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Mujeres negras tejiendo resistencias

Katherine Chalá Mosquera, Alison Pabón Tadeo, Génesis Anangonó y Lois Nwadiaru discuten sobre el Día Internacional de la Mujer desde una perspectiva afrocentrada y coinciden en la importancia de reconocer y valorar las diversas formas de activismo y resistencia que no siempre se reflejan en el feminismo, pero que son fundamentales para la construcción de un mundo más justo y equitativo. Foto © Darwin Minda.

Opinión • Génesis Anangonó • 11 de abril, 2024 • Read in English

Una parte de la historia de las mujeres negras está marcada por la violencia y la deshumanización que provoca la esclavización, el colonialismo y el racismo estructural. Pero, lejos de ser víctimas pasivas, las mujeres negras y afrodescendientes han desarrollado estrategias de resistencia colectiva que empezaron con las rebeliones contra lxs esclavistas para acceder a la libertad y se extendieron a las luchas por los derechos sexuales y reproductivos para no parir esclavizadxs.

Martina Carrillo fue una de las primeras mujeres negras en alzar su voz y resistir a las condiciones de vida que experimentaban lxs esclavizadxs en las haciendas en Ecuador. En el año 1778, Carrillo salió con rumbo a Quito para denunciar ante el presidente de la Real Audiencia de Quito los malos tratos, la falta de alimentación, vestimenta, vivienda y días libres para trabajar la tierra. 

Ante el temor que esta acción provocara rebeliones entre lxs esclavizadxs, el presidente José Diguja solicitó por escrito ponerles fin a los malos tratos, pero el administrador de la hacienda La Concepción hizo caso omiso y castigó, con extrema crueldad, a Carrillo, propinándole 400 latigazos que le abrieron el pecho. La acción de denuncia de Martina Carrillo fue el inicio de la rebeldía cimarrona en el territorio ancestral afrochoteño.

Como Carrillo, las mujeres negras y afrodescendientes sostenían —y sostienen— luchas e insurgencias en América Latina y el Caribe. Muchas pueden ser leídas como insuficientes, quizás porque su impacto es más localizado, pero sigue siendo trascendental para las mujeres en los territorios, en sus casas y en los espacios que habitan. 

A propósito del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo en el Centro de Arte Contemporáneo, conversé con tres mujeres afrodescendientes sobre el cimarronaje de las ancestras, para recordar su legado y el significado de nuestras resistencias frente a los feminismos hegemónicos en Ecuador.

Visibilizando las luchas de mujeres negras

Katherine Chalá Mosquera es antropóloga e internacionalista, y actualmente responsable del Centro de Investigación de Estudios de África y Afroamérica (CEAA) de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas en la ciudad de Quito. Chalá se define como una mujer afrodescendiente, hija del territorio ancestral del Valle del Chota, La Concepción y Salinas. Junto a la Federación de Comunidades y Organizaciones Negras de Imbabura y Carchi (Feconic) y el Centro de Investigaciones Familia Negra (Cifane), Chalá ha podido entender las realidades que habita siendo una mujer afrodescendiente que creció junta a otras mujeres afrodescendientes.

Chalá Mosquera recuerda que las luchas de las mujeres de su entorno no han estado en el espacio público, educativo o reivindicativo. “Esas luchas y propuestas [de las mujeres de los territorios] no las veía en las marchas o en la academia, no las veía ni las veo ahí, pero las veía y las veo en otros espacios, luchando todos los días, todo el tiempo”, dijo. 

La historia de las mujeres negras y afrodescendientes en la lucha por la igualdad es larga, dice Chalá Mosquera, pero aún se torna compleja de entender “casa afuera”. Desde los tiempos de la esclavización, las mujeres negras y afrodescendientes han resistido la opresión de género, clase y raza, luchando por la libertad y la justicia. 

Internacionalmente figuras como Sojourner Truth, Harriet Tubman y Angela Davis han sido líderes en la lucha por los derechos de las mujeres negras. Pero en Ecuador y la región las contribuciones de las mujeres negras y afrodescendientes no siempre han sido valoradas. En muchos casos, han sido marginadas por un movimiento dominado por mujeres blancas. 

El feminismo hegemónico está enraizado al poder y uno de los peligros que supone es que niega la posibilidad de que otras experiencias de vida sean habitadas por las mujeres, posicionando la existencia de un solo modelo de “la mujer” e ignorando las intersecciones de raza, clase y género. El feminismo hegemónico busca la “igualdad” excluyendo de la conversación a las mujeres racializadas, como explica Lois Nwadiaru, una mujer que se reconoce como negra, afroguayaquileña y feminista.

