El delicado momento económico en Bolivia

En el fondo, una sucursal delBanco Unión, entre altos edificios blancos y un edificio en construcción. Al frente, más de 30 cables de luz cruzando horizontalmente. Billetes de un dólar cuelgan de los cables con pinzas, como un tendedero.

Foto por Dawn Marie Paley, edición de foto por Ojalá.

Reportaje • Huascar Salazar y Dawn Marie Paley • 31 de marzo, 2023 • Read in English

Desde mediados de marzo, la primera cuadra de la calle Baptista, en Cochabamba, se ha convertido en un espacio de inusual convivencia. 

El cambio empezó a notarse cuando las personas formadas para intercambiar sus bolivianos a dólares fueron quedando a la intemperie, por fuera de las puertas traseras de la sucursal principal que el Banco Unión tiene en esta ciudad boliviana. 

La anteriormente sencilla acción de cambiar divisas se ha vuelto muchísimo más complicada. Si bien la fachada del Banco Unión aparenta normalidad, con uno que otro cliente entrando mientras un guardia armado vigila desde la puerta, por detrás del banco, en la calle Baptista, el escenario es todo menos normal.

Hay gente formada desde la entrada al estacionamiento del banco en una cola que abarca casi cien metros. Hay cientos de personas formadas, cada una en representación de un grupo de 10 a 20 personas. 

“Estoy aquí porque tengo hijos, soy mamá y quiero darles algo a mis hijos”, dijo Shirley, comerciante de la ciudad. Ella ya estaba a metros de la reja, llevaba cuatro días haciendo turnos de tres horas en la fila. Me dijo que temía la devaluación del boliviano, y quería cambiar parte de su ahorro en dólares. “Quiero entrar, voy a entrar hoy”, dijo. 

Atrás de Shirley, la cola se extendía hasta el final de la cuadra. Cada persona llevaba su banquito, de plástico o de madera, y pasaban vendedores ofreciendo cuñapés y refrescos. Algunos han instalado tiendas de campaña en la acera. Se siente una extraña combinación de tensión, cansancio y aburrimiento. Si efectivamente Bolivia está experimentando una corrida del dólar, la situación parece más un maratón que una carrera corta.

A finales de la semana pasada, había más de 150 grupos esperando entrar. Los grupos se organizaban para que la gente más grande no tuviera que pasar la noche formada, y para que los integrantes puedan turnarse. Al final de la fila, los que apenas venían llegando empezaron a escuchar a los ya formados pasar la voz: “hay que hacer un grupo y de ahí organizarse para hacer turnos. Está tardando cuatro días para entrar”.

Hoy día hay tres lugares para comprar dólares de forma legal —con la tasa de cambio oficial de 6.96 bolivianos—en el país: la sede central del Banco Unión en La Paz y sus principales sucursales en las ciudades de Santa Cruz y Cochabamba. 

Según un comunicado del Banco Central de Bolivia, el país no tiene un problema de liquidez, y lo que se está experimentando es un “ataque especulativo a nuestra economía”. Algunos medios hacen eco al discurso oficial, que reclama que hay “una intención de desestabilizar al país” a través de la especulación.

Reina la confusión. Pero las filas siguen creciendo.

¿Cómo se desata el momento actual?

Más allá de lo que señala el Banco Central de Bolivia, en los últimos meses toda clase de rumores sobre de la existencia de un problema de liquidez en las arcas del Estado ha generado enorme inquietud entre la población. 

Lo que se sabe es que las Reservas Internacionales Netas (RIN) en divisas alcanzaron los 372 millones de dólares el 8 de febrero, cuando el Banco Central de Bolivia (BCB) actualizó su información estadística semanal, algo que no ha vuelto a hacer hasta la fecha. 

Lo preocupante ha sido la dramática caída de estas reservas, ya que dos semanas antes su valor era de casi el doble (611 millones de dólares). Según datos del propio BCB, el valor actual de las reservas monetarias es de tan solo el 2.8% de lo que representaban en 2014: pasaron de 13,227 millones de dólares a 372 millones de dólares.

Desde finales de enero se conoció que el gobierno boliviano implementó medidas para retener dólares. Por un lado, lanzó el Bono Remesa, que ofrece tasas de interés preferenciales en bolivianos a quienes depositen las remesas que reciben en dólares. Por otro lado, se estableció una tasa de cambio preferente para exportadores, para incentivar que este sector cambie sus dólares a bolivianos.

