Organización de mujeres mapuche en la dictadura chilena
Entrevista • Claudia Hernandez • 1 de noviembre, 2024 • Read in English
Llegué a la región de la Araucanía, al sur de Chile, en septiembre, mes de la memoria en que se cumplieron 51 años del inicio de la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. La Araucanía es parte del Wallmapu, territorio histórico mapuche. Aquí la dictadura también las emprendió contra el pueblo mapuche. A principios de octubre me trasladé a la ciudad de Temuco para conocer de estos procesos en el trawun (reunión en mapuzungun, lengua mapuche) sobre la reconstrucción de la memoria histórica mapuche.
En esa instancia, que repletó la sala de asistentes, participaron Lucy Traipe y Elisa Avendaño Curaqueo, quienes fueron dirigentas de la organización Admapu (palabra que significa la costumbre del territorio, en mapuzungun) en la década de los ochenta. Ambas comentaron desde sus propias voces y sentires, la enorme experiencia acumulada que forjaron allí. Hablaron de las primeras tomas de tierras en las que participaron, los encuentros que organizaron, las dificultades machistas que enfrentaron, las alegrías y las tristezas vividas en el espacio.
A 51 años del inicio de la dictadura cívico-militar (1973-1989) lo que quedó claro en el trawun en Temuco era que el trabajo de reconstrucción de memoria sigue siendo una labor permanente.
Para el pueblo mapuche, la dictadura fue un doloroso golpe a los procesos de organización y de lucha histórica por la recuperación de sus tierras, usurpadas por el estado nación chileno. El régimen de Pinochet no sólo desapareció y asesinó a más de 166 personas mapuche, sino que también dejó de reconocerles a ellos y a sus tierras como mapuche.
Esto generó procesos importantes de reorganización de la lucha mapuche, en donde las lamngenes (hermanas en mapuzungun) cumplieron un rol fundamental en la generación de estrategias de resistencia ante la represión vivida.
Es el caso de las lamngenes de los Centros Culturales Mapuche (CCM) y, posteriormente, de la organización Admapu que durante toda la década de los ochenta desarrollaron un enorme trabajo en las comunidades mapuche en defensa y recuperación del territorio, de la lengua, de la cultura, de la preservación de las prácticas y los saberes mapuche y también de contrainformación y denuncia de los casos de violaciones a los derechos humanos de personas mapuche.
Como señala la investigadora mapuche Simona Mayo, todas estas actividades contribuyeron de manera significativa tanto a la lucha contra la dictadura como al fortalecimiento de la identidad mapuche en tiempos álgidos de represión. Ellas fueron un pilar fundamental en “el levantamiento de una nueva fase de organización político mapuche y de integración de las domo (mujeres) en las dirigencias”.
Admapu en los ochenta fue una organización con presencia y estructura organizativa en las regiones de la Araucanía, del Biobío y de la Metropolitana de Santiago. A través de ella se lograba la tarea de difundir la situación de la lucha mapuche contra la dictadura y las acciones de recuperación de tierras y de eventos culturales propiamente mapuche a nivel nacional e internacional.
También marcó un hito en los términos del discurso, del pensamiento y de los horizontes de la lucha mapuche. Fue la primera organización en incorporar la idea de autodeterminación del pueblo-nación mapuche, tan patente en la actualidad.
A principios de los noventa, Admapu pierde su fuerza organizativa y una importante facción se retira para crear posteriormente la organización Consejo de Todas las Tierras. Esto sucede principalmente por la firma del Acuerdo de Nueva Imperial en 1989, una negociación que Admapu sostuvo con los partidos políticos que comenzaron a gobernar el Chile posdictadura. Como resultado de esa negociación, en el año 1993 surgió la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), el organismo del estado chileno encargado de ejecutar planes de desarrollo para los pueblos indígenas.
Desde ahí en adelante, Admapu mantuvo un estrecho vínculo con la CONADI. Sus voceros y representantes también han sido consejeros de esa institución. Hoy en día es una organización que sigue vigente y revitalizada por sus jóvenes dirigentes que también participaron en el trawun.
