Contra la confusión política
Opinión • Libertad García Sanabria • 3 de mayo 2023
Pienso en Berta Cáceres y Marisela Escobedo Ortiz y al hacerlo siento una gama de emociones que inician en la rabia pero la trascienden. Tocan la tristeza, la frustración, la pérdida, la desolación, la desesperanza, el hartazgo, la añoranza.
Ambas eran mujeres comprometidas con las luchas, ambas articulaban redes de resistencia en contextos muy difíciles. Berta fue asesinada en su casa en Honduras, la noche del 2 de marzo del 2017.
Marisela fue asesinada en la ciudad de Chihuahua, México, a plena luz del día mientras protestaba frente al palacio de gobierno por el feminicidio de su hija Rubí, en el 2010.
Desde entonces, han habido muchas campañas y esfuerzos hacía la memoria y la justicia. Pero pensar que la solución a estas violencias se encuentra solamente en la arena política formal, me hace experimentar un desorden que llamo confusión política.
Creer que encontraremos plena resolución a nuestros malestares desde y con esas herramientas tan hechas a la medida del heteropatriarcado, del capitalismo neoliberal, del estatismo autoritario es el fondo de la confusión política.
Al caer en tal confusión, solemos colocar todas nuestras energías, recursos, fuerza y fortalezas disponibles en el entendimiento y aprendizaje de procedimientos y procesos ajenos. Le damos toda nuestra vitalidad al sistema.
La confusión brota porque en nosotras habita el deseo ardiente de participar de esa cosa pública que permite ser parte del arreglo común, debatir sobre lo que nos afecta a todas las personas. Nos interesa producir decisión sobre temas generales y desde esa práctica, generar y experimentar comunidad.
Es un deseo y potencia de creación y alcance civilizador. De ese tamaño, ni más ni menos.
Navegar la confusión
En el terreno de la exigencia de justicia una cara de la confusión política se manifiesta al creer que —sólo— recurriendo a la justicia institucional lograremos devolver a nuestra vida lo perdido tras padecer violencias, despojos y maltratos ecocidas y feminicidas.
Es cierto que por la vía de la política convencional, vinculada a leyes e instituciones, se han logrado ajustes y transformaciones, que significan consensos históricos. Se ha logrado, por ejemplo, sentencias que reprueban el actuar de gobernantes autoritarios.
Pienso en las mujeres ixiles que se plantaron frente a Efraín Ríos Montt, el ex-dictador guatemalteco sentenciado por genocidio. El empeño y las palabras de las mujeres ixiles lograron la condena formal del genocida.
También evoco la lucha de Beatriz en El Salvador, quien sufrió la violencia institucional que le impidió un aborto a pesar de las condiciones médicas adversas para ella y para su hijo en gestación. La muerte de Beatriz y de su hijo alientan la lucha por la despenalización y legalización del aborto en contextos de terrible desprecio hacia las mujeres.
Estoy consciente de que el proceso y la reflexión colectiva que lleva a tales sentencias son útiles aunque muchas veces dolorosas. Pero las resoluciones no se acatan a cabalidad por los gobiernos en turno, perpetuando con ello sus vicios de autoritarismo y aumentando el malestar. Topamos con un muro de desprecio.
Otra cara de la confusión política se observa en la sutil usurpación de quienes gobiernan y son—supuestamente—servidores o representantes públicos. Y es esa forma deshonesta de actuar la que, de manera generalizada, aun si la reconocemos, no hallamos manera de distinguir como “quehacer político” admisible.
Se trata de la usurpación del trabajo ajeno, creer que una/uno es el/la autor/a único de una obra, cortando el vínculo, el cordón umbilical hacia las personas y la comunidad que nos hicieron llegar al lugar actual de pensamiento y obra. Esta es, por excelencia, la obra de los políticos: hacer pasar por suya la obra colectiva, colocarle sus colores y borrar la firma de las demás personas partícipes.
Confundir como modo de gobernar
Recién el pasado 15 de abril se realizó en la Ciudad de México una conferencia de prensa sobre la desaparición de Ana Arizbeth Soto Font, conocida como Inof, compañera dedicada al rap, por parte de una vocera ciudadana. Fue desaparecida el 8 de abril en el poniente de Ciudad de México, y fue encontrada el 15 de abril en el norte de la ciudad.
Fue la red de familiares y amistades quienes encontraron a Soto Font después de organizar brigadas ciudadanas de búsqueda y emprender su propia investigación.
Por su parte, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México emitió un comunicado que contradice la información de la red ciudadana en torno a Soto Font.
