Ojalá

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Lxs que se apartan de la muerte bailando

Foto de la marcha del Orgullo en Guadalajara en 2022 © Ricardo Balderas.

Opinión • Ricardo Balderas • 28 de junio, 2024 • Read in English

La madrugada de aquel lunes 13 de noviembre dejó de serlo en un abrir y cerrar de ojos. Ese día éramos sólo dos. Salimos a festejar porque ese mismo día habían dado la noticia de que las personas que postulaban por un cargo de Acción Afirmativa en Morena recibirían sugerencias para los nombramientos. Mi amigo, quien milita en ese partido, no quería estar solo.  

Salíamos de uno de esos bares en el centro de la Ciudad de México (CDMX), donde la comunidad LGBTTTIQ+ nos reunimos para intentar ahogar nuestras vidas y dramas entre canciones de Amanda Miguel y cerveza con sabor a metal. Un lugar principalmente transitado por hombres homosexuales, unas pocas lesbianas y personas transexuales, transgénero o travestis, donde a nadie parece importar con quién comparte el pan y el vino. Un pequeño oasis sin salida de emergencia ubicado en la Zona Rosa donde uno puede pasar desapercibido. Era justo lo que necesitábamos. 

Todavía era ese momento extraño de la madrugada donde cuesta trabajo discernir entre saludar con un “Buenos días” o un “Buenas noches”, pero tan de día como para que eso deje de tener relevancia. Casi terminando la velada y rumbo a nuestros domicilios, mi amigo recibió un mensaje donde le avisaban que las listas para personas aspirantes de Acción Afirmativa ya estaban concluidas. 

Al menos por un pequeño instante, podíamos sentir que algo se había logrado. Minutos después una llamada lo cambió todo. Nos demostró que no podemos (ni debemos) pensar que tenemos la vida resuelta.

Hablaba un amigo cercano que recién había hablado con la madre de le magistrade Ociel Baena. No sabían a ciencia cierta qué había ocurrido pero se notaba, en el tono de la voz que salía del otro lado del teléfono y el rostro de mi amigo, que aquella madrugada cambiaría la idea que mi grupo de amigos y yo habíamos construido acompañándonos. 

Las certezas no existen 

Un par de horas bastaron para confirmar lo terrible. Baena, de 38 años y la primera persona no binaria en ocupar una Magistratura Judicial en América Latina ​como parte del Tribunal Electoral del estado de Aguascalientes, fue encontrado sin vida en el interior de su departamento junto a su pareja Dorian Daniel Nieves Herrera. 

Las especulaciones aparecieron sin tregua, una tras otra, hasta ocupar espacios en todos los noticieros del país. Incluso en aquellos de quienes suelen asegurar ser los portadores de la verdad absoluta replicaban, incansablemente, la versión de un par de ministerios públicos y un video sin elementos que justificaran sus apresuradas atrocidades. 

Así fue que una videocinta, donde Baena no tomó de la mano a su pareja, fue motivo suficiente para confirmar aquella versión de la Fiscalía de Aguascalientes donde se aseguraba, sin más elementos que una navaja, que se trataba de un “crimen pasional”. El resto de la historia ya la saben.

A partir de ese momento, al menos para las personas a quienes frecuento y para mí, la vida es otra. Una donde se nos obliga a entendernos en la defensa perpetua. Tenemos frente a nosotros una realidad donde ocupar curules, dirigir municipios, aparecer en los medios, ya no son garantías de nada. Por ejemplo, la organización Letra S, que contabiliza los crímenes de odio en México, reporta la prevalencia de esta problemática con 66 asesinatos contra personas  LGBTTTIQ+ sólo durante el 2023, la gran mayoría de ellos contra mujeres trans. Es decir, seguimos habitando cuerpos y experiencias que nos exponen al peligro.

El asesinato de Baena me condujo a lugares oscuros, de miedos infantiles que creía resueltos o a mis propias conclusiones sobre la inseguridad por el sesgo de habitar una realidad similar a la de elle. La exposición pública de nuestra identidad, las causas en común, crecer en ciudades donde el clero mantiene grupos odiantes en el poder, o incluso los amigos que tenemos en común fueron factores que influyeron en el miedo. El asesinato de Ociel y el aparato de seguridad que se desplegó en Aguascalientes tras el crimen fueron el motor para buscar activamente espacios donde la necesidad de rediscutir el colectivo, eran temas de primera importancia. 

Y la marcha del orgullo es uno de ellos. Sí, aquel desfile en el que a los políticos, hasta hace un par de años, dejó de darles vergüenza aparecer, participar, incluso autorizar. Porque seamos honestos, es cierto que hay ciudades como Guadalajara que se han visto en la penosa necesidad de cambiar las rutas de la marcha para no molestar la moral de los chismosos (el excardenal, Juan Sandoval) y en muchos de los casos preferimos poner la otra mejilla y aceptar marchar bajo las condiciones de los municipios.

A pesar de los saldos pendientes a la comunidad LGBTTTIQ+, la marcha de CDMX recibió el año pasado a más de 250 mil personas. La peregrinación de quienes decidimos tomar las calles y bailar para espantar a la muerte.