Un mes después, la calificadora Fitch Ratings disminuyó la calificación del país de B a B-, por la incertidumbre que genera la eventual falta de liquidez externa del gobierno boliviano. Además, fue a través de ese informe que se conoció que Bolivia había retirado el equivalente de 300 millones de dólares de los Derechos Especiales de Giro (DEG)  que tenía en el Fondo Monetario Internacional (FMI), una unidad de cuenta que opera como divisa exclusiva de este organismo financiero internacional.

Tales señales de alerta, que saltaron de forma desordenada y confusa, se contraponen al discurso oficial, que sigue defendiendo como logros de su gestión la estabilidad económica y la inflación más baja de la región. 

Sin embargo, las dificultades de la economía boliviana se vienen arrastrando desde hace varios años y tienen que ver con un modelo que tiene a la exportación de materias primas como principal medio de soporte.

La pronunciada caída de las exportaciones, el consecuente déficit de la balanza comercial y la disminución sostenida de las reservas internacionales están ocurriendo desde el año 2015, cuando los precios de los commodities entraron en caída libre. 

Conviene anotar, también, que las abultadas reservas internacionales se acumularon entre los años 2005 y 2014, cuando el precio internacional del barril de petróleo alcanzó máximos históricos, lo que incidió en el precio del gas natural que Bolivia exporta a Brasil y a Argentina. 

Durante esos años los volúmenes de exportación de gas fueron abundantes, lo que permitió al Estado boliviano lograr más ingresos. La estabilidad cambiaria estaba respaldada por la gran cantidad de divisas que entraban al país. 

La existencia de una moneda estable permitió que el gobierno del MAS incentivara una bolivianización de la economía, promoviendo el ahorro y los créditos en moneda nacional. 

Establecer un tipo de cambio fijo permitió, además, que el gobierno pudiese tener mayor control sobre la economía y disponer de una gran masa de divisas. Esta situación contrastaba con la herencia de la hiperinflación de los 1980s, cuando la población boliviana ahorraba dólares como estrategia para resguardar el valor de su dinero.

La caída de los precios internacionales del petróleo en el año 2015 puso punto final al tiempo de bonanza económica en Bolivia. 

El valor de las exportaciones se vio afectado, en primera instancia, por la caída del precio internacional del petróleo, al cual se encuentra indexado el precio del gas. Posteriormente, el volumen de gas exportado disminuyó de 13.4 millones de toneladas en 2014 a 7.6 millones de toneladas en 2022. En términos monetarios, el valor de las exportaciones de gas natural se redujo de 6,000 millones de dólares a 2,900 millones de dólares para el mismo periodo de tiempo. 

Desde el año 2022 Bolivia se ha convertido en importador neto de hidrocarburos. El año pasado importó un valor equivalente a 4,000 millones de dólares de gasolina y diesel para cubrir la demanda que tiene el país. Ese mismo año el Estado boliviano tuvo que pagar más de 1,700 millones de dólares por el subsidio que mantiene inalterados los precios de ambos hidrocarburos desde 2005.

Pero el déficit fiscal no solo tiene que ver con la subvención a los hidrocarburos, sino también con el sostenimiento de un aparato burocrático estatal creciente.

Los gastos corrientes del Estado, que no implican inversión pública, pasaron de 3,900 millones de dólares en 2006 a 19,400 millones de dólares en 2022. Al principio, el aparato público contaba con una gran masa de excedente. Pero cuando los ingresos estatales disminuyeron apareció un problema de déficit que se ha venido cubriendo con los ahorros del país y con deuda pública (interna y externa), la cual ha alcanzado sus máximos históricos.

Un efecto colateral del establecimiento de un tipo de cambio fijo, en un momento en que en toda la región las monedas perdieron su valor, ha sido el sostenimiento ficticio de la moneda boliviana. Eso ha incentivado la importación legal e ilegal de productos, afectando la producción nacional, que ya de por sí era bastante frágil e incipiente. Hoy en Bolivia se encuentran verdaderos mercados de contrabando, a través de los cuales se acentúa la fuga de divisas.

Con todo y después de casi 20 años de gestión “progresista” de la economía, el modelo económico de Bolivia sigue siendo totalmente dependiente del extractivismo. Lo que sucede ahora en la economía es consecuencia de ello. Por eso es que en los últimos años el gobierno boliviano ha promovido como única solución, la exploración de más pozos petrolíferos o gasíferos, de tal suerte que su explotación ayude a solucionar la actual situación económica.

¿Esperando lo inevitable?

No se sabe a ciencia cierta qué va a pasar con la economía boliviana, pero hay tres posibles escenarios: la devaluación del boliviano con relación al dólar; un gasolinazo—política de austeridad preferida por el FMI, que provocaría sin duda una explosión de protesta y enojo contra el partido en el poder— o la negociación de un enorme préstamo internacional.