Al finalizar el trawun me acerqué a Lucy Traipe, quién de forma muy cariñosa aceptó que pudiera entrevistarla para Ojalá, invitándome amablemente a su casa en los días siguientes.
El camino hacia la casa de la lamgnen Traipe es una postal de los paisajes rurales de la Araucanía. Actualmente ella vive entre medio de cerros y campos en la comuna de Padre Las Casas, cerca de Temuco. Tiene 71 años y está dedicada al trabajo de cuidado de su madre, con quien vive, y al cuidado de sus huertas y animales.
Justo cuando llegué a verla, estaba trabajando en la huerta. Me enseñó las hortalizas que tiene sembradas, las aromáticas y las plantas ornamentales que van decorando sus espacios. Me dijo que la entrevista la haríamos a la sombra de unos hualles (árboles jóvenes) que están un poco más allá de un estero que cruza el terreno de su casa. Esta es una parte de nuestra conversación, que ha sido ligeramente editada para su comprensión.
Claudia Hernández: Si pudiera contarnos cómo surge su experiencia organizándose como mujer mapuche.
Lucy Traipe: Desde mi comunidad donde nací. La comunidad se llama Manuel Chavarría que está en la comuna de Lautaro y puedo contar por qué se llama así. Se llama así por el cacique, que era descendiente de españoles que llegaron aquí, que se quedaron de generación en generación y que se casaron con mapuche. Así, esta persona que no era mapuche, se transformó en mapuche porque ya venía de tres generaciones. Y en una comunidad, si una persona habla bien o escucha mejor, esa persona probablemente va a encabezarla. Así él quedó como cacique.
Yo nací y me crié en esa comunidad, donde había conciencia de que habían tantos predios botados, que podríamos nosotros organizarnos y manifestar de cualquier manera el hambre que estábamos viviendo en ese momento. Así yo desde temprana edad me involucré en esa organización. A los 17 años. Y ahí empezó mi vida dirigencial.
Esto fue cuando [Salvador] Allende asumió como presidente de la República (1970-1973). En ese tiempo existían los Centros de Reforma Agraria, que estaban en todos los asentamientos (en tierras recuperadas). Al interior de ellos surgieron los centros de madres. De ahí yo comencé a organizarme con las mujeres. Pero luego vino la dictadura militar y fui perseguida.
Luego, en el año 78, surgen los CCM y, en el 80, Admapu. Es lo mismo, solo que la dictadura hizo que se cambiara de nombre porque decía mapuche. Producto de eso pasó a llamarse Asociación de Pequeños Artesanos y Agricultores Admapu. Ahí logró su personalidad jurídica y lleva más de 40 años.
Yo asumí como dirigenta de Admapu en el año 1983 hasta el año 1991. Esta organización fue perseguida, sus dirigentes y sus bases. La gente fue perseguida, encarcelada y asesinada. Primero asesinaron a un joven de la Universidad de la Frontera, Manuel Melin, que realizaba trabajo voluntario en la comuna de Victoria. Al día siguiente a la organización vinieron a dejar una corona donde decía “ACHA (Acción Chilena Anticomunista) no perdona: hoy fue Manuel Melin, mañana serán ustedes”, con los nombres y apellidos de cada una de nosotras. Pero seguimos, continuamos igual. No nos cansamos.
CH: ¿Cómo se organizaban las mujeres mapuche en dictadura?
LT: Fue innato, pero también venía como parte de lo que dejó el proyecto de gobierno de Allende. Por ejemplo, en ese tiempo era el control maternal de la mujer en el campo porque para ir a la ciudad había que hacer una fila y no había mucho acceso al transporte. Había una sola micro que transitaba, donde venía toda la gente muy apretada. Era demasiado difícil, que cualquiera podía ver esa necesidad.
Entonces era necesario construir postas [consultorios de salud] rurales. Yo fui la representante para venir al hospital de la ciudad y poder decir lo que se necesitaba. Así se logró tener una posta rural para la atención de los niños, que se les entregara leche, se vacunaran, se controlaran y todo eso en el campo.
