El retorno del Yasuní
Opinión • Lisset Coba y Cristina Vega • 31 de agosto, 2023 • Read in English
El asesinato del candidato a la presidencia de la república, Fernando Villavicencio, así como del alcalde de Manta, entre otros crímenes a políticos, atentados y asesinatos en lugares públicos y a plena luz del día, ocurrieron días antes de las elecciones del 20 de agosto en Ecuador. Estas acciones nos sitúan ante un escenario en el que se profundiza el protagonismo de la economía criminal, su influencia sobre las instituciones del Estado y la política infundiendo temor en el conjunto de la sociedad.
Se trata de la última pieza de un complejo rompecabezas con numerosas aristas, que indica no sólo el crecimiento del crimen organizado en América Latina, sino una transformación en el modo de gobernar la región que viene fraguándose desde hace años.
Colombia y México son punta de lanza; hoy vemos cómo Ecuador se incorpora e incluso se pone a la cabeza. El avance neoliberal a mano armada que se refleja en el narcotráfico, el blanqueo de capitales y el sicariato, además de numerosas víctimas, deja una particular penetración en la vida institucional de nuestros países, en la economía, que hace tiempo dejó de responder a las dicotomías formal/informal, legal/ilegal, en la democracia y en las relaciones sociales.
Además de una lógica patriarcal y racista, basada en el sacrificio de territorios y cuerpos, la espiral de terror que traen las masacres carcelarias, las extorsiones y ahora los asesinatos políticos, ha generando desorientación, sospecha y temor, suscitando interrogantes que sólo encuentran medias respuestas, respuestas basadas en pericias policiales de dudosa neutralidad, respuestas que tan sólo apuntan a los sectores más bajos y visibles del entramado de negocios, crímenes y corrupción.
La erosión de las organizaciones sociales, alentada por los últimos gobiernos no hace sino profundizar la parálisis al momento de demandar y desenredar responsabilidades institucionales, impedir la violencia y tramar vínculos que ofrezcan sostenimiento y, ahora más que nunca, sentido.
Cuatro claves para entender las elecciones generales
En este contexto, en el que abundan las apelaciones autoritarias y militaristas, se celebraron las elecciones del 20 de agosto, cuyo resultado abre una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados: la poco ilusionante Luisa Gónzalez, heredera del correísmo (33 porciento) cuyo discurso pivota en torno al “ya lo hicimos y lo volveremos a hacer”. Para sorpresa de muchos, también avanzó el joven empresario Daniel Noboa, hijo de la mayor fortuna exportadora de banano del país (24 porciento), un miembro más del empresariado que salta al ruedo político con un programa neoliberal.
Mucho podemos decir sobre los candidatos que se confrontarán el 15 de octubre, pero nos gustaría llamar la atención sobre cuatro hechos significativos.
El primero es el incremento de la participación respecto a elecciones pasadas, que para muchas personas tenía que ver con “vencer el miedo”. En Ecuador votar es una obligación, pero también ha resultado en un impulso difuso a no dejarse vencer por el terror producido por la ola de violencia que culmina en el asesinato de Villavicencio, por las coordenadas de captura democrática que suscita y por el repliegue y el sentimiento de vulnerabilidad generalizado. Más que una “fiesta democrática”, el acudir a votar puede verse como una muestra de resistencia.
El segundo es la derrota de la “estrategia Bukele”, encarnada por Jan Topic, y con ella de la delegación de poder sin restricciones a las fuerzas armadas, para muchos causantes de la escalada de violencia que regresa sobre los cuerpos vulnerables.
A pesar de la inflación de discursos securitarios en los medios y en las propuestas, y del racismo que comportan, muchas personas intuyen que la vía armada desde arriba y su penetración hacia abajo no es la solución sino que acentúa el problema. Esto habla, sin duda, de un anhelo en contra de la guerra, de la polarización, del autoritarismo y de la verticalidad patriarcal y racista. Los lenguajes y las acciones de mano dura no encuentran una acogida mayoritaria en Ecuador y esto tiene explicaciones históricas que aquí no podemos desarrollar.
En estas coordenadas, los problemas sociales vinculados al trabajo, a la precariedad vital, a la ausencia de servicios públicos, al endeudamiento, a la educación y la salud, a la situación del campo, al abandono de infraestructuras… problemas todos ellos que suscitaron las revueltas de 2019 y 2022, vuelven a hacerse sentido común abriendo la posibilidad de reinterpretar las cuestiones de seguridad.
