Crónica íntima de la huelga feminista en Montevideo
Opinión • Noel Sosa González • 29 de marzo 2023
En Montevideo, desde Tejido feminista nos convocamos una vez más a la huelga productiva y reproductiva el 8 de marzo.
Salimos desde el Río de la Plata, como un río alegre y caudaloso, hasta el centro de la ciudad, a confluir con la movilización que se convocaba desde otros puntos y a resonar con las que se movilizaron hacia el mar o en otras plazas en otras ciudades de Uruguay.
¿Qué queríamos que pase?
Quisimos relanzar la huelga, seguir conectando con nuestro río que es mar, recuperar ese lugar a donde llegamos el año anterior para que ese mismo registro de nuestra fuerza nos permita volver a gritar que estamos hartas del consenso extractivo y que, frente al saqueo de la vida, nosotras, nosotres, tejemos cuidado, goce y rebeldía.
Quisimos ser un río que nos permita ser y decir a nuestro modo, sin que eso impida ser marea con otras. Y lo fuimos. Otra vez fuimos agua que se va dando forma, fluye y recorre los espacios menos pensados, se abraza y lee coralmente una proclama.
El 8M 2022 llegando a La rambla todas juntas vi el atardecer y lloré. ¡Qué sensación más bella una marcha con olor a mar!
Gracias, feminismo
Este año, mientras subíamos desde el mar cantando y bailando en una calle empinada, delante mío iba una chica con un cartel, hecho con cartón, con letras violetas que de un lado decía “gracias feminismo”, del otro “gracias amigas” y lloré. Ella lo iba girando mientras caminaba, mostrando ese vaivén de nuestra propia lucha, tejida en afectos y potente porque sabe reconocer su fuerza y la agradece.
En silencio le agradecí a ella, por prestarme imágenes y palabras tan potentes que necesitaba para significar este 8 que fue muy distinto para mi.
Esta huelga conecté mucho con la idea de fuerza regenerada, porque vi cómo el tejido que prepara la movilización se nutrió con compañeras nuevas, experimenté un goce inmenso al ver cada nueva comunicación y propuesta y me sentí parte del flujo creativo mientras precisamente descansaba para regenerar mi propia fuerza.
Ahí resoné cuando vi el cartel que decía “gracias feminismo”, entendiendo hondamente una vez más que se trata de poner la vida en el centro, de que, como dice la adorada Silvia Federici: “Tenemos una vida. Cada día es precioso”. No estamos para dar la vida sino para dignificarla, porque ninguna causa debe sentir regocijo en el desgaste, porque nadie quiere dar la vida por, sino hacer que la vida sea más digna y vivible.
En todos los 8M que participé desde 2013, siempre estuve en la organización, sea en encuentros pequeños o las marchas que se iban volviendo cada vez más masivas desde 2017. Pero este año no.
En esas semanas iniciales, incómodas y aliviantes al mismo tiempo, pensaba mucho en esa canción icónica de la izquierda, cantada por Silvio Rodriguez, que empieza con palabras de Bertold Brecht, diciendo que si se lucha un día, se es un hombre bueno, que son mejores los que luchan dos días y que son imprescindibles los que luchan toda la vida.
Gracias feminismos, por recordarme cada día que luchar es estar viva, gracias compañeras porque entre nosotras aprendí cuán bello es sentirse parte de una lucha que no se mide con la categoría de lo imprescindible. Ya aprendimos que dicen que somos imprescindibles para chantajearnos a seguir expropiando nuestro trabajo, nuestra energía.
Sabemos cada día con más certeza que de lo que no podemos prescindir es de nuestras vidas. Gracias feminismos por ser esa marea con fuerza transformadora en la que nos podemos zambullir, pero también ese mar que vive en mí y me enseña a flotar en calma, atenta al ritmo propio, procurando equilibrio y confiando en el sostén colectivo.
Descansar y también bailar
Durante muchos años me he sentido girando en un bellísimo espiral que se amplía en sentidos, personas, organizaciones, consignas y no había sentido ganas de parar, hasta que conecté con el cansancio. Lo pude decir y pude encontrar un modo de regenerar energías, pero sin perderme el baile callejero con el que cerramos el 8.