La principal discrepancia es que en la rueda de prensa se declara que ella fue retenida contra su voluntad y que a pesar de que su captor, encontrado en flagrancia, fue entregado a las autoridades, éstas lo dejaron en libertad.
En contraste con ello, la Fiscalía declaró que Soto Font fue localizada “sana y salva” y que “su ausencia habría sido voluntaria y no fue víctima de delito”.
¡Qué terrible confusión y despropósito encierra este actuar de la Fiscalía que pasa por encima de la vida y la seguridad de las mujeres! ¡Una vez más!
La confusión política en este caso se incrementa, al saber que la Ciudad de México es gobernada por una mujer, Claudia Sheinbaum, otrora acompañante de causas en busca de justicia. Hoy, su cercanía y obediencia al actual presidente la apuntalan como fuerte candidata a la próxima presidencia del país.
Para ampliar todavía más la confusión, está el hecho de que la Fiscalía de esa ciudad es dirigida por Ernestina Godoy Ramos, abogada que inició su trayectoria en la sociedad civil organizada antes de integrarse en la política formal.
Cuerpo de mujer no garantiza perspectiva feminista, pero esta circunstancia revela varios contrasentidos de la institucionalización de la participación política de las mujeres. Estas mujeres podrían ser valiosas mediadoras entre las mujeres víctimas y el Estado; podrían ser agentes de una otra forma otra de enfrentar la violencia feminicida.
La política primera y la política subordinada
Las mujeres de la Librería de Milán utilizaron las figuras de la política primera y la política subordinada para abordar esta tergiversación de la participación de las mujeres en la resolución de las necesidades comunes, cercanas y cotidianas. Al profesionalizarse, la política primera sufre un escalamiento, un alejamiento simbólico y material de las personas y sus necesidades para colocar en el centro la disputa por el poder.
Abona también a la confusión que eso que importa e involucra a todas las personas se nombra en masculino: “lo político”, mientras que se alude en femenino a esa dimensión que puede ser corruptible, deshonesta, vendible: “la política”.
Otro rostro de tal confusión es el reconocimiento que el propio sistema político formal otorga a las resistencias más maleables en forma de medallas, financiamientos y galardones, calificando y jerarquizando nuestras diversas formas de lucha. Asocio tales momentos de reconocimiento del sistema con lo precario pues rechazarlos es un lujo. No son de suyo negativos los acuerdos logrados, pero éstos nunca son plenos. Son distracciones que lejos de generar ruptura con las causas profundas que originan la violencia, la refuncionalizan y reutilizan.
Sí te interpela construir lo común y te identifica en esta reflexión, ten paciencia.
Todos los y las presidentas, los y las candidatas, las y los políticos van a decepcionarte, porque de suyo, esa institucionalidad, creada desde el centro del poder patriarcal/Estatal está para conservar el control y encauzar las disidencias para que aminoren su potencia transgresora institucionalizándola. Buscan acomodar las demandas más radicales en el andamiaje existente dentro de los márgenes de lo política y legalmente posible.
No distinguir entre política primera y subordinada aumenta la confusión. El orden político premia a uno y niega al otro. Por ello mirar cómo tantas compañeras dedican sus jornadas, sus talentos, sus inteligencias dentro de tales estructuras me resulta confuso. Pero cada que llega esta confusión busco trascenderla para reconocerlas como mediadoras y agradecerles su trabajo guiándonos por los tentáculos del sistema.
Cuando he necesitado del lenguaje del derecho penal para la defensa de una compañera en situación de reclusión o para denunciar un abuso sufrido, ellas han estado ahí para acompañar.
Su trabajo me resguarda y permite explorar una política otra, ensayando cotidianamente un entre nosotras al habitar una radicalidad posible gracias a la red feminista que nos va entramando en cuidados.
Para quienes ensayamos estas prácticas nos propongo asumir el sanar y el crear desde el amor y el gozo alternativas de un entre nosotras. Eso nos permita crecer lo radical para incorporar a las otras que median con el sistema, para que cada vez seamos más las que podamos tener las condiciones de existencia para desplegar nuestras potencias.
Radical es abrir una casa para mujeres donde puedan sostener su cotidianidad mientras estudian; crear un banco de tiempo para intercambiar sin la mediación del dinero, posibilitar una red multitrueke, convocar círculos de estudios feministas, sostener y habitar proyectos comunes de vivienda, promover espacios de creación, defender y reconectar con la alegría y la naturaleza.
No abandonar la política primera permitirá reconocer la autoría creadora de las mujeres en la historia y recuperar un relato esclarecedor para darnos guía y medida entre nosotras. Crear el entre nosotras es nuestra restitución de la política en clave feminista.