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La necesaria transgresión del #MeToo

Dibujo de tres mujeres con sombreros de bruja © Zinzi Sánchez.

Libros • Guiomar Rovira • 4 de octubre, 2024 • Read in English

#MeToo, La ola de las multitudes conectadas feministas es un libro escrito por la investigadora y luchadora Guiomar Rovira que desde agosto ha comenzado a circular en América Latina. Publicado en 2023 por Bellaterra Edicions en Barcelona, ha sido reproducido en una nueva edición por Bajo Tierra Ediciones en México. 

Ampliar el alcance del trabajo de Rovira ha sido un acierto. En su texto, ella se acerca críticamente a la intensa y a veces contradictoria experiencia del #MeToo que explotó en 2017 a través de la cual se produjo lo que ella llama “la mayor campaña contra la violencia sexual en espacios laborales y educativos jamás habida en el mundo”. 

Reproducimos un segmento que muestra cómo Rovira, quien también es una entusiasta del hacktivismo feminista, reivindica el #MeToo. [[—Eds.]]

#MeToo como acción directa digital

La anarquista Voltairine De Cleyre a principios del siglo pasado explicaba: “La acción directa siempre es la que lanza el grito de protesta, la iniciadora, a través de la cual la gran masa de los indiferentes toma conciencia de que la opresión se torna insoportable”. 

La acción directa se caracteriza por dejar de lado cualquier vía institucional para dirimir un problema. Julián Rebón explica que “a través de la acción directa los actores sociales procuran lograr sus objetivos desbordando, prescindiendo o vulnerando los canales institucionales del orden social para el procesamiento de sus demandas”.

Sin duda, la acción directa es el Do It Yourself (diy) de la política contenciosa, muy en sintonía con el espíritu hacker: hacer lo que se pueda con lo que se tiene al alcance sin esperar autorización. En el caso del #MeToo, a la violencia sexual sistémica opone una táctica de violencia simbólica como autodefensa. 

Aplica el avergonzamiento público, una forma de venganza de los débiles que se vuelve política, porque actúa en el campo de respetabilidad y reputación del supuesto agresor (en su inmensa mayoría hombres con mayor poder que sus víctimas), que de repente aparece como “un cerdo” (como en #BalanceTonPorc). Quienes tenían reservado para sí mismos la categoría universal de “hombre” racional y moral, aparecen ante los demás como “animales”. El poder va desnudo.

Puede decirse que el #MeToo lleva a la esfera digital un controvertido repertorio de protesta conocido como escrache. Nacido en Argentina, el escrache consiste en acudir en grupo al domicilio o lugar de trabajo de supuestos perpetradores de delitos de genocidio y exhibirlos, gritarles, rayarles las paredes. 

De acuerdo con Catalina Ruiz Navarro, el escrache ha sido utilizado por el movimiento feminista en los últimos años para denunciar casos de acoso y abuso. Ella se pregunta: “Por supuesto hay alternativas al escrache como la justicia penal, el chisme, el reclamo directo y en privado, y todas siguen siendo legítimas y además las mujeres las conocen. La pregunta entonces es ¿cuáles son las limitaciones de esas alternativas que hacen que la sociedad recurra de forma colectiva y masiva al escrache?”.

Repertorio de acción directa desconcertante, el #MeToo utiliza la visibilidad masiva. Se lo ha acusado de ser un linchamiento digital, una “cacería de brujas”, aunque sería más acertado hablar de cacería de inquisidores. Como muestra el trabajo de Silvia Federici, en el tránsito de la Edad Media al capitalismo la ejecución de brujas tuvo un efecto disciplinador que permitió el adueñamiento de la mujer por parte del hombre. 

Lo inquietante de ese periodo oscuro de la historia es que cualquiera, por el hecho de ser mujer, podía ser señalada como bruja. El #MeToo es su némesis, invierte los términos, “cualquier hombre ha de poner sus barbas a remojar”, explica una feminista en redes. Eso sí, el #MeToo no tiene atrás el poder de la Iglesia o del Estado, como sí lo tuvo la Inquisición, sólo cuenta con la fuerza colectiva ampliada en redes digitales de un relato personal.

En este sentido, #MeToo voltea el foco. Es entonces un fallo en el sistema. Un hack, una grieta, el exploit es posible en un aparato técnico capturado por algoritmos, negocio y vocación de control como las redes corporativas de Twitter, Facebook o Instagram. Un “ya basta” sin miramientos.

Hoy en día toda la conectividad digital está orientada al lucro. Las tecnologías digitales son armas de extracción masiva de datos empleadas para desarrollar nuevas formas de ganancia y de esclavitud. Hemos visto ya, desde las revelaciones de Snowden hasta el caso de la manipulación masiva de Cambridge Analytica, cómo la vigilancia a gran escala no sólo es posible, sino que se pone en juego para destruir procesos democráticos. El #MeToo aparece en estos espacios de comunicación digital que cada vez son más tóxicos para el activismo feminista. Desde el inicio del #MeToo a 2022, las violencias digitales de género no han hecho más que aumentar.

Como repertorio de protesta en el espacio digital, el #MeToo no es resistencia civil pacífica. Es iracundo y demoledor, no tiene paciencia. No concibe denunciar en tribunales en busca de reparación. No confía en la justicia y a la vez demuestra su inoperancia y la necesidad de transformarla. Tampoco es respetuoso ni hace el esfuerzo de curar heridas a puerta cerrada, sino que arroja el daño a lo público. 

Los hombres expuestos como agresores reciben la marca: un antes y después de ser denunciados, como en el antes y después de toda agresión sexual (de por sí, hechos incomparables). Incluso si la denuncia fuera infundada, la marca puede quedar. 

En muchos casos y en varios países el #MeToo ha funcionado como una lista negra de hombres. #MeToo exhibe por desbordamiento la ineficacia (social, cultural, legal) del acceso a la justicia para las mujeres víctimas de acoso, abuso y violación sexual. Es en sí un repertorio “monstruoso”, no sólo porque desarregla el orden simbólico y su pilar patriarcal, sino por su incivismo. Cuando lo cívico es dejarse abusar, apretar los dientes y callar, el MeToo es un grito de guerra.