Feministas bolivianas contra la crisis y los pactos patriarcales
Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar y Claudia López Pardo • 22 de noviembre, 2024 • Read in English
La lucha feminista en Bolivia trasciende los cálculos de la asamblea legislativa y el desorden del sistema judicial que simulan la resolución de los graves conflictos de la política patriarcal.
Va mucho más allá de la confrontación entre fracciones partidarias que, en días pasados, ha anulado la reelección indefinida y ha inhabilitado a Evo Morales como candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS) para las elecciones del 2025.
En Bolivia hoy, continúa y se expande la difícil y perseverante reconstrucción de capacidades antipatriarcales, feministas y antiextractivistas a ras de suelo, en medio de crecientes dificultades para el sostenimiento de la vida.
Pactos rotos
Los bloqueos de caminos llamados por Morales aislaron el departamento de Cochabamba del resto del país durante veinticuatro días en octubre y principios de noviembre, ocasionando desabasto y alentando una brusca subida de los precios de los productos básicos.
El conflicto fue la amplificación a escala departamental de la intensa disputa que el MAS ha tenido en su interior durante los últimos dos años. Giró, una vez más, en torno al derecho que Evo Morales reclama para sí a reelegirse como candidato a la presidencia por el partido el próximo año.
Terminaron los bloqueos en una drástica y violenta acción de desbloqueo por parte de la policía y muchas detenciones. Las acciones policiales fueron, como en pocas ocasiones, aplaudidas por buena parte de la población.
A estas alturas del conflicto existen amplios sectores sociales y políticos dentro del mismo MAS —partido en el gobierno desde hace casi dos décadas con una breve interrupción en 2019-2020— que exhiben su inconformidad con la situación. Esta fracción ha decidido romper la estabilidad del pacto patriarcal que permitió la concentración de las decisiones principales del partido y del país en manos de Morales.
Eso marcó una diferencia de lo que ocurrió en 2019, cuando Morales renunció a la presidencia y abandonó el país en medio de otra intensa confrontación política. Entonces operaba el pacto previo, que concentraba todo el poder en la figura de Morales.
Aquel arreglo había permitido que Morales se convirtiera en la figura mediadora por excelencia de la política boliviana durante más de una década. Era él quien, a fin de cuentas, tenía la última palabra en cada asunto público, de ahí su carácter de caudillo.
Durante octubre y principios de noviembre, terminó de quebrarse el pacto.
Al querer seguir monopolizando la prerrogativa de decidir sobre todos los asuntos de interés público y colectivo, además de nombrar y remover funcionarios y dirigentes del partido a su entero capricho, Morales pasó de ser una figura que aseguraba la cohesión interna del MAS a convertirse en un estorbo. Incluso se empeñó en boicotear el gobierno presidido por alguien que él previamente escogió, el actual presidente de Bolivia, Luis Arce Catacora.
Disputar y disminuir las capacidades políticas de un caudillo como Morales no está siendo tarea sencilla. Hasta ahora, la confrontación se presenta de una forma polarizada que busca anular al contrincante a través de acciones de fuerza. Quienes hoy increpan a Morales han sido durante años cómplices de sus excesos y desmanes.
Lo más difícil es que después de todo ese tiempo de permisividad con acciones abusivas, de anulación de la deliberación interna en el partido y en la sociedad, y de disciplinamiento extremo de las organizaciones sociales y colectivas para convertirlas en meros apoyadores de las decisiones verticales del “líder”, las habilidades colectivas para deliberar y hacer acuerdos se han visto muy mermadas.
Paralelo a la cultura del liderazgo único se generó una cultura del acatamiento, la obediencia y el silencio. Por eso en estas últimas semanas toda la estructura política cruje y amenaza con desplomarse. Es entonces cuando la derecha boliviana ha revivido. Se frota las manos y se dispone a recuperar los espacios de gobierno de los que ha estado ausente durante largos años.
Reforzar las autonomías
Aun en este contexto político de disciplinamiento y poderosos pactos patriarcales, se ha cultivado dificultosamente por fuera del aparato partidista una constelación de esfuerzos colectivos de defensa de los territorios, las aguas y los bosques así como de luchas contra todas las violencias patriarcales, coloniales y capitalistas.
Las formas organizativas de todo este conglomerado de esfuerzos, prácticas e intenciones que ponen en el centro el cuidado de la sostenibilidad de la vida colectiva van madurando entre grandes dificultades, sobre todo económicas.
