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De Chile a Palestina

Una mujer lleva en su ropa una foto de la poeta palestina Heba Abu Nada, asesinada en octubre de este año por los bombardeos desde Tel Aviv, mientras se realiza una manifestación a favor del pueblo palestino en Santiago, Chile, el 24 de Noviembre de 2023. Foto: Sofía Yanjarí.

Opinión • Yasna Mussa • 29 de noviembre, 2023 • Read in English

He tardado en escribir. No sólo los últimos 50 días desde que comenzó esta invasión. Han pasado 16 años desde la primera vez que fui a Palestina. Otros nueve desde la segunda vez que intenté cruzar la frontera, pero el ejército israelí me impidió la entrada y luego el Ministerio del Interior me deportó, prohibiéndome volver a pisar territorio palestino.

Escribo estas líneas mientras se realiza el tercer intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos. Me pregunto cuántos palestinos vale un israelí. En quién decide las palabras y definiciones para saber en qué caso es un secuestro, en cuál un arresto, cuándo un asesinato o sólo una muerte.

Pienso en estos detalles desde la tranquilidad que me permite estar en Santiago de Chile, a 13 mil kilómetros de distancia de una tierra que fui descubriendo con los años: primero por los relatos de mi padre, después a través de los libros, y documentales, y finalmente viajando hasta el otro lado de mi mundo para ver, oler, tocar y conocer por mí misma Palestina.

Hoy escribo tratando de entender esta nueva masacre y las imágenes se viralizan y llegan al instante por Instagram, por Twitter, por grupos de WhatsApp.

Desde este lado del Pacífico, en Chile, los miembros de la comunidad palestina más grande fuera del Mundo Árabe —con unas 500 mil personas— están intentando hacer algo. Salen a las calles, convocan a marchas, participan en debates y conferencias; llevan velas y banderas al frontis de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sede de la ONU, gritan “Palestina libre” en las calles de Valparaíso, Arica o Santiago hasta perder la voz.

Los jugadores del Club Deportivo Palestino, un equipo de fútbol profesional fundado en 1920, salen a la cancha llevando una kuffiya al cuello y una cinta negra atada en sus brazos, y realizan un minuto de silencio por las víctimas en Gaza antes de comenzar un nuevo partido.

Un grupo de personas se reúne en la Plaza de la Constitución para manifestar su apoyo hacia Palestina en Santiago, Chile, el 14 de octubre de 2023. Foto: Sofía Yanjarí.

El retorno

Desde este rincón de Sudamérica asistimos a una deshumanización constante y en streaming. Pasan los días y no paramos de contar muertos; por más que repitamos que no son sólo números, terminamos hablando de cifras, apoyándonos en datos duros para demostrar que es grave y urgente detener este genocidio.

Mientras el tiempo pasa lento y buscamos tener noticias de algún amigo en Gaza, de un familiar que aún vive en la West Bank, hay quienes ya no pueden permanecer quietos.

Un grupo de jóvenes artistas ha decidido crear un colectivo, cuando apenas habían pasado unos días desde que Israel anunciara su última invasión, el 7 de octubre pasado.

Lo bautizan como Al Auda (العودة), que en árabe significa el retorno. Apenas se asoman a la treintena y se mueven entre las artes visuales, la arquitectura, la música. No soportan seguir inmóviles ante lo que ven, así que llaman a sus contactos, piden ayuda y deciden armar una jornada cultural por Palestina.

Sesiones del retorno fue su primer acto público y presentación en sociedad en el estacionamiento de la Factoría Franklin, un punto de encuentro para las artes y oficios. Fue el sábado 11 de noviembre y ese día, dividen las 12 horas que dura el concierto en tres bloques a los que llaman con nombres de ciudades palestinas: Nablus, Jericó y Gaza. La gente colabora con dinero a través de entradas o donaciones directas. Logran reunir alrededor de seis millones de pesos chilenos, casi 6,800 USD, para ser enviados a Gaza a través de Medical Aid for Palestinians (MAP), una ONG que aboga por el derecho a la salud de las y los palestinos.

En un café de Santiago, Mila Belén, fotógrafa, y Marian Gidi, artista visual y también fotógrafa, cuentan cómo Palestina se convirtió en parte de su paisaje. Ambas viajaron con el programa Know Thy Heritage para conocer sus raíces palestinas y acercarse a la cultura. Belén lo hizo en 2014, mientras que Gidi en 2017. Las dos coinciden en que sus vidas se dividen en un antes y un después de esa experiencia.

Las fundadoras de Al Auda se consideran outsiders de la comunidad palestina en Chile. No crecieron en un ambiente tradicional palestino ni fueron al colegio árabe. Tampoco crecieron yendo los fines de semana al estadio palestino, un exclusivo club social ubicado en un sector acomodado de la capital chilena. Su lazo estaba más bien con la herencia gastronómica, con esa conexión que de manera silenciosa se traspasa de generación en generación sin más preámbulo que ofrecer un plato donde también se contienen la historia, el cariño, las tradiciones en una receta.

Lo de ellas fue, como para mí, una elección. Fue curiosidad, empatía y la consecuencia natural de su interés en la defensa de los derechos humanos. De ver tantas causas sostenidas en un solo lugar como un espejo del desarraigo árabe y lo vivido también en Latinoamérica. Una historia atravesada por el colonialismo que tan bien conocen los pueblos indígenas de este continente, de territorios como el Wallmapu, donde pertenece el pueblo mapuche, en el sur de Chile.

