceso de extracción y uso de la tierra y la naturaleza para el beneficio deshumanizado”, dijo Pérez. “Eso me lleva a volver a caminar estos caminos que dicen que el agua no se negocia, que dicen que el agua se cuida y que ponemos la vida en el centro”.
Anzalone y Pérez coinciden en que las luchas por el agua en Montevideo encuentran en la calle a las mismas compañeras del movimiento feminista; son ellas las que hace tiempo sostienen la necesidad de cuidar la vida. “Me di cuenta que éramos todas pibas”, dice Pérez, y agrega que cuando empezó a militar en el feminismo conoció a un montón de mujeres que cuidan los ríos, la tierra, a sus hijes y a ellas mismas.
En América Latina el cuidado del territorio, de la naturaleza, de los ríos, de los pueblos y del sostén de la vida en general es una lucha que le ha aportado muchísimo al feminismo y viceversa. Y Uruguay no es la excepción.
La lucha como espacio de cuidado
Las movilizaciones de las últimas semanas combinan concentraciones, marchas, asambleas barriales, cortes en los ingresos a las instalaciones de la forestal UPM, intervenciones artísticas, entre muchas otras acciones. Son organizadas por diversos colectivos, que confluyen en la lucha en la calle a la vez que mantienen capacidad de iniciativa propia.
Anzalone propone entender la apuesta no totalizante en torno a las manifestaciones y a la práctica política organizada como un fuerte punto de contacto con los feminismos, que en los últimos años han transformado las prácticas políticas y las formas de estar en la calle y protestar. “Hay muchas acciones distintas y una sensación de ecosistema o constelación de acciones, que en distintas intensidades y formas van moviéndose dentro de una lucha en común”, dijo en entrevista con Ojalá.
Esta forma de hacer política va de la mano con la crítica a otras, más tradicionales, y con la apuesta horizontal de los feminismos contemporáneos en relación a las formas de organización. Sin embargo, afirma Anzalone, este no es el único aprendizaje: “También la forma en la que compartimos la vida en el momento en que nos estamos organizando,” dijo. “Hay una búsqueda del cuidado de los cuerpos en lucha, cómo construimos una lucha que nos cuide a nosotres y a las experiencias de las otras personas”.
Por su parte, Pérez destaca la importancia de encontrar en la lucha por el agua a compañeras que desde hace ocho o nueve años participan del movimiento feminista.
“Está re bueno vernos, reconocernos, encontrarnos, sentirme compañera de todas y sentirme segura”, comentó Pérez.
Pero también han habido momentos más tensos, cuando la policía aparece para amedrentar a quienes se manifiestan. “Ese tipo de cosas me asustan un montón, pero siempre recurro a alguna compañera, a mirarnos y saber que estamos ahí”, dijo Pérez en entrevista con Ojalá. “Eso me genera muchísima confianza y es algo que construimos nosotras desde estar en la calle militando en el feminismo”.
Crear juntas y en la calle un lugar para vivir
Las resonancias con las prácticas políticas de los feminismos aparecen también en la creatividad, la apertura a la participación activa y en el involucramiento de los cuerpos y afectos cuando se está en la calle luchando.
Anzalone subraya que en las movilizaciones por el agua todo el mundo participa de alguna manera porque hay confianza en que se puede proponer. “Esto se vincula con las formas de movilizarse de los feminismos, que no delegan en otras personas sino que todas están habilitadas a ir, a activar”.
En ambas luchas, dice Anzalone, esa habilitación da lugar a una gran creatividad a la hora de estar en la calle para proponer intervenciones artísticas, canciones, acciones y recorridos. “No estamos siguiendo una receta de cómo hacer”.
Pérez es bailarina. Junto a otras compañeras vinculadas al arte conformaron, en el seno de las asambleas por el agua, un grupo de artivismo para pensar las formas de poner el cuerpo.
“Mi forma de estar en la calle ha sido esa, la danza, el canto”, dice. Para ella, este es un punto de encuentro con las luchas feministas. “Cualquier compañera que haya estado en una marcha del 8 de marzo puede ver que hay una cosa muy creativa ahí también, del canto, de la danza, del baile, de tocar un instrumento, que te genera mucho goce”.
Además de la creatividad, las dos militantes destacan el involucramiento del cuerpo. “En ninguno de los dos casos son marchas de solo ir a tomar mate y charlar”, dice Anzalone. “Aunque haya momentos de eso, hay mucho movimiento e intensidad en la forma de estar en la calle”.