Ojalá

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Hacia un sentido común disidente

Imagen de un video de una mujer protestando en las afueras de la Central Operativa de Investigación Policial en Lima Peru el 22 de enero, 2023 por @bit4c0ra_azul.

Una reflexión desde Ojalá sobre la subversión de lo existente, y el rechazo de ser gobernadas

Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar y Dawn Marie Paley, 1 de marzo, 2023. Read in English.

Si algo hemos aprendido de la sabiduría comunitaria, feminista y popular es la importancia de dar valor a lo que hacemos y de organizar lo más claramente posible la experiencia vivida. 

Vivimos tiempos acelerados y contradictorios donde todo está en disputa. El mundo se nos presenta con frecuencia roto, hostil y ambiguo. Conviene recordar cómo se ha tejido el presente a través de enérgicos esfuerzos de lucha colectiva que, desde distintos flancos, han labrado el espacio y el tiempo que habitamos. 

Nuestro trabajo actual se organiza hilando tres fibras multicolores. 

La primera es el rastro múltiple, a veces dulce y con frecuencia amargo, de tenaces disputas territoriales donde diversas tramas de mujeres y varones sostienen su vida material. 

La segunda es la atención a las capacidades y conocimientos comunitarios y populares que se producen y se expanden en actividades de sostenimiento cotidiano y de lucha desplegada.

La tercera, que conecta y anuda los dos primeros hilos, es la huella de las mujeres, disidencias y feministas en la inmensa contienda por la subversión de lo que existe. 

Hay otra forma de contar esta historia, por supuesto. Desde arriba, donde todo lo que ocurre es producto de la audacia de grandes hombres y de su sagacidad en la conducción y el gobierno. 

Esa no es nuestra historia. Borra y confunde los esfuerzos de abajo y nos empuja al olvido y al silencio. Por eso nosotras, una vez más, estamos acá para contradecir.

Del antagonismo a las urnas

En los noventas, en el norte global se pronosticaba el fin de la historia y se exportaban rígidas versiones de democracia liberal, procedimental y disciplinaria. Los tecnócratas privatizaron lo que había sido público y las campañas de despojo se extendían. 

A la vez, en varios países del sur del continente se empezaron a producir fuertes sacudidas políticas que tomaron distintos caminos.

Desde el levantamiento zapatista hace casi 30 años, los anhelos puestos en juego se diseminaron en estallidos y rebeliones. Colectividades a lo largo y ancho del continente ensayaron caminos múltiples de lucha y construcción autónoma. Tales fuerzas creativas aún perduran, pero también se han estrellado con mecanismos políticos de contención desgastados aunque todavía eficaces. 

Grandes torrentes de energía de lucha fluyeron varios años por diversas regiones del continente haciendo aparecer a los gobiernos progresistas de primera generación en Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay y Ecuador. 

Ellos se invistieron como depositarios de las energías de lucha regionales y locales. Pronto se develaron como refinados mecanismos nacionales de expropiación y desorganización de las mismas fuerzas que les abrieron las puertas de los edificios de gobierno. 

La arrogante insuficiencia de lo que tales gobiernos han hecho es lo que nosotras criticamos. Su modo de asumir la titularidad y conducción de los procesos lo que nos resulta inadmisible. Repudiamos la sujeción simplista a las lógicas despojadoras y extractivistas del capital transnacional.

Guerra contra el pueblo

En los países donde la fuerza de las rebeliones de esta primera oleada no alcanzó a alterar los regímenes de gobierno, se propagó desde el estado una violenta ofensiva de contrainsurgencia ampliada. Esto se ocultó básicamente en la llamada guerra contra las drogas y el crimen organizado. 

Ese paso es muy conocido en Colombia y México. Pero también ocurrió en países donde las guerras de liberación nacional previas no alcanzaron sus fines y concluyeron en amargos pactos como en El Salvador y Guatemala. Honduras, retaguardia siempre, también ha sufrido esta calamidad. 

En esas regiones también ha habido luchas, alzamientos y estallidos. Estos esfuerzos han sido blancos de la contrainsurgencia ampliada, que trata como enemigo a la población mayoritaria, a sus organizaciones y creaciones. Ese modo represivo se ha extendido de la mano de la producción de confusión y de la opacidad de los perpetradores de matanzas y desapariciones. 

Han sido décadas de ataques sistemáticos a las formas de vida comunitarias y populares para vencer sus resistencias y restar sus capacidades, activando formas represivas que reeditan sucesos de la Conquista y la Colonia. 

La contrainsurgencia ampliada ha sido la respuesta desde arriba a la inmensa energía de lucha desplegada por miles y miles de personas, en algunos países de manera explícita y generalizada y en otros, de forma más velada y difusa. 

La comprensión tradicional de la política ha desconocido el terror desplegado en territorios y ciudades. En su lugar, los estados y sus aparatos de in-justicia manejan discursos que criminalizan comunidades, personas en lucha, y víctimas de violencia. Otros discursos refieren a fuego cruzado o equivocaciones, despolitizando así la aparición de fosas clandestinas y los despojos masivos.

En medio de la estrategia contrainsurgente se habla de estabilidad macroeconómica y de defensa de la soberanía, mientras hacen guerra contra el pueblo. Contra esto, son las mujeres quienes volvieron a levantar la voz y a poner el cuerpo.

Las mujeres de pie

En levantamientos emblemáticos durante la última década, sea en Cherán, México; en el Isiboro-Sécure (TIPNIS), Bolivia; o en otro largo acervo de experiencias, las mujeres han sido las primeras en defender los territorios. Se lanzaron en defensa de la vida y de los bienes comunes expropiados por el llamado crimen organizado o bajo amenaza en rentables y progresistas proyectos de desarrollo. 

Nombraron las cosas de otro modo y alentaron renovadas acciones de resistencia.
Casi en simultáneo y con fuerza, desde 2016 en Argentina, Uruguay y Chile, las mujeres y personas trans y no binaries empezaron a tomar las calles y plazas. 

Desbordaron en los espacios públicos las agendas del feminismo oficial anquilosado y estéril. Su lucha repudia las violencias que se imponen a nuestros cuerpos, se alza en defensa de la vida, por el derecho de decidir si maternar o no. Son luchas que exigen y producen justicia. 

Se abrieron tiempos de actividad frenética y creativa para muchísimas mujeres, sobre todo las jóvenes, que se autorizaron a sí mismas a romper el silencio que encadena los cuerpos. Sus energías, debates y ensayos de prácticas de sostenimiento de la vida cotidiana más allá de las familias nucleares han sacudido cimientos hondos de la estructura  social explotadora y patriarcal. 

Más cerca en el tiempo, durante las intensas olas de movilizaciones y levantamientos en Chile (2019-2020), Ecuador (2019) y Colombia (2021), así como en la región serrana del Perú ahora mismo, se hace claramente visible la fuerza de las mujeres, de las generaciones jóvenes y de las tramas que sostienen la vida comunitaria y popular. 

Hay en sus prácticas colectivas una sabiduría que engendra una politicidad que no cabe en el marco liberal de la política en las repúblicas de criollos tan respetado por varones viejos, blancos y propietarios. 

Las luchas hoy están cada vez más asediadas. Pero la organización feminista y comunitario popular sigue abriendo horizontes e innovando nuevas formas de resistir el despojo. 

Es justo en este cruce que fijamos la brújula de Ojalá.