La organización de la mujer era difícil porque siempre ellas decían que tenían que dejar todo hecho: el pan, la comida, los pañales; porque en ese momento no existían esos pañales que se compran ahora. Las mujeres tenían que lavar los pañales y dejar todo listo. Tenían bien limitado su tiempo. Además tenían que contar con autorización de su marido. Nadie salía sin el permiso de su marido. Era muy complicado.
Entonces nos reuníamos en las casas. Yo llevaba información, porque yo recorría todas las oficinas buscando folletería, papeles informativos. Y eran cortas las reuniones, porque eran muy lejos y yo llegaba caminando. En ese momento era muy importante que tuvieran una organización en sus comunidades.
CH: También en ese tiempo hicieron encuentros con mujeres pobladoras de otras regiones para dar a conocer la lucha de las mujeres mapuche.
LT: Ahí llegaron personas de distintos lugares, pobladoras, estudiantes. Nos conocimos ahí. Y se conversaba sobre cómo ellas se organizaban en esos distintos lugares, porque sus experiencias eran distintas. Se hablaba del dolor, porque muchas mujeres tenían a sus hijos y a sus maridos desaparecidos. Entonces era una forma de acompañarse, de que no se era la única, sino que eran muchos casos más. Y no era para la lucha de la casa, ni para conseguir más leche o cosas, sino que cómo hacer justicia.
Nosotros como mapuche sufrimos detenciones y persecuciones que casi no sabía la gente, de cuando torturaban en la comunidad. Y nosotros solamente con los recortes de diarios, todo eso dábamos de conocer: del maltrato y la humillación que sufrimos.
Después, me acuerdo que salí en una revista, porque yo iba al encuentro con mi vestimenta mapuche. Yo tengo mi vestimenta y la uso cuando estimo conveniente que hay que poner resistencia. Y en Santiago había tanta discriminación que cuando íbamos nosotros con mayor razón usábamos nuestra vestimenta y hablábamos mapuche.
CH: Y luego de la dictadura ¿siguió organizándose?
LT: Cuando dejé de ser dirigenta de Admapu en el año 91, me involucré a trabajar en la institución, que era la comisión especial de los pueblos indígenas. Luego en el 93 se crea la CONADI. Trabajé ahí durante 26 años.
Durante ese tiempo yo también tenía mi organización, el Comité de vivienda, en la cual era la presidenta. Pudimos lograr tener la vivienda progresiva, que era la peor vivienda que había entregado en ese entonces la dictadura. Nosotros lo único que queríamos era tener agua y luz. El resto lo hacíamos solos.
Ahí nos encontramos con la llamada “La alegría ya viene” [frase de la campaña del “No al régimen dictatorial” en el Plebiscito del 1988, alusión al inicio de los gobiernos posdictadura]. Nosotros hicimos carne y hueso para que se hiciera realidad la casa y no se entregara cualquier cosa a las que éramos jefas de hogar y tampoco que las otras personas se quedaran mirando sin casa durante un año más.
Entonces exigimos solución a las 83 familias que estábamos ahí, no a las cinco o seis personas jefas de hogar, sino a todos. Así logramos tener vivienda en Temuco.
CH: ¿Cómo ve usted la situación actual de la organización mapuche y de las mujeres mapuche?
LT: Yo veo que la organización está muy dispersa. Yo creo que no hay una organización exclusivamente de mujeres. Quizá, a lo mejor para conquistar algún proyecto específico puede que sí.
Es bien compleja la situación, porque en el contexto de represión se ve que se va a seguir sufriendo. Pero creo que la manera en que puede reorganizarse la lucha es recuperando el valor que tiene la organización en cada sector, en cada comunidad y responder a ellas. Porque cuando una tiene responsabilidad con su comunidad, entonces avisa de las reuniones, los encuentros, las actividades, y ahí puede hablar a nombre de la comunidad. Y eso no necesariamente se está haciendo ahora, porque cada persona habla y dice lo que se le ocurre y en la comunidad ni se enteran.
CH: Por eso su mensaje, entonces, es darle valor a la organización en las comunidades.
LT: En cualquier organización. Sin olvidar que la lucha de la mujer es también construir lo propio.