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Preguntas para un futuro feminista

Una manifestante camina con un ramo de flores en la mano el 8 de marzo, 2022, en Oaxaca, México. Foto © Naxhielli Arreola.

Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar • 12 de abril, 2024 • Read in English

Celebrar y aprender del 8 de marzo no significa que queremos quedarnos ahí. 

En los días de marzo cuando se despliega la energía de lucha de manera condensada, junto a la potencia también se vislumbran los desafíos y problemas a los que conviene destinar atención.

Hay cuatro preguntas que considero claves y cuyo bosquejo de respuesta ensayo en estas líneas a modo de, como dice Donna Haraway, “seguir con el problema”.

¿Cómo sostener y ampliar la radicalidad en un movimiento tan masivo?

En La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo, Verónica Gago sostiene que cuando los feminismos volvieron a ocupar las calles con indignación compartida y amplísima convocatoria allá por 2016 se generó un bucle que logró trenzar masividad y radicalidad. Era 2019 cuando Gago presentó esa idea. Cinco años después, con las huellas de una pandemia y varias guerras a cuestas vale la pena volver sobre esa afirmación.

Nuestro repudio compacto y sintonizado a las violencias —a todas ellas, a las que se viven en el ámbito íntimo y familiar tanto como a aquellas que se desatan sobre los territorios para asegurar múltiples formas de despojo y saqueo— ha sido objeto de una inmensa operación política de separación y desconexión. 

Las leyes contra la violencia contra las mujeres promulgadas en muchos países se han convertido en letra muerta. Es más, no se han conjugado con otras regulaciones que detengan los procesos extractivistas y de devastación en los territorios. Más bien, estos últimos se han acelerado generando todavía más violencia. Ahí están Argentina y Ecuador exhibiendo sus nuevas heridas.

Las respuestas fragmentarias y fracturadas por parte de los estados y gobiernos en sus distintos niveles a nuestras exigencias no solucionan los problemas que hemos puesto en el tapete. Más bien, se han dirigido a dificultar o romper las alianzas entre nosotras. 

Una n-ésima versión del adagio del viejo ejército colonizador romano: “divide y vencerás”.

Nuestras luchas contra todas las violencias no tienen como intención la instalación de alguna supuesta y falaz “protección del estado”. Empujamos, más bien, hacia el trastocamiento e impugnación de las relaciones de explotación y expropiación sistemáticas que nos permita recuperar tiempo para organizarnos y sostener la vida colectiva de manera más digna. Las leyes y los reglamentos introducidos desde arriba, que tienden al punitivismo y la vigilancia, fracturan, confunden y despolitizan.

Luchar juntas en las calles para confrontar todas las violencias significa, antes que cualquier otra cosa interrumpir el orden de la dominación para abrirnos a la creación de renovadas alianzas desde experiencias vitales diversas que alimentan múltiples ensayos de construcción de espacios y procesos de acuerpamiento para sortear las más duras dificultades que se imponen cotidianamente.

Esas luchas sintonizadas y potentes amplifican las prácticas de nuestra propia libertad, la de cada una y une y la de las demás. Amplían la autonomía de nuestros cuerpos heterogéneos y diversos y de la manera en que elegimos contar nuestras historias. 

Si bien hay asuntos que conviene volver derechos para consagrarlos en el estado, como el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, no es ahí donde yace la fuerza del movimiento feminista. En el estado, a través de los derechos ahí incorporados, conseguimos únicamente marcar mínimos límites a las peores formas de negación de nuestros cuerpos y deseos.

La radicalidad de nuestras fuerzas se sostiene en aquello que seamos capaces de construir y componer: alianzas múltiples, casas y escuelas feministas, cooperativas de muchas clases, etc. En tales habilidades creativas gestamos la fuerza común.

A lo largo de todos estos años, no cabe duda que ha sido difícil mantener la deliberación colectiva de lo que las mujeres y las disidencias necesitamos y deseamos. Queremos cambiarlo todo y darnos colectivamente formas dignas de reproducir nuestras vidas. De ahí la relevancia de seguir impulsando estos debates y de nutrir las reflexiones sobre los caminos que hemos de recorrer.

¿Cómo evitar las múltiples capturas de las que son objeto las luchas feministas?

Sabemos, por historias pasadas y experiencias de lucha muy distintas que quienes dominan, tras fisurar o romper las alianzas más radicales, ponen empeño en capturar la energía disruptiva que se desata en los períodos de luchas masivas. Las energías de lucha feministas también han sido objeto de estrategias de captura y despolitización.

La indiferencia y desatención ante exigencias una y otra vez expuestas en las calles, en los centros de trabajo, en las escuelas y en las casas, conducen al cansancio y, a veces, al desánimo. Esa sensación, que a veces se expande entre algunas, se disipa por el empuje de la irreverencia beligerante de las más jóvenes.