En estos días Bolivia se encuentra en una situación de mucha incertidumbre respecto a lo que sucederá con la economía. 

No se tiene claridad sobre si finalmente el país tendrá que enfrentar una devaluación del boliviano, lo que significaría una pérdida brusca del poder adquisitivo de la población. También se habla de la posibilidad de un incremento del precio de los hidrocarburos, lo que disminuiría la presión sobre las cuentas fiscales, pero a la vez desataría una espiral inflacionaria que, nuevamente, disminuiría el poder adquisitivo de la población.

En un clima menos catastrofista para el corto plazo—y trasladando el problema para más adelante—el gobierno podría intentar financiar la economía con nuevos créditos. La baja calificación que tiene el país en el contexto internacional dificultará esta posibilidad o la volverá más cara. Una salida a través de nuevos préstamos es una forma de seguir hipotecando la economía boliviana, si es que no se encuentra una solución estructural a la dependencia extractivista. 

En los últimos días, el gobierno de Luis Arce Catacora, a través de la bancada legislativa que lo apoya está intentando aprobar una ley que permita que el Estado boliviano venda sus reservas internacionales que están en oro, con un valor aproximado de 2,500 millones de dólares, para lograr liquidez. Eso le daría un respiro importante a la economía nacional. 

Sin embargo, ante tal propuesta se ha hecho evidente la disputa que existe al interior del partido de gobierno, ya que el “ala evista” de los legisladores del Movimiento Al Socialismo votó en contra de esta ley, junto a la oposición de los partidos de derecha. En ambos casos se señala que la Asamblea Legislativa perdería el control sobre la venta de las reservas auríferas.

En las siguientes semanas, el conflicto económico que atraviesa Bolivia puede convertirse en moneda de cambio de los distintos actores políticos con presencia en el Estado, que buscan ganar terreno en vísperas de las elecciones de 2025. En ese escenario, un manejo irresponsable de la crisis es una posibilidad latente, tal y como ya sucedió con el catastrófico manejo de la pandemia, que quedó instrumentalizada por la disputa política por el poder. 

Mientras tanto, para las personas formadas detrás del Banco Unión, la falta de información confiable y las dudas sobre la sostenibilidad del modelo económico bastan para justificar hacer cola día y noche.

Algunos son pequeños importadores y comerciantes que requieren dólares para conseguir sus productos del exterior. Otros simplemente están tratando de resguardar una parte de los ahorros de toda una vida. Mientras algunos consideran viajar al extranjero, para lo cual requieren divisas. A principios de marzo era posible comprar hasta $20,000 dólares en el Banco Unión, pero para finales de mes el máximo había disminuido a $3,000.

“Yo soy enemigo de hacer filas,” dijo Juan Carlos, un señor recién jubilado de 61 años que estaba esperando cambiar un bono salarial que recibió su hijo el mes pasado. Estaba más atrás en la fila, sentado en su banquito. Ya era su tercer día de estar formado. “Pero tengo un hijo en La Paz, y le estoy haciendo el favor a él”. 

Su actitud resumió bien lo que se siente ahí, en la primera cuadra de la calle Baptista. “Como dice el dicho popular, ‘cuando el río suena es porque piedras trae”, dijo. “Algo va a ocurrir”. No estaba en pánico, ni enojado. Estaba resignado a hacer algo que siempre había tratado de evitar.

A Juan Carlos le faltaba un día más para entrar al banco. Nunca en su vida ha estado tanto tiempo formado. Pero las señales le preocupaban y le motivaban a trasnochar, con mucha gente más, en la calle, atrás del único banco que vende dólares al tipo de cambio oficial en Cochabamba. La otra opción es recurrir al mercado negro, donde el precio de cada dólar ha empezado a escalar (estaba a 7.30 el día 28 de marzo), quedando en manos de la especulación.

 

Huáscar Salazar Lohman
Es economista boliviano. Ha escrito el libro "Se han adueñado del proceso de lucha" y recientemente participó en el libro colectivo Pensando la vida en medio del conflicto. Es investigador del Centro de Estudios Populares (CEESP).

Huáscar Salazar y Dawn Marie Paley

Huáscar Salazar Lohman es economista boliviano. Ha escrito el libro "Se han adueñado del proceso de lucha" y recientemente participó en el libro colectivo Pensando la vida en medio del conflicto. Es investigador del Centro de Estudios Populares (CEESP).

Dawn Paley es periodista freelance desde hace casi dos décadas y ha escrito dos libros: Capitalismo Antidrogas: Una guerra contra el pueblo y Guerra neoliberal: Desaparición y búsqueda en el norte de México. Es la editora de Ojalá.

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