Ensanchar el piso común de nuestras luchas
Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar • 17 de marzo 2023 • Read in English
Una vez más, el 8 de marzo de 2023, las calles y plazas de muchas ciudades de América Latina fueron ocupadas por miles y miles de mujeres y disidencias en lucha hartas y deseantes.
Ciudad de México, pero también Cochabamba, Valparaíso, La Ceiba o Paysandú; Buenos Aires, pero también Toluca, Sucre, Cali o Guayaquil; San Salvador y también San Juan, Santa Cruz, La Plata y más…
Contando desde 2017, este es el séptimo año que ocurre una movilización gigantesca, ruidosa y heterogénea, continental y simultánea el 8 de marzo. O la sexta ocasión descontando el difícil 2021 pandémico y todavía parcialmente confinado.
Sismo, marea, huracán potente y radical que cimbra añejas estructuras de sujeción y control.
Para describir lo que pasa durante los 8M se apela a todo tipo de metáforas telúricas. Eso es lo que se siente en las entrañas y en la piel al estremecerse con otras en las calles: algo hondo desplazándose, algo enérgico subvirtiendo la normalidad agobiante de este capitalismo patriarcal y colonial.
“Tú te cansas de oírlo, nosotras de vivirlo”
El rasgo más visible de estos días de marzo es el masivo repudio a las violencias cotidianas que empañan la vida, conjugándose con una extendida capilaridad en la movilización. En muchísimos lugares se siente el ánimo de acuerpamiento y juntanza e inmensa disposición compartida a ocupar y alterar el espacio público.
Estatuas intervenidas a granel, monumentos cuya sacralidad se desafía y que son reapropiados mediante pintas y señales de diversas clases. Vidrieras rotas, muñecos y símbolos quemados son prácticas insolentes de entusiasta desobediencia. Proclamas que se leen de manera coral, abrazos caracol, oraciones laicas que se repiten invocando la fuerza colectiva que a todas nutre y regenera.
Así, el rechazo a todas las violencias patriarcales y machistas se abre paso de muchas maneras, creativas y lúdicas, desparramándose por barrios, escuelas, plazas y mercados.
Entre muchísimas nos “escuchamos decir”, como insiste Gladys Tzul Tzul, expresando palabras distintas y similares que descubren parentescos y abren también diferencias y distancias.
Hemos relanzado en este marzo, una vez más, la capacidad de activación de miles y miles de colectivas y grupos de mujeres y disidencias a cuál más heterogéneas y distintas, que en días previos se reunieron, se divirtieron, se prepararon y se lanzaron a las calles a nutrir el 8, ese río desbordante y morado de rabia, crítica y gozo.
A lo largo de estos años se ha afianzado ya un piso común de lucha que es simultáneamente grito y práctica: rechazar en conjunto la cadena concatenada de violencias patriarcales y machistas que van de la esfera privada a la pública y vice-versa.
Es un esfuerzo inmenso por marcar un límite con el cual distinguir lo admisible y lo inadmisible. Se desplazan históricas placas tectónicas de resignación y silencio y se conmociona la vida cotidiana.
Tal piso común se reconoce y se repite miles de veces en distintos tonos y empleando acentos variados. En cada ocasión expresa de manera singular lo que más irrita y agrede a cada quien.
Durante el 8M y en sus preparativos se coproduce colectiva y prácticamente, y se refuerza en la calle, un sentido de inclusión con medida propia que se reconoce a través de la inmensa fuerza que constituimos: los feminismos están en pie de lucha para contradecir, para frenar agravios, para subvertir y trastocar un orden de cosas que ya no es admisible.
Por eso esta inmensa acción conjunta ocurre sin un centro organizador, aun si cada despliegue local es altamente organizado. No hay ningún código de pertenencia rígido que alguna pueda monopolizar para delimitar quién es o no es parte del movimiento.
Se es parte porque se está dispuesta a movilizarse junto a las demás. Hay producción práctica de enlace y creación de vínculos y resonancias: ser parte de ese flujo de lucha es animarse a estar en él para nutrirse y alimentarlo.
Reaparece el mecanismo de la asamblea como sitio por excelencia para producir sintonía y enlace, no para disputarse alguna titularidad o para monopolizar la voz. Se ensayan vínculos que nutren y sanan los cuerpos cansados y agredidos.