Aunque existe la idea de que “somos diversas, al final del día se sigue posicionando que todas somos mujeres y nos pasa lo mismo; y no”, explica Nwadiaru. “Yo no soy solo mujer, yo tengo otras cosas que me intersectan y necesito que hablemos de eso”.

 Los feminismos negros y latinoamericanos, hoy, interpelan al feminismo hegemónico a través de diversos marcos teóricos y conceptuales que permiten comprender cómo las diferentes formas de opresión —raza, género y clase— se intersectan y afectan de manera particular a las mujeres negras y afrodescendientes, porque reconocen las diferentes formas de opresión y buscan transformar radicalmente la sociedad.

“Antes del siglo XX —cuando las luchas de las mujeres empiezan a tomar relevancia— ya había otras luchas antipatriarcales, pero la historia ha sido mezquina en reconocer todas estas luchas que nos anteceden; y que aún las vivimos a diario, porque existir en esta cuerpa de una mujer negra – afrodescendiente también es una lucha constante, para, simplemente, poder existir”, dijo Alison Pabón Tadeo, una mujer afrodescendiente nacida en la urbanidad pero muy cercana al territorio ancestral afroecuatoriano Valle del Chota, La Concepción y Salinas.

Resistencia por la vida

Como explica Pabón Tadeo, a lo largo de la historia, las mujeres negras y afrodescendientes han sido protagonistas de resistencias e insurgencias fundamentales para la transformación social y la vida. 

Pabón Tadeo aclara que para muchas mujeres negras y afrodescendientes esas resistencias representan, aún hoy, la vida, pues se han convertido en una herramienta para la supervivencia en un mundo que las margina y las oprime.

Ni las ancestras ni nosotras hemos sido tratadas como mujeres. Antes como hoy, aún se duda de nuestra humanidad, pues las realidades de las que el feminismo hegemónico habla no siempre nos atraviesan. 

A nosotras nadie nos ha tratado como la damisela en apuros que necesita ser salvada, nunca hemos sido privadas de acceder al trabajo ni consideradas “virginales”. La deshumanización es constante en este sistema patriarcal marcado, también, por el racismo.

Sin embargo, este conjunto de opresiones también debe ser entendido adecuadamente. 

“Hay un ejercicio erróneo del entendimiento de la interseccionalidad en el que nos dicen ‘sí, vamos a sumar mujer + negra + empobrecida + trans + anciana…’ y parecería que es una suma de categorías a ver quién da más”, dice Nwadiaru. “Ese ha sido un problema metodológico de la interseccionalidad que también ha sido cuestionado por las feministas descoloniales, porque no podemos pensar nuestras identidades como una sumatoria de cosas, sino como un todo”. 

Cuando se habla de opresiones no se lo hace como si de una olimpiada se tratara, se lo hace para entender, por ejemplo, por qué ser mujernegra, empobrecida y rural limita el acceso a derechos básicos y da pie a que otrxs hablen por nosotras.

Mientras el feminismo hegemónico busca espacios de participación política y romper techos de cristal, las mujeres negras y afrodescendientes nos resistimos y oponemos a la violencia colonial que todavía intenta tutelarnos. 

Respondemos con acciones vinculadas al cuidado de la tierra y los territorios, cuidándonos y curándonos con medicina ancestral y trayendo al presente las memorias y luchas de las ancestras que, como Carrillo a través de su fuga, constituye un acto de insurgencia. En un contexto de deshumanización, desafiar al sistema es un acto de enorme riesgo que, ante el anhelo de libertad, nosotras elegimos tomar. Resistimos para transformar nuestras realidades y convertir nuestras insurgencias en resistencias colectivas contra la esclavización que, aunque fue abolida, no ha desaparecido solo ha evolucionado.

Nuestras ancestras, como Martina Carrillo, nos recuerdan que la lucha de las mujeres negras y afrodescendientes por la libertad y la justicia es histórica. Nos lleva a interpelar el presente y, de paso, a los estudios de género, pues por mucho se ha posicionado la idea que las únicas luchas y resistencias válidas son aquellas que se conjugan con el mandato del feminismo hegemónico.

En este contexto, las calles, las plazas, la academia y el 8 de marzo se convierten también en espacios cruciales para visibilizar las diferencias y re-pensar el feminismo o, mejor dicho, los feminismos. Sin embargo, como nos han enseñado las hijas de la diáspora africana en las Américas, cuando la resistencia es una práctica constante, no siempre hace falta explicar o teorizar nuestra existencia ni nuestra vida.