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¿Y si volvemos al debate del trabajo?

Estencil y dibujo, con tinta y lápices de color. Ilustración @ Lorena K para Ojalá.

Opinión • Marxa N. Chávez y Claudia López Pardo • 20 de junio, 2024 • Read in English

Queda en la memoria que en 1985 se inaugura el periodo neoliberal en Bolivia. El reajuste de la forma de acumulación capitalista no fue recibido de forma muda por la población. Grandes luchas y movilizaciones acontecieron. 

La “Marcha por la vida” de 1986, protagonizada por trabajadores mineros y otros sectores populares, marcó la historia de resistencia. Sin embargo, en medio de estas intensas luchas, las medidas económicas neoliberales se fueron imponiendo con apoyo del ejército. Paralelamente, en otros territorios, lejos de los grandes núcleos urbanos se profundizaba el despojo extractivista.

La implementación del Decreto Supremo 21060 dio inicio a la ola privatizadora en todo el país con fuertes implicaciones que siguen repercutiendo hasta hoy. Pero lo central es la eliminación de casi todos los derechos de los trabajadores y el deterioro de las condiciones de vida en general. 

Ese tiempo transformó la vida de la gente en Bolivia y en particular del mundo del trabajo. El crecimiento exponencial de las formas precarizadas del trabajo y de aquello que se denomina como trabajo informal se impuso, aumentando la terciarización, fragmentando los sindicatos. Los patrones comenzaron a ensayar todo tipo de acuerdos de trabajo, la mayoría de ellos totalmente informales. 

Luego de 15 años de privatizaciones y de fuerte represión a los sectores populares, campesinos e indígenas —cuyas campañas se centraron en denunciar los efectos y las consecuencias de las políticas neoliberales sobre la reproducción de la vida— estalló la “Guerra en defensa del agua y de la vida” en Cochabamba. 

Nosotras dos somos hijas de esa lucha que inauguró el debate sobre los bienes comunes y puso sobre la mesa lo que hoy se reconoce y denomina como interdependencia a nivel local y también global.

Luchando por la vida en la precariedad

Heredamos la fuerza y la politicidad emergente de aquellos tiempos de lucha que transformaron nuestro país mientras estudiamos en el pregrado universitario. Y aunque desde entonces hemos logrado concluir posgrados por medio de becas, se nos presenta una realidad innegable, pues alcanzar un título universitario no garantiza que tengamos estabilidad laboral. 

Como estrategia de sostenimiento construimos una alianza para trabajar en investigación y, a partir de observar la realidad que nos rodea, estamos aportando al debate sobre las novedades del tiempo de rebelión de las mujeres.

Pero las condiciones actuales del trabajo que se nos imponen nos han hecho reflexionar que ser investigadoras y mujeres “independientes”, es ser freelancers navegando en el mar de contratos a destajo. En la mayoría de los contratos que tenemos no se nombra como salario al pago por el trabajo realizado, ya que este tipo de contratación es por producto, no por tiempo u horario trabajado. Ser freelancer es no contar con seguro de salud, ni con otros beneficios como los aportes a la jubilación. 

Entonces, nos reconocemos como trabajadoras precarias que bajo la peligrosa figura de consultoras, estamos atadas, entre otras obligaciones, al estricto cumplimiento de todos los impuestos determinados por ley. 

Nuestra situación de precarización nos estalla en la cara cada vez que nos enfermamos o alguien de nuestra familia lo hace. La crianza y los trabajos de cuidado se convierten en un camino sinuoso y complicado. 

Nos queda claro que uno de los problemas centrales que estamos enfrentando es significar a nuestra tan negada condición social de trabajadoras precarias. 

Desde el ámbito de la reproducción identificamos que el trabajo precarizado significa trabajar hasta estar exhaustas, escribir mientras cuidamos a la familia de nuestras pequeñas comunidades multiespecie. Es combinar el trabajo del cuidado y el trabajo doméstico con el trabajo intelectual y el trabajo creativo. 

Además, nuestras casas-hogares son una especie de nicho oficina desde donde producimos para quienes nos contratan. A nuestros empleadores no les cobramos la luz, tampoco la internet u otros servicios. 

Somos millones

Lo concreto de nuestras precariedades se resume en una pregunta que nos ronda la cabeza todo este tiempo: ¿cuál es la situación de las  mujeres trabajadoras en Bolivia?

Según los últimos datos de 2022, el 85 por ciento de la población boliviana trabaja en el sector que se denomina “informal”, definido de acuerdo a estos cánones, por ser un trabajo remunerado o no que no está protegido por marcos legales. Esto convierte a Bolivia en el país con mayor porcentaje de fuerza laboral informal en el mundo. Un 87 por ciento de las mujeres trabajadoras son informales, mientras que 83.3 por ciento de los varones trabajadores lo son. 

Por su parte, la participación laboral de las mujeres en Bolivia alcanza un 60 por ciento, una cifra más alta que la media mundial que está entre un 40 y 50 por ciento. Las cifras brindadas por la Organización Internacional del Trabajo a fines del año pasado señalan que el “fenómeno del trabajador pobre” se ha agudizado en los últimos años. Eso significa que se trabaja más, de forma más dura, sin una remuneración que logre sostener condiciones básicas de vida.

En este punto, es importante pensar la precarización no solamente en términos laborales, sino como un proceso de precarización de la vida. Los denominativos “informal” y “pobreza” no alcanzan para describir el complejo mundo laboral y de vida contemporánea en el país. 

Queremos significar lo que se vive en términos que nos ayuden a describir la ausencia radical de estabilidad en un contexto de crisis civilizatoria, la cual implica en su núcleo una crisis ecológica sin precedentes que amenaza la reproducción de la vida. En lugar de hablar de informalidad o pobreza, denominamos los  procesos de degradación de las condiciones de reproducción como precarización de la vida. La definimos como la inseguridad en el acceso sostenido a elementos (materiales y simbólicos) que deseamos y necesitamos para sostener la vida de modo digno. Esta definición va más allá de la precariedad laboral, concepto que está centrado en el mercado y el salario.

La precarización de la vida está ligada profundamente a los vaivenes del boom de los commodities, y al régimen de despojo extractivista. 

Si bien las mujeres peregrinamos en trabajos sin prestaciones laborales y en el trabajo a cuenta propia, es importante visibilizar que la precarización de la vida no es un proceso que ocurre de forma similar para todas. Sus impactos dependen de las condiciones de clase, que definen elementos como el acceso a redes de contactos y jerarquiza los puestos laborales.

Por eso, sostenemos que es importante volver al debate sobre la estratificación social y las jerarquizaciones de clase social tras más de quince años de progresismo de izquierda en Bolivia. Existen diferencias y experiencias concretas que las trabajadoras encaramos en los procesos de precarización. Ahí también hay prácticas de lucha por politizar.

¿Hacia dónde vamos?

En la crisis actual en Bolivia, se habla poco o nada sobre las condiciones concretas de la reproducción de la vida. Para nosotras es importante reincorporar un debate feminista desde las luchas antipatriarcales sobre las tareas y los trabajos que realizamos las mujeres, así como sobre nuestras propias diferencias y jerarquías. Solo así podemos producir formas fértiles de abordarlas en lugar de desconocerlas. 

Nuestra lucha va también por poner en el centro de todos los esfuerzos reflexivos y prácticos para politizar la esfera de lo reproductivo en el contexto neoliberal y de múltiples violencias. 

Volvamos al debate sobre el trabajo. Volvamos a él juntas, enlazando todos los otros debates y avances logrados a través de las luchas feministas y antipatriarcales en los últimos años.