En Cochabamba, las feministas politizan la precariedad
Opinión • Claudia López Pardo • 7 de marzo, 2024 • Read in English
Nos encontramos con Rosa en la primera asamblea organizativa del 8M a la que llegamos con mucho esfuerzo el 24 de febrero. Ella es una joven de 29 años que hace parte del gran río de mujeres cochabambino que cada año suma fuerza, rabia, deseos y lucha.
En las asambleas, que se instalan en algunos parques de la ciudad, se habla de los temas que nos convocan a movilizarnos. En su intervención Rosa cuenta que hace poco más de un año tiene trabajos eventuales, ella como otras jóvenes, tras terminar sus estudios universitarios, conforma la gran masa de mujeres con trabajos informales, sin seguridad social, ni salario fijo.
El testimonio de Rosa es como una fuente de reflejo para muchas de nosotras cuando nos preguntamos cómo estamos. El año pasado ya lo decía otra compañera en su cartel: “Yo no soy fuerza de trabajo mal pagada”. Esa consigna ilumina este tiempo contradictorio que nos llama a politizar los trabajos que realizamos las mujeres en los diferentes ámbitos de la vida.
Conectar esta reflexión con las crisis, si bien es un ejercicio encarnado, no es fácil de hacer. La sensación de estar orilladas a resolver como se pueda los efectos de la incertidumbre económica se siente como caminar en lodo. En los feminismos los debates que venimos dando sobre las crisis nos hacen ver una continuidad entre la pandemia, las dificultades de los sistemas de salud, y los efectos del ecocidio.
No está siendo sencillo guardar centro en un contexto donde las crisis se nos presentan como un denso ensamblado. Nuestra situación inestable nos genera un nivel de incertidumbre que estamos aprendiendo a gestionar y politizar desde los ámbitos del trabajo reproductivo y las tareas del trabajo inmaterial. Nuestra autonomía económica se encuentra en cuestión y es frágil, y asumimos que vivimos una vida precarizada.
Para responder a la pregunta cómo estamos sosteniendo la vida en el actual contexto, me hace sentido partir de lo siguiente: las crisis recaen sobre cuerpos concretos. Entonces se hace urgente ampliar la mirada. En estas condiciones estamos llegando al 8M.
Caminando a contracorriente
Las crisis económica, ecológica, política y social y los efectos que dejó la pandemia sobre la salud están presentes en un tiempo que niega su existencia y amplitud.
Vivimos en un enmascarado contexto político neoliberal que ha reforzado las dominaciones patriarcales, coloniales y capitalistas. Las mujeres que habitamos las diferentes luchas pertenecemos a varias generaciones de mujeres urbanas que vivimos el hoy a partir de una precarización creciente, asunto compartido que alberga nuestra condición de profunda inestabilidad material basada en la falta de acceso a tierra-territorio, a trabajo permanente, a vivienda y a garantía de subsistencia.
En una conversación sobre cómo nombrar el contexto actual, Carolina de 30 años dijo “aunque hay crisis, hay comida”. Ésta afirmación muestra que quienes están paliando la crisis son los productores campesinos y las comunidades que trabajan en la agricultura familiar. Los días sábados y domingos a muy tempranas horas, en los mercados se puede encontrar a caseras (vendedoras) que ofrecen diversos productos a precios no tan elevados, aunque poco a poco van subiendo.
¿Quién nos precariza?
Esta pregunta sobre la precariedad la hizo Fabu en la segunda asamblea organizativa del 8M. Bolivia está entrando a un tiempo muy complejo y es difícil entender por qué el estado no termina de aclarar qué es lo que pasa en la economía. Lo que sí sabemos es que el ciclo de “bonanza económica” proveniente del extractivismo ya llegó a su fin.
Mientras el estado sigue apostándole al modelo extractivista, cuya geografía expansiva se ubica en el oriente, el debate actual se centra en la economía del dólar, la subida de los precios de los productos importados y la posible devaluación del peso boliviano. A la vez, los gobernantes navegan una crisis múltiple expresada en su propia incapacidad de mantener los puestos de trabajo y los salarios del sector público, como muestra el cambio de contratos laborales a contratos civiles, principalmente en el sector salud, educación, y en los municipios.
La realidad es innegable, gran parte de la crisis económica, de manera indirecta, está sostenida por la agricultura familiar y por las mujeres que realizan malabarismos para hacer alcanzar el dinero y que el alimento no falte en las casas. Lo que queda claro es que las injusticias continúan y las violencias también.
Con todo, las crisis se sostienen sobre el cuerpo de las mujeres y las comunidades que garantizan la reproducción de la vida.
Lo que nos junta
La vida se nos presenta imposiblemente dura y aun así el acuerpamiento es un deseo presente.
Para nosotras el 8M no es un evento aislado, es un proceso creativo inmenso donde se junta el trabajo político cotidiano y la fuerza desplegada. Una suma de prácticas políticas autónomas y autogestionadas que hoy en día nos animan a plantear un necesario debate con lo institucional del género y lo partidario. Es un proceso cuyo tiempo asambleario permite la deliberación para la creación de pisos comunes que abren propuestas concretas. La asamblea renueva la clave orgánica desde la politicidad feminista que va más allá de lo sindical y de lo partidario, hoy tan instalado como sentido común en Bolivia.
La asamblea, nuestra asamblea, permite la práctica del vínculo entre nosotras. Por ello, insistimos en el modo asambleario como una brújula que guía.
Este año crear movimiento está significando sostener relaciones y vínculos a diferentes profundidades. No es un ejercicio sin contradicciones, más aún en un tiempo de crisis que individualizan y aíslan. El mensaje que determinan las asambleas dice así: “frente a la precarización de la vida, el 8M marchamos emputadas y organizadas”.
Después de hablar, Rosa salió con prisa de la segunda asamblea, donde varias colectivas habíamos conversado largamente. Ella tenía prisa porque ese día se trasladaba de casa. Desde el año pasado, la sensación de que no es sostenible vivir sola se ha venido asentando, entonces decidió compartir vivienda, para así abaratar los gastos de alquiler y manutención. Al verla partir tan afanada, algunas pensamos: todas somos Rosa un poco o mucho, somos ella. Lo que nos junta es la certeza de que solo podremos sostener la vida a partir de reactivar una y otra vez la forma comunitaria y todo lo que aprendimos sobre la colectivización de la política.
Para nosotras, las mujeres y las disidencias, el proceso del 8M es una afirmación que nos llena de fuerza y vitalidad.