“Me cuidan mis amigas, no la policía”
La inmensa energía que genera el encuentro masivo de toda clase de cuerpos que vibran en las calles alcanza a desordenar también los cercos y cuadrículas que algunas y algunxs, interesadamente, organizan durante los meses más sosegados, menos movilizados durante el resto del año.
La fuerza del 8M empuja hacia los márgenes a quienes quieren reducir la lucha contra todas las violencias, apelando a versiones descafeinadas de la “violencia de género” y proponiendo “soluciones” que pasan por protocolos, “perspectivas” y cursillos institucionales, cuando no hacen sugerencias de intervención policial.
Coloca en su sitio, igualmente, a quienes creen posible diluir la densa violencia patriarcal que circula en miles de hogares a través de leyes contra la “violencia doméstica”.
Muchas conocemos la insuficiencia de leyes y reglamentos y confiamos mucho más en la capacidad conjunta de autoprotegernos y producir justicia. En los días de marzo se cultivan y se exhiben, aceleradamente, tales capacidades.
No desconocemos que hay alguna importancia en hacer variar determinadas leyes introduciendo cambios que sean útiles, así sea parcialmente. Pero tampoco creemos que tal cosa sea el asunto central y mucho menos que convenga poner ahí toda la energía.
Somos muchas quienes insistimos en el impulso a otras formas de cultivo y cuidado de nuestras fuerzas. Marzo conjuga el ánimo de cada quien con el ímpetu de todas las demás. Entonces el dolor se vuelve lucha y nos desplazamos del lugar de víctimas quietas, produciendo en conjunto el revitalizante lugar de guerreras tenaces en un mundo difícil.
Los ríos morados de consignas y canciones también desbordan y reacomodan algunas de las más graves fracturas que atraviesan al movimiento: el transodio y el no reconocimiento del trabajo sexual.
En el 8M no se disuelven las discrepancias aunque sí se exhibe la esterilidad de contraponerse en posturas binarias de anulación recíproca. Es sobre todo la presencia alegre de las más jóvenes, que aparecen por miles, lo que descompone los escenarios de oposición excluyente, reorganizando el flujo de energías en lucha.
Las más chicas empujan para que nos reconozcamos unas en otras, incluso si al mismo tiempo nos esforzamos por distinguirnos en la belicosa presencia que constituimos en la calle ocupada.
Ese es otro mérito de la cita anual de marzo: generamos un inmenso efecto pedagógico de manera común. Ocupando el espacio público, permitimos que circulen la rabia y los deseos, sabiendo que podemos estar juntas. Todas aprendemos mucho a través de lo vivido en la movilización del 8M.
¿Qué se abre ahora, después del 8M?
Se siente la urgencia de ensanchar el piso común ya alcanzado en todos estos años de renovadas y masivas movilizaciones y luchas feministas. Los ataques a nuestras vidas y capacidades son cada vez más duros.
Requerimos encauzar con mayor claridad y contundencia el rechazo masivo al conjunto de violencias patriarcales y machistas que de por sí nos reúnen cada año en las jornadas de marzo. La autodefensa feminista, la práctica de la ternura radical y ejercitarnos en disolver los hilos de odio y desconocimiento que también atraviesan nuestras creaciones, son tareas apremiantes.
Urge asimismo complejizar nuestra comprensión de lo que se pone en juego cuando expresamos que defendemos la vida y que ponemos su sostenimiento en el centro de nuestras luchas.
¿Qué formas políticas y que clase de articulaciones requerimos cuando los trabajos que logramos conseguir son cada vez más precarios y las condiciones para sostener la vida se endurecen?
Si nuestra lucha contra todas las violencias patriarcales y machistas es también una lucha por producir justicia, ¿cómo ensanchamos el piso común de lo que requerimos?
¿Cómo vamos a incluir en nuestras discusiones, además de lo que ya traemos entre manos, la lucha contra las injusticias de los trabajos degradados y mal pagados, de la brutal subida del costo de los alimentos, de la energía y del agua?
¿Cómo hemos de repudiar, también, la enredada madeja creciente de dificultades cotidianas que al final recaen sobre nuestras espaldas, absorbiendo nuestro tiempo y energías vitales?
Todas estas son preguntas que nos han dejado estos años de lucha. Vale la pena debatir en torno a los caminos que andaremos en los años que vienen. Vale la pena hacerlo ahora, nutridas con la vital energía que, entre muchísimas, hemos co-producido en los múltiples 8M que han sacudido nuestras tierras.