Hablamos del orgullo

En el 2019 conocí a Kenlly Pacheco en mi primera reunión como voluntarie del comité organizador de la marcha por el Orgullo en la Ciudad de México. Él es la persona encargada de organizar la marcha, la cual celebrará su aniversario número 46 el próximo 29 de junio. Joven y muy politizado, me invitó a formar parte del voluntariado que hace posible el libre tránsito durante la marcha. Para él, al igual que para mí, marchar se trata primordialmente de un asunto de supervivencia. 

“Seguimos en una constante sobrevivencia, y no me refiero únicamente a aquellas personas que son expulsadas de casa por asumirse como personas de las disidencias sexo-genéricas”, dijo Pacheco. “También se trata de todas aquellas que vivimos una constante violencia, desde la más imperceptible como lo son los señalamientos al otro lado de la banqueta, burlas y miradas en la calle o en el hogar”. 

Pacheco cuenta sobre su interés por que toda la comunidad nos involucremos en que la marcha continúe y crezca. Para él, tomar la calle resulta más complejo que sólo celebrar que estamos vivos, que nos reímos de la muerte o que somos capaces de existir pese a la diferencia. Es también el espacio donde él y muchos otros celebramos la posibilidad, quizás de utopistas, de un mundo donde las diferencias sean motivo de reunión y colectividad. 

La importancia de continuar tomando las calles el día del orgullo también emerge de las aulas. Sayak Valencia, una mujer diversa, académica especializada en estudios de la violencia y necropolítica, me comentó sobre la relevancia de mantener nuestra “revolución alegre” donde los ideales conservadores no sean capaces de desplazar nuestra existencia. 

“Nosotres hemos hecho de nuestra revolución una revolución alegre. Una revolución que incluye a todes y que no solamente celebra nuestra sexualidad sino que pone de manifiesto que la lucha contra la opresión es importante”, dijo Valencia por teléfono desde su casa en Tijuana. “Este día es para expresar nuestro rechazo a todas las opresiones incluso a aquellas que impulsan un genocidio como el que ocurre en Palestina”.

Para Valencia, quien trabaja en el Colegio de la Frontera Norte (Colef), la marcha del Orgullo es un espacio de resistencia. Una oportunidad para explicarnos desde las diferencias y donde estas nos unen. Un lugar donde podemos expresar nuestros deseos más profundos de paz y revolución. Un orgullo reivindicativo. Un espacio que trasciende a la fiesta, a las empresas y al lavado de conciencia para aquellos que se apropian de la culpa. 

Llegar a casa segurxs

También está la visión de quienes estuvieron en las calles antes de nosotros, la de aquellas personas que vivieron las crisis, las persecuciones y la homofobia institucional. Pregunté al respecto a mi amigo Javier Cuétara, especialista en lenguaje que trabaja en la Universidad Nacional Autónoma de México, y vive junto a su pareja en lo que yo interpreto como una calma envidiable. 

Para él, tomar las calles lo significa todo, la oportunidad de por fin llegar a casa seguro, de su trabajo y su vida. Con aquella esperanza de que la marcha del Orgullo no sea sólo un día del año cuando nuestras vidas importan.

A Kane Martínez la conocí dando show drag en Aguascalientes. Y es quizás, uno de los descubrimientos más bellos de todo “pueblo quieto”, como ella llama a su ciudad, o bien, el estado donde trabajaba Ociel Baena. Valiente, inteligente y quizás la más crítica de todxs respecto a nuestras obligaciones como colectivo. Como ejemplo, ella menciona la urgencia de ceder los espacios a las personas trans en nuestras comunidades, la educación que podemos compartir entre nosotres o el problema de crecer en una ciudad como Aguascalientes siendo una persona queer. 

Martínez insiste en nuestra responsabilidad de gestionar espacios seguros para las infancias en nuestras marchas. Su preocupación por las infancias diversas es, quizás, una de las más honestas que he escuchado: “Últimamente hay muchas infancias y jóvenes que nos acompañan. Y no sé cómo, pero no debemos faltarles al respeto o incomodarlos”, fue lo que me comentó la última vez que hablé con ella hace unos días. “Necesitamos que se sientan en el lugar seguro que todxs buscamos y que nosotrxs no tuvimos”.

Martínez ayuda a todas sus amigas a encontrarse a sí mismas, entre enredaderas de pelucas y tacones, siempre da consejos sobre cómo portar los atuendos más extravagantes con la gracia que sólo se adquiere intentando. 

Recientemente puso una peluquería, también en Aguascalientes, lugar donde pone a prueba todo lo que aprendió de noche, a media luz y con tacones que no siempre fueron de su talla. Para ella, es importante que siga la marcha porque es el momento en que podemos dialogar con las nuevas generaciones. “Ellas tienen que saber que no está mal ser diferente”, me dijo Martínez. “Que siempre estaremos aquí para cuidarnos”. 

El próximo sábado 29 de junio yo sí marcho, porque será la primera marcha nacional sin Ociel, porque aún tenemos más espacios que tomar en la vida pública, porque muy seguramente entre las más de 100 mil personas desaparecidas en México hay gente de nuestra comunidad que no regresó a casa. Marcho por todas esas personas del campo que todavía no tienen un mes (día) del orgullo. 

Los veo tomando Avenida Reforma, protestando por el genocidio Palestino donde también asesinan a la diversidad. Porque si no podemos jotear, no es nuestra revolución.