Gracias compañeras feministas por la fiesta y por insistir en que no queremos cuerpos pensados desde lo infinito, porque tampoco queremos una tierra pensada como infinitamente explotable.
Caminar por las calles con mis amigas, mis compañeras, mi amora, fue un momento más para reafirmar que sostener el deseo propio no es posible sin la fuerza de las otras. Tampoco es posible si se hipoteca tras los recovecos de alianzas en los que la posibilidad de singularización se obtura. Otra vez pensé, gracias amigas, gracias feminismos, por insistir en que se puede salir de la falsa contraposición de cuidar de sí/cuidar de otrxs, para pensar en tramas de interdependencia que incluyen el autocuidado.
La pregunta por la transmisión de experiencia, que otras veces era más un reclamo enojado con las generaciones anteriores y que se volvió parte de mi tema de investigación académica y militante, está teniendo ahora un momento nuevo para mí. Pero ahora me pregunto si transmisión es la palabra acertada o cuál sería la más propicia.
Esa pregunta late fuerte mientras veo tantas adolescentes, niñas y bebés que marchan con nosotres y hacen ese río que somos.
Las hijas de mis amigas que antes marchaban a upa o siendo muy niñas ahora caminan, preguntan, bailan con nosotras. Ellas crecieron y nosotras crecimos. A ellas las veo más altas, veo la transformación en sus cuerpas, ahora hablan cuando antes se comunicaban de otro modo, pero en mí en nosotras, a veces eso es más difícil de medir.
¿Cómo se objetiva el crecimiento de un organismo vivo que no es una persona ni un animal ni una planta ni un hongo pero que está vivo? Porque los feminismos son algo vivo, porque el entramado político que somos, creamos, recreamos es algo vivo y cambiante.
Hemos resignficado las maternidades desde los feminismos, nos estamos inscribiendo en linajes maternos de rebeldía y creación. Palabras del mundo materno nos han sido más fértiles que las belicosas. Decimos gestar, nutrir, acompañar, crecer y no acumular fuerzas. Tal vez por eso las palabras maquinales como transmisión me hacen ahora ruido, aunque todavía no tenga nuevas.
Dice una canción de Tremenda Jauría que “de tanto contar batallitas nos creímos la guerra”. Es cierto que de tanto defendernos de las agresiones podemos creer que se trata de una guerra. Pero no, no queremos ese lenguaje.
Nos encontramos para volver a decirnos a nosotras mismas y para invitar a otres a no entrar en la polarización fascisizante entre derechas rancias y progresismos extractivos. No nos organizamos para mantener viva la esperanza de un gobierno mejor, ni queremos reducir nuestro decir en nombrar retroceso en leyes, lo que queremos es desarmar el consenso extractivo, lo que queremos es cambiarlo todo.
Cuidamos y defendemos el agua porque ponemos la vida en el centro, porque nos sabemos agua. Gracias feminismos por darnos tantas otras palabras, porque no queremos decir que somos unidad en la diversidad sino insistir en que somos una trama que se expande y amplifica por resonancia o sinergia, no por una centralidad organizativa duramente jerarquizada o por fusiones subordinadoras.
En las conversaciones de los días siguientes con mi amiga Victoria Furtado, me di cuenta que lo que no dejé de hacer en la previa, en la movilización y en los días siguientes fue conversar, porque justamente el feminismo es esa capacidad de decirnos cosas.
Tan sencillo, mágico y rebelde como decir que estoy cansada sin sentir culpa. Tan mágico como que una amiga me cuente que hoy le fue útil un libro de Minervas que editamos hace años.
Gracias feminismos, gracias amigas, por las conversaciones, los textos, las palabras, la belleza compartida que vuelven una vez más a ser antídoto frente a la duda, el susto o la confusión. Gracias por la fuerza rebelde que sigue poniendo límite a las violencias. Gracias por todo ese nuevo mar que hoy vuelve a estar en mi, en la fuerza de un nuevo 8M de intenciones compartidas, de un trenzado de deseos que volvió a ser potente y dejó condiciones para que el bucle expansivo siga.