No pueden compararse, todavía, con las grandes instancias de articulación sindical y corporativa que en otras épocas sostuvieron la heterogénea fuerza social que recuperó la capacidad colectiva de intervenir en los asuntos públicos. No obstante, hoy el tejido es muy amplio y se expande por vastos territorios.
En Cochabamba, la geografía donde se desarrollaron los veinticuatro días de bloqueo “evista”, las mujeres, feministas y disidencias se están preguntando ¿cómo mantener y ensanchar la fuerza feminista?
Es un escenario donde las violencias se respiran cotidianamente. Las crisis superpuestas de desabastecimiento y carencia en medio de belicosos discursos que aturden devuelven a la memoria algunos aprendizajes que conectan la coyuntura con noviembre del 2019, cuando Morales renunció y se fue a México.
Con todo, el tiempo no es el mismo. Hoy existe una certeza: urge llamarse y convocarse para nutrir espacios de conversación entre mujeres y disidencias. Hay que crear vocabulario que nombre lo que ocurre, sacar las preocupaciones cotidianas y reflexionar agudamente sobre las posibilidades que se abren en medio del desconcierto.
Si las crisis llegaron a romper los vínculos y relaciones, el contenerse, el apañarse ha convertido a las asambleas feministas en lugares donde se habilita la confianza y se habla sin tapujos, haciendo seguras las palabras y los planes para el hacer político.
Es así que los espacios asamblearios se producen contra la desorganización, la confusión y la creciente fascistización del tejido social. Las asambleas feministas son una acción de autodefensa radical que tensa los hilos de la crítica antipatriarcal para nombrar las cosas como son.
No se puede tapar la “cultura de violación”, como expresa María Galindo, anidada en la forma política liberal que caracteriza a los partidos y al caudillo. Morales actualmente está atrincherado en el Chapare, en parte a raíz de un proceso legal abierto en su contra por la violación de una menor.
Las feministas insisten en que el acoso, los abusos, la violaciones sexuales no se negocian. Denunciar la violencia machista es un acto de justicia y de rebeldía. La lucha desplegada en el último decenio es contra la impunidad. Los márgenes de lo que antes era “aceptable” han cambiado.
Los políticos ya no son intocables
No está siendo sencillo producir sentido. Los veinticuatro días de bloqueo de caminos en Cochabamba produjeron en la población una sensación de asfixia y urgencia cotidiana que entrampa los esfuerzos de las colectividades críticas.
En los espacios de mujeres se señala con claridad que fascismo es también la normalización de la militarización de la sociedad y la violencia o el resurgimiento de grupos paramilitares como la Resistencia Juvenil Cochala (RJC). En el encuentro entre mujeres se insiste en la crítica a la naturalización y la extensión de las violencias militares a nombre de la seguridad.
Repudiar todas estas violencias es una acción-verbo para preservar la vida. Esta acción puede acarrear consecuencias no deseadas. Las feministas saben que es un tiempo de contraofensivas conservadoras que tienden a disciplinar los deseos y los cuerpos de las mujeres.
Hoy las instituciones, el municipio de Cochabamba y los partidos de derecha llaman a recuperar los “valores morales”. Se percibe que se abre una revancha cargada de odio hacia las feministas y sus luchas que han sacudido las calles. Ahora, como siempre, los aprendizajes de autocuidado y autodefensa son imprescindibles.
Precarizadas y en lucha
Las consecuencias de la aguda precarización se sienten en los cuerpos y en las emociones de las mujeres y disidencias que vislumbran estrategias concretas para paliar la crisis económica que tiende a individualizar y aislar. No se pierde la esperanza en el tejido común que a modo de red contiene diversas potencias.
Así, cargadas con diferentes preguntas las mujeres y disidencias llegan al 25 de noviembre, día internacional contra la violencia contra las mujeres. Politizando de manera situada la complejidad del contexto actual, feministas urbanas reafirman que las mujeres no son un sector de la sociedad, sino una inmensa parte de ella, que está en lucha.
La actual coyuntura boliviana reta a las mujeres a sacar la voz, poner palabras para nombrar las otras violencias e hilar la lucha por la transformación de la sociedad en un país hoy desgarrado. El lunes 25 de noviembre será un momento fértil para escuchar esos murmullos, esas voces múltiples que quizá puedan comenzar a convertirse en un coro más afinado y pleno.