Coherencia política, comunidad y crítica: entrevista con Fatima Ouassak
"No más mentiras". Linoleografía sobre papel © Esmeralda Juárez, Taller Barrio Gráfico.
Entrevista • Marta Malo y Verónica Gago, con traducción de Anouk Devillé • 26 de febrero, 2025 • Read in English
Fatima Ouassak vive y milita en Bagnolet, que forma parte de Sena-Saint Denis, una de las zonas más populares de la periferia parisina, epicentro de la revuelta contra la violencia policial en 2017.
Allí se sitúan muchas de sus iniciativas, sus referencias a la hora de pensar la política concreta.
En su libro El poder de las madres: Por un nuevo sujeto revolucionario, Ouassak describe la fuerza política que las organizaciones han descuidado, la de las mujeres. “Para mí era fundamental plantear que en la relación que tejen las madres con sus hijxs hay algo muy importante en juego que había que movilizar estratégicamente: entre las madres tampón que reproducen lo que hay y nosotras, que podemos llegar a ser madres dragón”, nos dijo Ouassak.
En su segundo libro Para una ecología pirata: Seremos libres, Ouassak introduce la ecología como principal herramienta de emancipación. “Hoy en día tenemos dos emergencias: la emergencia planteada por el supremacismo blanco, el fascismo, el regreso de la extrema derecha, el autoritarismo y las guerras imperialistas”, cuenta Ouassak. “La segunda emergencia es climática, y sólo la ecología puede responder a estas dos emergencias entrelazadas”.
Con su crítica filosa, Ouassak sugiere que la ecología política occidental es mediocre, que no está a la altura de las emergencias que nombra. Por eso introduce la noción de una ecología pirata, una ecología de la liberación, que es también una ecología decolonial.
Hoy está trabajando en un tercer libro, sobre la organización social y los bienes comunes.
Regresamos a la entrevista que realizamos con Ouassak a finales de diciembre de 2024, por Zoom, retomando algunas preguntas que empezamos a construir en nuestro encuentro presencial en mayo de ese mismo año, cerca de la plaza République, uno de los lugares de las manifestaciones de París. Esta es la segunda parte de nuestra entrevista (la primera parte se puede leer aquí), realizada en francés y traducida al español, que ha sido ligeramente editada por extensión y claridad.
Marta Malo y Verónica Gago: En El poder de las madres, la escuela aparece claramente como campo de implicación y de batalla política. Háblanos un poco más de ello.
Fatima Ouassak: En Francia, hay personas muy comprometidas con el feminismo, con la izquierda e incluso con la izquierda radical, pero que, cuando tienen hijos, desarrollan todo un discurso antisacrificio.
Son personas comprometidas con el cambio social, a veces incluso con la idea de una transformación revolucionaria, pero que luego, a la hora de elegir la educación de sus hijos, aunque vivan por ejemplo en Bagnolet, no van a matricular a sus hijos en Bagnolet, sino en París. La justificación es que no quieren “sacrificar a sus hijos”. En esa escuela, hablando claro, hay muchos negros, muchos árabes, muchos gitanos, y no quieren que sus hijos compartan destino, vida y demás, con nuestros niños.
Este es uno de los motivos por lo que las feministas no hablan mucho de su papel como madres. Tengo la impresión de que, si lo hicieran, estarían obligadas a politizar sus decisiones o al menos explicarlas. ¿Mando a mis hijos a jugar al fútbol con el resto de niños del barrio o les apunto a hacer capoeira o esquí?
Con estas preguntas nos situamos en las condiciones materiales de existencia, de las que un feminismo materialista tiene que hacerse cargo. Mientras me sitúo en un plano general, puedo decir que estoy a favor de la revolución.
Pero cuando aterrizamos en preguntas como “¿Dónde escolarizas a tu hijo?” ya no hay abstracción. Se hace evidente la contradicción: sí, quiero cambiar el mundo, pero no en mi propia casa, de manera que al final, con mis prácticas, ratifico la reproducción del orden establecido, la reproducción de las desigualdades y de las injusticias sociales.
Es un debate que todavía no se ha producido realmente en Francia, porque es un debate que duele, pero que tenemos que ser capaces de plantear. No es algo que corresponda únicamente a las feministas, es la diferencia entre la retórica política y las estrategias individuales.
