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La herencia de Pinochet: un régimen extractivista acorazado

Luis Silva, del Partido Republicano, es parte de la derecha negacionista en Chile. Viñeta: @PazConNadie.

Opinión • Fany Lobos Castro • 14 de septiembre 2023 • Read in English

A los 50 años del golpe de estado en Chile, pareciese que la intención está en cerrar ciclos, dar vuelta la página y hacernos pensar que esos momentos han quedado atrás.

Los mensajes en los medios de comunicación y en los eventos conmemorativos fragmentan los relatos que rodean este hito histórico. Las voces oficiales se esmeran por construir discursos memorables que, centrados en aspectos selectivos y evadiendo discutir ciertos elementos, perpetúan la narrativa oficial que evita asumir responsabilidades evidentes.

Pese a ello, sentimos con más fuerza que nunca que las estructuras, leyes y dinámicas de la dictadura—y así lo sienten nuestros territorios— no desaparecieron con Augusto Pinochet.

La clase política oligárquica continúa perpetuando el legado de la represión, como si las metralletas aún resonaran en La Moneda. El vínculo entre el golpe de Estado y las dinámicas neocoloniales de acumulación de capital es una dimensión que no puede pasarse por alto.

Durante los 17 años de dictadura el Estado chileno forjó un marco legislativo para disputar el uso, el control y el acceso a los bienes naturales. Ejemplo de esto son la Constitución política de 1980, el Código de Agua de 1981, la Ley de Transmisión Eléctrica en 1982 y el Código Minero en 1983. De esta manera se fueron ajustando los engranajes para la instalación de grandes corporaciones transnacionales en Chile, convirtiéndose en el primer país latinoamericano en instaurar un modelo neoliberal extractivista que funcionaría como una caja de resonancia para el resto del continente.

Podríamos llenar páginas con las aberraciones que al día de hoy están pasando en este país. La dictadura liderada por Pinochet representó una ruptura política en la historia de Chile, y también una refundación de las estructuras económicas y sociales del país en manos de las familias más ricas. Tales familias no dudan en utilizar su linaje y sus billetes para acaparar todo lo existente y mantenerse como clase poderosa.

Tales familias han ido de la mano, como es de esperar, de las políticas de los gobiernos de turno posteriores a la dictadura, sean estos de derechas o de izquierda progresista. Hoy, en este país “del progreso”, la gente se endeuda para comer.

La dictadura extractivista

Después de 1973, la implementación de políticas e instituciones neoliberales produjo una maquinaria extractivista que le declaró la guerra a la naturaleza. Habito un territorio rural, despojado y precarizado en la precordillera de los Andes, de esos que no suelen importarle a demasiados. Ultimamente la zona centro-sur del país suele aparecer en noticieros, debido a desastres como los incendios masificados que en los veranos arrasan las montañas de bosque nativo y que terminan beneficiando a las grandes empresas forestales.

En invierno, los desastres son producidos por las inundaciones que se dejan caer semana por medio. Quienes pierden sus casas son la población campesina y la que habita en los márgenes de las ciudades, en una región que tiene cuatro grandes embalses de agua para la forestales y las extensas franjas del agronegocio. 

Estos desastres cada vez más frecuentes no son naturales, son consecuencia de la herencia de la dictadura. Por ello debemos reflexionar acerca de lo que entendemos por memoria de los 50 años del golpe.

Sin duda es dolor e impotencia por todas las pérdidas de compañeros y compañeras que llevan medio siglo sin verdad ni justicia, y solo se les recuerda en estas fechas, pero también es rabia ante la ceguera del legado del mercado del capital. 

No son solo los privilegiados en nuestro país o en naciones ricas como en Europa, EE. UU. o China, quienes cosechan las ventajas de que todo se convierta en mercancía. También lo hacen los partidos políticos en Chile, ya sean de derecha o de izquierda, y así perpetúan consciente e intencionadamente el legado de la dictadura.

La focalización selectiva de las conmemoraciones, centrada en ciudadanos destacados, políticos, artistas, sindicalistas o militares, relega al olvido las luchas anónimas de los movimientos barriales, campesinos, rurales y de mujeres. Estos movimientos no sólo desafiaron la dictadura en su tiempo, sino que siguen enfrentando la desigualdad en el Chile actual. 

Resistencias desde los territorios

La omisión de estas voces y luchas silencia una parte esencial de nuestra historia, y también insinúa que el cambio sólo puede originarse desde las élites del poder.

En este contexto, es imperativo evocar las formas de organización que caracterizaron las tomas de terrenos urbanos, donde la comunidad, desprovista de dinero y permisos legales, buscaba un lugar donde vivir en colectividad.

Recordamos las ollas populares, especialmente preparadas por mujeres en tiempos de hambruna, y cómo las pequeñas tierras campesinas se organizaron para alimentar a aquellos etiquetados como "rojos" por exigir reforma agraria. Estas iniciativas autónomas, entre muchas otras, lograron mantener la vida sin depender del estado o del capital.

Lo que queremos resaltar es que en nuestra memoria también reside el conocimiento de la organización comunitaria, de las asambleas de vecinos o de la simple acción de "parar la olla", como se dice en esta región refiriéndose a alimentar al barrio mediante la solidaridad vecinal y el apoyo mutuo.

Es cierto que la llamada estrategia de "shock”, con niveles de violencia y crueldad inimaginables, permitió a las élites implementar agendas impopulares mientras el pueblo estaba desorientado y vulnerable. Esta violencia y el miedo ocasionado fueron taladrando de manera ejemplarizante toda la conciencia colectiva de los movimientos sociales y de la sociedad en general. De esta manera se puede comprender cómo las políticas neoliberales se afianzaron en la era post-golpe en Chile, allanando el camino para la acumulación de capital en manos de unos pocos.

A medida que conmemoramos a las 31,686 víctimas de la dictadura, honramos a aquellos cuyas vidas fueron devastadas por la dictadura. 

Recordamos a quienes sufrieron la tortura, persecución, exilio y también a sus familias y seres queridos: todas aquellas personas que siguen sufriendo más allá de lo que podemos expresar con palabras. Pero la conmemoración no debe quedarse en la nostalgia, sino debe ser un llamado a la acción, a cuestionar las estructuras de poder arraigadas, a reconocer la interconexión entre las dinámicas neocoloniales y las opresiones históricas, y a unir esfuerzos para construir un territorio donde todas las voces de los bordes finalmente sean escuchadas.

En este cincuentenario, es crucial mirar más allá de las presentaciones mediáticas superficiales y abordar los aspectos sistémicos que siguen configurando nuestra realidad actual.

La resistencia y la lucha por crear espacios que permitan la autonomía y soberanía de los pueblos que hoy configuran este país llamado Chile no son de hoy, ni de hace 50 años, sino desde las luchas anti-coloniales de larga data. Son luchas que buscan honrar el pasado, y construir un presente y futuro donde las injusticias sean erradicadas y donde los territorios que han sido silenciados tengan el poder de transformar la narrativa y la realidad misma.