8M en Cochabamba: feminista, antifascista, y llena de vitalidad
Opinión • Claudia López Pardo • 20 de marzo, 2023 • Read in English
Donde termina el límite del centro, pasado el puente de Cala Cala, comienza la avenida Libertador, que se conecta con la zona de Cochabamba que, en tiempos de guerra es bastión de grupos parapoliciales agitados por el artefacto político de la polarización.
Durante la guerra latente, se activan y desactivan violencias según los pactos patriarcales entre el estado y otros actores político empresariales y se yuxtaponen con las crisis.
A las cochalas nos está sirviendo nombrar la guerra y sus violencias.
En ese límite está instalado el monumento al deportista ubicado a las afueras del Estadio Félix Capriles. La madrugada del 8M, la estatua amaneció intervenida. Un cartel morado que decía “8M: la era feminista” le colgaba de la cintura. En la espalda cargaba un qhepi (bulto), y en ambas manos una bandera wiphala y un símbolo feminista respectivamente. Una pañoleta morada le adornaba el cuello.
Un periódico local recogió la alusión al 8M. Esta acción rebelde resonaba con otros actos iconoclastas extendidos a lo largo de Bolivia en los años recientes.
Cuando escuché la noticia, mi rostro se llenó con una gran sonrisa. Me encontraba preparándome para ir a la okupacción, un espacio okupa convocado a las afueras de la universidad pública, a la vez un llamado de acción.
La okupacción feminista autónoma—no institucional y apartidaria—estaba llena de colorido y de manos trabajando. Un taller de twerk le inauguraba, homenajeando a la gran vulva subversiva y pecadora. Este lugar fue el nodo central donde confluyeron las múltiples colectivas y tramas que participaron en el 8M.
Lo más llamativo fue la amplia respuesta a la convocatoria del cartelazo: varias chicas se juntaron para escribir sus carteles con las consignas más creativas. “Nuestra lucha es tan urgente que hasta las introvertidas estamos acá” se leía una. Al leer el cartel, empecé a temblar.
Pasadas las cinco de la tarde se desplegó la movilización: un caudaloso río de mujeres, iluminado por la luz del atardecer.
Resaltaba la purpurina de los rostros brillantes de las más jóvenes; en las vestimentas predominaba el negro, el morado y el verde.
Mirando desde alguna esquina céntrica era difícil cuantificar el tamaño de las movilizadas: pasaban chicas con diversos atuendos, en grupos pequeños, o en pares, mamás con bebés, y muchas niñas pequeñas. También iban las mujeres más grandes que se iban sumando a la marcha en el primer tramo, llegaban corriendo luego de sus trabajos.
Era una especie de cita donde la autoconvocatoria era la contraseña. La forma que iba tomando la movilización rompía completamente con el esquema militante clásico en Bolivia. Las chicas no desfilaban, se movilizaban, mientras cantaban y gritaban consignas, bailaban sosteniendo sus carteles y sosteniéndose entre ellas.
Encabezaron la marcha cuatro chicas que cargaban la manta con la consigna de este año: Ante las violencias fascistas aquí la era feminista. En otro bloque, la batucada femme diversa animaba haciendo retumbar las calles con toda su fuerza.
La marcha llegaba a los juzgados y se realizaba la acción de las familiares y acompañantes de sobrevivientes de violencias patriarcales contra la injusticia estatal. A los lados, la comisión de autodefensa cerraba las calles lidiando con el tráfico vehicular, desatando caos en el centro cochabambino.
Nunca antes la marcha autónoma había ido más lejos del centro o del norte.
Este año tomó las calles de lo popular, bordeando el sur, abriéndose y enviando una señal de pertenencia territorial y rompiendo el estigma que carga al sur como lugar “inseguro”.
La movilización marcaba la ciudad en su flujo: presencia y acciones colectivas, lenguaje y poder producido en común.
Graffitis, pintas y denuncias que marcan un límite a las injusticias, a la impunidad de las instituciones y a las violencias cotidianas quedaron a su paso. Las paredes del centro parecían los diarios íntimos de las jóvenes expuestos al público donde la emocionalidad toma forma de denuncia, escrache y busca reparación: “se va a caer”, “cómplices”, “feminicidas”, “violadores”, “corruptos”, “agresores”…
Pese al parecido, los grafitis y las pegadas no son una calca exacta una de la otra, son una forma gritona de exigir justicia. Un llamado a la memoria en un país donde el estado y los pactos patriarcales imponen la producción de olvido.
Hay que tomarse en serio todo lo expresado en la calle. En nuestra revolución el coraje no se fabrica, se hereda. No hay vuelta atrás y ya sabemos que las rebeliones también nos sanan.
Este año la movilización, después de pasar por varios sitios, terminó en la Plazuela San Sebastián. El afluente de mujeres y disidencias se paró frente a la cárcel de mujeres para saludar a las privadas de libertad y afirmar que las prisiones son una extensión de las injusticias contra nosotras.
La proclama de la acción final decía: “Fascismo económico es orillar a las mujeres a la precariedad dejándonos sin salida, con sueldos irrisorios y jornadas extenuantes”.
Estas palabras reverberan con el cartel que, portado por una chica joven, señalaba: “Yo no soy fuerza de trabajo mal pagada”. La claridad en las consignas ilumina un tiempo brillante que nos llama a nombrar y defender el trabajo de las mujeres para, desde ahí, impugnarlo todo.