El tercero sí tiene que ver con los candidatos, los vencedores y los vencidos, entre ellos el candidato Yaku Pérez, que apenas logró el 3.94% a pesar de los buenos resultados que alcanzó en 2021, hecho que revela los quiebres entre movimiento y representación política.
En Luísa González aparece la desautorización de su voz, que se extiende a su partido, Movimiento Revolución Ciudadana, siempre fiel al comando del amo. Si la candidata no convence de forma rotunda es, al menos en parte, porque no ha logrado dibujar un horizonte de democracia interna, de autonomía respecto al padre-Correa, de afirmación antipatriarcal, y, por ende, de propuestas novedosas acordes a la actual crisis. Un problema que viene arrastrando el progresismo de la Revolución Ciudadana y que cada vez juega más en su contra; esto a pesar de alcanzar una amplia representación en la Asamblea y en los gobiernos locales.
Esto le valió a González un considerable y sin duda machista vapuleo en el debate electoral televisado, donde todos se lanzaron contra el progresismo, encarnado en esta ocasión en un cuerpo femenino, por cierto profundamente conservador y contra los derechos reproductivos.
Curiosamente, el único que no escenificó la estrategia de polarización (correísmo vs. anti-correísmo) y linchamiento fue el empresario que llegó a la segunda vuelta y que de seguro, como hiciera Lasso, aglutinará los distintos sectores político-empresariales de la derecha perdedora.
Noboa hijo buscó independizarse del padre bananero, trató de aproximarse a los problemas económicos y sociales del común, alejándose de la consigna securitista, refirió la no rentabilidad de explotar el Yasuní. Tal y como dicta su posición en el esquema de poder y su propio programa, Noboa replicará las políticas privatizadoras impulsadas por el banquero afín, además de otras de corte conservador, encarnadas por la figura de la vicepresidenta, identificada con la derecha autoritaria de la región.
Los anhelos del “sí”
Finalmente, el “sí” al Yasuní (60 por ciento) y el “sí” al Chocó (68 por ciento). La consulta es el resultado de más de una década de activismo en el caso del Yasuní, emblema de un sinnúmero de conflictos anti-extractivos en Ecuador pero también a nivel mundial, y una importante victoria para Yasunidos, la CONAIE y el Frente Antiminero.
Las movilizaciones y las firmas pacientemente recolectadas se tradujeron, diez años de lucha después, en una pregunta crucial cargada de argumentos y sentimientos a lo largo de la campaña, especialmente en su fase final. En este mismo año, el Tribunal Constitucional dictaminó que la convocatoria de referéndum era válida. Fue el retorno del Yasuní y su legado.
El respaldo en las urnas a la no explotación del bloque 43, a la propuesta original de mantener el petróleo bajo tierra, a defender los derechos de la naturaleza, al espíritu ecologista de la constitución de 2008 abandonado por el progresismo desarrollista, en un contexto marcado por la crisis climática y ambiental a escala global, es una esperanza de futuro y, sin duda, un modo de canalizar de manera afirmativa la vulnerabilidad que produce la violencia extrema que atraviesa Ecuador.
Es un modo de no pensar en la inmediatez (“pan para hoy y hambre para mañana”), aunque sepamos que para muchos en la Amazonía, como demostró la votación a favor de la explotación en algunas provincias, el pan de hoy importa y mucho. Y, a pesar de todo, una de las verdades que podemos leer en los resultados es que el extractivismo, la desposesión y el desplazamiento que genera, está en el corazón del ascenso de la economía criminal, del lumpen proletariado empobrecido y racializado que la alimenta y de la violencia sobre los cuerpos feminizados que atenaza a muchos territorios.
Por eso, en ese “sí”, un amplio “sí” al sostenimiento de la vida, se pone en marcha una fuerza contra la totalización de la narcoeconomía y sus extensos y aniquiladores tentáculos políticos. El “sí” impugna la lógica neoliberal de guerra, el sacrificio clasista y racista que comporta, la insubordinación de las mujeres y las familias populares a brindar más hijos al narcocapitalismo y reactiva la capacidad de articular diversidades, para no soltar como pueblo y seguir definiendo el futuro que anhelamos.