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Nuestras huellas y la era feminista en Bolivia

Ilustración por Karen con K para Ojalá.

Opinión • Lucia Herbas Cordero • 7 de julio de 2023 • Read in English

Es en las entrañas del movimiento de las mujeres y los feminismos autónomos donde muchas de nosotras hemos podido no solo sobrevivir, sino recuperar la voz y el territorio.

Y aunque estamos siendo capaces de articular acciones y trincheras conjuntas sentimos que los tiempos que nos procuramos para conversar y debatir son siempre escasos.

Por eso, en marzo después del 8, aconteció “Del Tinku al vínculo”, una Zona Temporalmente Autónoma en las faldas de las montañas aún verdes del valle cochabambino.

Aunque la convocatoria fue subterránea, llegamos más de 60 mujeres de diferentes edades y territorios.

Partimos sintiendo, entre las organizadoras —de Aquelarre Subversiva Kocha y Chullas autónomas— la necesidad de habilitar un espacio donde podamos desnudar las palabras que muchas veces nos cuesta nombrar y escuchar.

Desde tempranas horas de la mañana se materializaban las presencias; llegaban las locales y las de Santa Cruz, las de La Paz, la de Sucre y las de México.

Con sus llegadas, las ollas ebullían, el olor a café acompañaba el acelerado paso con que las compas de la cooperativa visual colgaban los cuadros del taller de foto bordado, mientras otras hacían un círculo con las sillas y los phullus (mantas/frazadas). Las mesas empezaban a quedar pequeñas con la abundante comida que todas traían para el apthapi (comida andina comunitaria).

Durante dos días, buscamos abrir un tiempo no-tiempo de receptividad profunda para nosotras hallar (al menos por ahora) el equilibrio comunitario. Invocamos y habitamos al tinku como práctica-modo-metodología político y ritual para encontrarnos.

El tinku, esa práctica ancestral y comunitaria que continúa vigente en varios pueblos aymaras y quechuas, nos estimula en su propulsión al encuentro-enfrentamiento entre “opuestos” a ensayar otras formas de habitar, evidenciar y gestionar nuestras diferencias.

Quisiera compartir algunas de las reflexiones que salieron en un primer momento de encuentro e intercambio colectivo de nuestro tinku, siempre protegiendo el espíritu compartido y comunitario de los intercambios. Las oraciones en cursivas fueron dichas palabra por palabra por diferentes compañeras, y así las incluyo aquí.

El tiempo del tinku

Ya todas sentadas en círculo grande, al medio un tari (aguayo chico) y la coca rondando, se inaugura el acullicu (mascado ritual de coca) en tres tiempos. Que cada una nombre sus intenciones, en voz alta o para sí. Inauguramos con un rito.

Mientras vamos extrayendo el líquido de la coca, se abre la palabra colectiva. Hablamos desde nuestras realidades y experiencias, colectivas o individuales. Hablamos desde nuestras huellas.

Las huellas nos ponen en un otro lugar a la hora de tomar la palabra. La huella fue el lugar escogido para detonar el tinku.

La primera huella en hacer su aparición es la del 2019. Es la huella hoy más presente, también nombrada como la llaga, la herida colonial o el trauma colectivo.

Desmenuzando el 2019

Muy por debajo de los grandes metarrelatos de golpe/fraude latente en la huella del 2019 está el silencio.

El no poder hablar y el control territorial. El 2019 es también una guerra masculina atravesándolo todo, las mesas y cocinas familiares así como las calles donde tanto hemos luchado.

Para nosotras, el 2019 son los vínculos rotos. Es la muerte, el militarismo y el paramilitarismo. Son 39 muertos y los heridos son cientos. Es el cerco mediático. Es la guerra de los símbolos, la whipala ardiendo.

“Es ver a mi abuela en esa señora de pollera golpeada”, dijo una. Otras mencionan la implantación del terror por medio de la bandera nacional, las cruces y la biblia.

Es el dolor profundo, los días de alerta sin dormir, la confusión, el miedo, la agresión, la muerte y la desolación. Son las fuerzas macro desde afuera con su injerencia, la putrefacción partidaria y la izquierda colonial. Los pactos patriarcales co-produciéndose con algunos hilos evidentes y otros más difíciles de ver.

Van emergiendo las palabras en diferentes tonos de voz. Esta huella también implica conectar con la memoria de resistencias, con la huella anticolonial disidente. Es reconocer (una vez más) que el estado será siempre la casa del amo.

