Abolición, feminismo y reproducción social
Libros • Susana Draper • 26 de marzo, 2024 • Read in English
Este es el segundo fragmento de la introducción de Libres y sin miedo. Horizontes feministas para construir otros sentidos de justicia. Tinta limón, marzo 2024. Haz click aquí para leer el primer fragmento.
Desde América Latina, la capacidad de conectividad entre luchas que ha complejizado la comprensión de las violencias viene de la fuerza de los feminismos populares en la lucha por la reproducción social.
En articulación con el análisis de Silvia Federici sobre la crisis de reproducción social, los saberes generados desde la defensa de la vida, los territorios, la tierra, la alimentación, el trabajo, los deseos y la salud dignos en heterogeneidad múltiple son puntos claves de las luchas feministas.
Con esto, se han iluminado puentes de lucha que conectan la devaluación y precarización permanente del trabajo reproductivo, la defensa del territorio, la tierra y la alimentación frente a la expansión capitalista expropiadora avalada y sostenida por el Estado y la lucha contra las formas de criminalización que acompasan la última década.
Desde Estados Unidos, lo que empezó como un #MeToo de corte más espectacular desde Hollywood dio pie a otros procesos que han vuelto a poner en la mesa una larga tradición de saberes feministas de base que, desde la comprensión de las violencias interpersonales y sistémicas, articularon la lucha por la abolición del sistema industrial penal que se ha reactivado de forma intensa en los últimos años a partir de #BlackLivesMatter y, posteriormente, de #DefundThePolice.
Cuando se nos propone la criminalización como modo de respuesta a los problemas generados por el capitalismo patriarcal y racista, se está borrando la complejidad del análisis feminista de las violencias en plural, y se nos está imponiendo nuevamente una lectura unidimensional de la violencia contra las mujeres. Se intenta imponer nuevamente soluciones individualizadas hacia individuos patologizados por el sistema de criminalización y centrar las luchas feministas en el tema de la violación como asunto “aislado” por parte de subjetividades también aisladas y patologizadas.
En este contexto, propongo que se abren más posibilidades cuando conectamos la lucha por asegurar la reproducción social que los feminismos populares han puesto en el centro y la lucha por la abolición del complejo industrial penal desde la insistencia en la necesidad de sostener una vida digna y formas de relaciones sociales fuera del imaginario de lo descartable que rige la política económica y la invisibilización de vidas en las cárceles.
Al tomar el cruce entre las luchas feministas populares por la reproducción social y las luchas para abolir las violencias de la sociedad carcelaria como dispositivo de lectura, planteo que se hace visible de forma más explícita una lectura compleja de las tramas de violencias interpersonales y sistémicas desde un rechazo al encuadre que propone al sistema de “seguridad” neoliberal como una solución.
Si una clave de los feminismos populares y abolicionistas del complejo industrial penal en el presente ha sido complejizar las formas de entender las violencias, parte de nuestra labor crítica viene de poder traducir esto en la forma en que imaginamos los modos de lidiar y de terminar con esas violencias en múltiples dimensiones.
Esto implica también el esfuerzo de descentrar la pregunta múltiple sobre la justicia, que generalmente es entendida como la gestión de un castigo en el tiempo después de que pasó algo, para poder entrelazarla con una pregunta sobre las condiciones materiales y afectivas para poder vivir vidas dignas fuera de la intensificación de múltiples injusticias generadoras de más violencia.
Abolición en el centro
“Abolición del complejo industrial penal” es el término que propuso, a fines de los años noventa, Critical Resistance/Resistencia Crítica para nombrar el complejo cruce de intereses gubernamentales y capitalistas que se ponen en juego en los procesos de expansión del sistema carcelario y de formas cotidianas de vigilancia policial que van asediando a las personas y comunidades cuyas vidas son más precarizadas por el neoliberalismo.
La expansión de este sistema, al compás del achicamiento feroz de las condiciones materiales para la reproducción de la vida colectiva, fue imponiendo una serie de sentidos en los que se empezó a relacionar seguridad con vigilancia, policía y encarcelamiento. En este marco, las luchas abolicionistas de la sociedad carcelaria han insistido en la capacidad de imaginar otro modo de vida desde una pregunta clave: ¿Qué implicaría imaginar una vida social en común y en heterogeneidad que no use la cárcel y la criminalización como recurso para resolver una serie de problemas vinculados a las violencias y formas de precariedad generadas por el propio sistema?, ¿qué precisaríamos para que esto fuera posible?
La pregunta es enorme y puede ser paralizante si la enfocamos en la idea de encontrar una fórmula o un espacio abstracto que reemplace la cárcel. Como dice Angela Davis, es importante comprender la sociedad carcelaria como sistema, es decir, no solamente asociarla con la figura material de las cárceles como algo que necesitamos reemplazar con otro lugar similar (un depósito de problemas).
Una clave es poder comprender el conjunto de mecanismos que la sostienen: “relaciones simbióticas entre comunidades penitenciarias, corporaciones transnacionales, conglomerados mediáticos, sindicatos de guardias, y programas legislativos y judiciales”, como escribe Davis en el texto “Alternativas abolicionistas”.
Al hacer inteligible la sociedad carcelaria desde un sistema de relaciones, surgen preguntas para pensar una capacidad estratégica concreta dentro de un horizonte de sentido a largo plazo: ¿Qué consecuencias tienen a largo plazo una serie de operaciones políticas concretas de hoy? Por ejemplo, si exigimos más criminalización, ¿qué consecuencias tendrán estas medidas a largo plazo?, ¿a quiénes les afectará más si esto se plantea en un momento de crisis reproductiva? Sabemos que las cárceles son, como decía un grafiti, un lugar “al que los ricos nunca entran y del que los pobres nunca salen”. En este sentido, abolición es “una herramienta organizativa y una meta a largo plazo”, donde se plantea la posibilidad de articular visiones políticas de lo que sería “una sociedad re-estructurada”, en palabras de Andrea Ritchie y Mariame Kaba.
Por esto, al igual que en las luchas feministas que ponen la reproducción social en el centro, se trata de intervenir simultáneamente en una multiplicidad de planos, tales como las luchas presupuestarias participativas a niveles municipales y estatales, para apostar más al fortalecimiento de la vida comunitaria con vivienda, educación, salud, cultura, entre otras cosas; las luchas por cerrar cárceles y apostar a formas de organizaciones e instituciones comunitarias que permitan lidiar en serio con alternativas a cómo enfrentar y responsabilizar situaciones de conflicto, daño y masculinidades tóxicas; luchas específicas a nivel legislativo para descriminalizar y achicar la expansión del sistema de vigilancia policial, etc.
No es casual que, en un momento de intensificación de las violencias al compás de los procesos de expansión y expropiación capitalista, las luchas por la reproducción social de la vida común y por la abolición del sistema carcelario estén siendo clave en una cantidad de territorios. Se trata de procesos múltiples centrados en retomar y construir formas más integrales de existencia colectiva donde la seguridad se signifique desde otros lugares materiales que enhebran la posibilidad de establecer relaciones sociales dignas.
En ese sentido, el presente de las luchas feministas y las abolicionistas del sistema industrial penal que están aconteciendo en diferente intensidad y estilos (la primera más intensa en el Sur, y la segunda en el Norte) van haciendo posible abrir universos de sentidos para la supervivencia colectiva.