Pese a ello, quienes dominan no dejan de sembrar confusión. 

La revitalización de la llamada “agenda de la paridad de género” es un ejemplo de ello. Como si fuera suficiente sustituir cuerpos de varones por cuerpos de mujeres en moldes gubernamentales similares para que las cosas cambiaran. 

En México este mecanismo de confusión está funcionando a toda prisa. Estamos en medio de un período electoral donde se confrontan dos mujeres a la presidencia de la República. Simultáneamente, se acelera la violencia en los territorios con sus secuelas de asesinatos y desaparición forzada, para asegurar los extractivismos y las explotaciones de toda clase. 

La ensalada de confusión está servida: mujeres gobernando y paramilitares y fuerzas armadas imponiendo leyes fácticas de obediencia.

¿Cómo continuar nutriendo las capacidades de transmisión intergeneracional de experiencias?

Mucho se ha hablado en los últimos años de la regeneración de las genealogías feministas, tan diversas como nuestros cuerpos y experiencias vitales. Buscamos formas que sean simultáneamente capaces de reconocer las novedades que las más jóvenes ponen en juego para combinarlas con las experiencia que las más maduras tienen inscritas en sus cuerpos. 

Reconstruir genealogías e inscribirnos en linajes de lucha es una tarea a la que le estamos dedicando tiempo y energía.

Como propone Noel Sosa desde Uruguay, eso disipa en parte la sensación de orfandad y nos regala palabras y argumentos para nombrar lo repudiado y discutir lo pertinente.

Se ha hablado menos quizá del sentido inverso, que no es menos relevante: del inmenso empuje que el entusiasmo y los bríos de las más jóvenes imprime a las más experimentadas y quizá, un poco más desconfiadas. 

Las más jóvenes hablan lo que las abuelas callaron, como decían varias consignas que se vieron en las movilizaciones recientes. Reinstalan lugares dignos para todas: al reconocerlas se dota de otros significados a los añejos esfuerzos de desobediencia e insubordinación.

La multiplicación de muy distintos empeños por apuntalar tal transmisión de experiencias y energías abre un camino a la esperanza. Brotan escuelas feministas autogestivas, encuentros, festivales, mercaditas, proyectos artísticos, espacios sociales, libros, medios de comunicación y enlaces de toda clase. Todas estas construcciones hoy se multiplican y su circulación se amplifica.

Todo esto ocurre en medio de amenazas cada vez más grandes a las vidas y tiempos de muchísimas mujeres y disidencias. 

Los peligros de las guerras, de las declaradas y las que se llevan a cabo de manera artera y descarada, la militarización creciente de la vida que se come porcentajes crecientes de los presupuestos públicos, todo esto ocurre cuando muchísimas mujeres han comenzado a hablar entre sí. Hemos comenzado a aprender unas de otras sobre los asuntos que más les preocupan y sobre todos los problemas que están en juego en estos tiempos de crisis superpuestas.

De ahí que la recuperación de pensamientos estratégicos, de propuestas comunes que requieren tiempo y reflexión, escucha atenta y debate sereno sea un asunto fundamental y urgente.

¿Cómo imprimir un mayor énfasis a los sentidos anti-belicistas que las luchas feministas están expresando?

El repudio al genocidio que está ocurriendo en Gaza estuvo presente en cada una de las movilizaciones feministas que hemos logrado documentar este año, abriendo un destello de esperanza. 

Muchísimas feministas de otras épocas han sostenido intransigentes y lúcidas posiciones anti-belicistas e internacionalistas. Hoy, las luchas contra la guerra, contra su financiamiento, contra la leva, la industria armamentista y nuclear son de urgencia cotidiana. Son luchas que se conectan con el antipunitivismo, que se posicionan contra el belicismo en la ciudad, el estado, el país de cada una, y más allá de ellos.

En Gaza estamos viendo el asalto más vil contra la vida que hemos presenciado en una generación, desde los bombardeos de napalm en Vietnam, o las campañas de tierra arrasada en Guatemala. Lo que pasa en Palestina importa, y parar el genocidio en Gaza es un llamado urgente y claro. Pero también la guerra está aquí: en Haiti, en México, en Ecuador y en muchos otros lugares de nuestro continente.

El futuro feminista exige sostener y profundizar las luchas contra todas las violencias, eludiendo las trampas envenenadas de la securitización, del militarismo, de la criminalización y del punitivismo. 

A través de la lucha en la calle y la producción colectiva de las decisiones, lograremos distinguirnos de los falsos feminismos patronales y de derecha recomponiendo un terreno donde renovar  alianzas entre quienes, efectiva y cotidianamente sostenemos la vida colectiva. Así nos mantendremos vivas y activas para compartir las experiencias de luchas anteriores con las que ya han llegado a las calles para disputar lo suyo y con las que llegarán después.