Lo sucedido en Bolivia en 2019 también es escenario de una alta politización individual y colectiva. Es las asambleas en las plazas, las vigilias, los charlamentos y los parlamentos de mujeres. Es nombrar que hemos resistido, aunque con minúscula, aparte, desde otro lugar, desde otros discursos. Es la huella del trauma pasando a la acción política.

Vuelve a circular la coca, en un acto evocativo, una huella llama a la otra.

Aquí, el 2019 significó entonces como ahora la activación de huellas más antiguas —no solo las heredadas en la memoria larga, sino también las que cosechamos desde la experiencia propia y colectiva— que brotan juntas como enredadera.

Las huellas que nos marcan

Así, hace su aparición explicativa la huella del 2007. En un escenario similar, de organización de la derecha, se da la creación de la Primera Coordinadora Antifascista en Cochabamba. Varias de las presentes ayudaron a crear esta Coordinadora, mientras para entonces otras apenas estudiaban la primaria.

Tras la huella de enero del 2007, viene coladita la del 2008 con la masacre de Tahuamanu. Entonces todavía había una esperanza en el gobierno del MAS, que se fue apagando con su participación en formas basadas en la muerte y en el sacrificio de los otros.

Ahí, se suman apresuradas y sin pausas las huellas de Sucre: en medio del proceso constituyente, en noviembre del 2007 en la Calancha, mueren tres jóvenes universitarios. Un año después, en el nombrado “Día de la Vergüenza”, son humilladxs y torturadxs campesinxs que habían llegado a la capital.

Luego, las marcadas en Tierras bajas, como el día que una fracción de la Unión Juvenil Cruceñista se sumaba al MAS. Se menciona la destrucción y división de organizaciones indígenas y campesinas como política de estado

Y la huella de la lucha por el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), que desde la politicidad indígena disidente nos develó explícitamente lo que el poder es capaz de hacer con un proyecto político que se creía propio. Esta huella marca gran politicidad y cuestionamiento profundo de nuestras vidas y formas de organización.

Con el TIPNIS se hace presente la marca de la represión a la VIII marcha en Chaparina. Con ella vuelve el recuerdo del 2012, el montaje de terrorismo y criminalización de la movida anarquista, y cómo aprendimos que “las lógicas represivas podían permear hasta lo más profundo de nuestros espacios”.

Del dolor a la organización

Nombrar todas estas huellas, juntas y revueltas, nos permite reconocer cómo lo inscrito desde la macropolítica en su efecto reflejo se convierten en clave lucha y éstas en huellas fuerza.

Huellas fuerza es cuando la herida colonial activa la herencia anticolonial.

Cuando reconocemos que la cultura de alta politicidad y organización de nuestras sociedades nos constituye.

Cuando la autodeterminación y la reconstitución territorial es lucha comunitaria que parte desde el cuerpo.

Cuando la lógica relacional cuerpo, territorio, vida, dignidad pasa por el cotidiano y tiene todo que ver con el anti-extractivismo.

Cuando explicitamos que ninguna mujer debería estar presa por defenderse de la violencia machista.

O cuando apuntamos a que nuestra genealogía también está marcada por los desplazamientos que hemos dado, o han dado otras para poner la palabra y politizar de otras formas.

Otro rito, nuestra autonomía

Después de largas charlas y otros momentos de reflexión entre el Tinku y el Vínculo, nos juntamos a manera de cierre. Estamos ensayando. La libertad y posibilidad de intentarlo de distinta manera es parte de la autonomía que habitamos y deseamos, ésa que nos da la posibilidad de reinventarnos y transformarnos todo el tiempo, de convertirnos en una mejor versión de nosotras mismas. 

Para ello nos necesitamos entre nosotras o con otras, y juntas en ese ejercicio de ensayarnos, hablarnos y escucharnos de formas otras, nos procuramos subvirtiendo el mundo, al menos para nosotras, que es el pedazo que nos corresponde. 

Mundo para habitar ritos, aculli para habilitar escucha, escucha para activar tinku, tinku para equilibrar mundo.

Reabrimos el tari que alberga las hojas de las intenciones, las sumamos cuidadosamente a la khoa que ardiendo se convierte en humo y se disuelve como nuestras presencias.

Hasta el próximo tinku…