El objetivo de mi interpelación no es, desde luego, que las feministas se sientan culpables, sino plantear la cuestión de las estrategias colectivas frente a las estrategias individuales. En Francia, cuando hablamos de las madres, tendemos a hablar de las madres como individuos, de la relación que la madre mantiene con el niño.
Y eso, para mí, es un impasse estratégico, en el sentido de que la madre, el individuo, busca la felicidad de su hijo, no la de todos los niños, en particular porque vivimos en una sociedad que promueve la competición entre los niños y entre los padres, con la idea de que para que mi hijo tenga éxito, el tuyo debe fracasar. Eso es lo que tenemos que romper, tenemos que darnos cuenta que es exactamente al revés: para que mi hijo tenga éxito, tus hijos también deben tener éxito. Este giro es difícil, incluso dentro del Front de mères, porque va en contra de todo lo que se nos dice y todo lo que se nos anima a hacer.
MM y VG: ¿Nos podrías hablar un poco más de la idea de sujeto revolucionario que desarrollas en El poder de las madres?
FO: Antes de ponerme a escribir El poder de las madres tenía en la cabeza la idea de una trilogía. Tenía demasiado material y pensé en hacer tres libros: el primero sería el sujeto, el segundo el verbo y el último el complemento. Por eso el subtítulo de El poder de las madres es “por un sujeto revolucionario”.
A partir de mi experiencia política, el sujeto sólo podían ser mujeres, porque lucho en comunidades de mujeres. En el libro cuento de hecho cómo, en un momento dado, tuve un problema con el comedor escolar de mi hija y convoqué a las familias interesadas: no dije ‘mujeres interesadas’, sino ‘familias interesadas’. A la convocatoria no acudió ni un solo hombre.
Así pues, la realidad concreta en la que desarrollo mis actividades, mi compromiso político, es una comunidad de mujeres. Para mí es muy importante decir que es una comunidad. Por supuesto, no exenta de relaciones de dominación, tampoco exenta de violencia a veces, pero, en cualquier caso, es la comunidad en la que mejor me siento, en la que soy capaz de implicarme a nivel político, en la que puedo avanzar, en la que consigo pensar las cosas. Y, entre las mujeres, concretamente las madres, no para pensar [únicamente] la violencia y la opresión que sufren las madres, sino a las madres desde el poder que tienen como protectoras de las infancias.
En madres incluyo no sólo a las que tienen hijxs biológicxs, sino a mujeres que cuidan a niñxs de su entorno, ya sean sus alumnxs, sus sobrinxs, lxs hijxs de sus vecinxs, lxs niñxs de su comunidad. Es una cuestión de cuidado intergeneracional: es decir, mujeres que quieren lo mejor para las generaciones siguientes.
MM y VG: Dentro de tu interés por la dimensión transnacional del activismo, ¿cuáles crees que son las claves de una militancia internacionalista en este momento de guerra?
FO: Para mi hay dos vías prioritarias. Cuando hablo de internacionalismo, me refiero en primer lugar a esta escala europea que demasiado a menudo se descuida, porque asociamos Europa con el neoliberalismo y no queremos saber nada. Esto es un gran error táctico.
Al contrario, tenemos que poner esfuerzo en las relaciones dentro de Europa. ¿Qué podemos hacer entre países europeos? Recuperar nuestra fuerza europea nos permitiría también ampliar esta perspectiva internacionalista.
El segundo nivel es, ante todo, la relación de Europa con África. Este tipo de internacionalismo también es muy difícil, especialmente para gente como yo, que venimos de África. Es muy difícil trabajar con nuestros países de origen. Yo soy marroquí y sé que hay un tema que no debo abordar en Marruecos: el del Sáhara Occidental [una región ocupada por el gobierno marroquí].
La cuestión colonial, la cuestión palestina, son también difíciles en la conversación con nuestro país de origen. Difícil no significa que no haya que hacerlo y un punto de partida son las diásporas.
Si no tenemos un trabajo con los países que están vinculados al pasado colonial de Europa, es decir, con Marruecos, Senegal, Malí, Túnez, no hay internacionalismo. A la Francia internacionalista le encanta vincularse con países como Argentina, Bolivia, Chile… Y le encanta porque no le cuesta nada, no tiene que cuestionarse nada.
Lo que es difícil es trabajar con Argelia, con el Congo. No hay nadie que quiera organizar cosas en estos países, con estos activistas, aunque haya activistas como nosotras que estén implicados allí y ni siquiera los conocemos.