“Creo que si no hubiera tenido origen palestino también defendería la causa palestina”, comenta Belén. Su intuición se refleja en el trabajo de la autora chilena-palestina Lina Meruane.

“Lo palestino ha sido siempre para mí un rumor de fondo, un relato al que se acude para salvar de la extinción un origen compartido”, escribe Meruane en su libro Volverse Palestina. “No sería un regreso mío. Sería un regreso prestado, un volver en el lugar de otro”.

En esas líneas me identifico y veo que hay un proceso que se repite y se amplifica. Tercera y cuarta generación de chilenas de origen palestino que toman por prestado el retorno y confirman lo que ya sospechaban: que la situación es peor de lo que se imagina.

Pero también está el otro lado, el de la alegría pese a todo. De ese entusiasmo que encuentran en las calles palestinas, en el sentido del humor con el que se identifican, en esa voluntad de ser felices pese a vivir con lo justo y sin justicia en campos de refugiados que crecen y desaparecen, una y otra vez.

El viaje de Mila Belén a Palestina fue una inmersión que la hizo definirse como activista. Desde ese lugar, hoy intenta hacer algo concreto para ayudar a los palestinos de Gaza que llevan casi dos meses bajo bombardeos.

“A pesar de la información que uno tiene, no deja de ser chocante la realidad. Creo que es necesario verlo ya que te queda todo claro”, dice Gidi en entrevista. “Yo sentí que era como aterrizar el conocimiento previo que tenía sobre el tema”.

Las dos fotógrafas, que han tejido una amistad a partir de un dolor y un orgullo común, proyectan continuar con su colectivo más allá de la desgracia fundacional: saben que cuando la tregua termine, la invasión continuará. Que antes del 7 de octubre Palestina aparecía rara vez en la televisión, pero la ocupación permanecía intacta desde hace 75 años.

Afiche digital para las Sesiones de Retorno en Santiago de Chile. Imagen: Cortesía.

Palestina Irreversible

Es jueves por la tarde y en el café Rincón Árabe, un pequeño local con aroma a café árabe y especias, me espera Andrea Giadach, actriz, dramaturga y directora de teatro, a quien conocí hace más de 15 años cuando asistí como público a la función de su obra Mi mundo patria.

Es un día caluroso y algo temprano para la cena, pero la mesera va y viene de la cocina a la terraza cargando platos calientes que huelen a recuerdos felices. Giadach está acompañada por Ana Harcha, también actriz y académica, con quien codirige Palestina irreversible, Palestina in-existente, una muestra en la que comparte reflexiones e impresiones de su viaje a Palestina en octubre del año pasado.

Harcha describe su interés por la tierra de sus bisabuelos como un camino que le fue haciendo sentido con los años. Tuvo como hito principal su viaje a los Territorios Palestinos Ocupados hace justo un año. Harcha también se vio reflejada en las páginas de Meruane.

“Sentía que entendía lo que ella proponía. De una palestinidad no sanguínea, sino que un Volverse Palestina en defensa de la vida”, dice Harcha frente a un plato de rellenitos árabes.

Por su parte, Giadach no recuerda cuándo despertó su interés por Palestina. Para ella es algo que siempre estuvo allí, que su padre sembró y que ella supo cultivar a lo largo de la vida. Luego lo llevó al teatro: Mi mundo patria —una obra que aborda historias de exilio, entre ellas la de un palestino— la convirtió en directora. 

Hoy Harcha y Giadach conectaron por el teatro y también por Palestina. A principios de año comenzaron a trabajar en la muestra Palestina irreversible, Palestina in-existente, en donde se proyectan imágenes del muro de apartheid exhibiendo su dimensión real, con fotografías y textos de Harcha.

“Tiene que ver con las dimensiones, con el traer la geografía, la realidad de allá, mediante el registro fotográfico y el cuerpo de Ana acá presente”, dice Giadach. “Creo que Palestina es un paradigma de la relación entre hegemonía y la otredad”.

El 14 de noviembre pasado fue la última vez que se proyectó la conferencia-pieza-paisaje codirigida por Harcha y Giadach en el Teatro Nacional Chileno, en el centro de Santiago. Aunque la fecha estaba programada desde hacía meses, coicidió con los bombardeos en Gaza.

El público sintió la conexión entre el relato del que era testigo y las escenas de guerra que llegaban puntuales a los noticieros y a sus teléfonos celulares.

Se trata, como lo define su autora, “de indagar la posibilidad de la memoria y la pertenencia a los territorios, las identidades, los géneros, como un ejercicio de pensamiento, de creación, de ficción, de imaginación, que no está resuelto y que incluso se puede desarrollar en contrapunto o contradicción”.

Un grupo de personas se reúne frente al Palacio de La Moneda para manifestar su apoyo hacia el pueblo palestino, en Santiago, Chile, el 14 de octubre de 2023. Foto: Sofía Yanjarí.

Reivindicar la alegría

Caminaba perdida por una calle de Ramallah, en West Bank. No llevaba ningún mapa y en ese diciembre de 2007 aún no tenía Google Maps en el celular. Me detuve con la cámara y comencé a sacar fotos en una calle llena de locales comerciales, con niños jugando y montando bicicleta. Cuando se dieron cuenta que los retrataba abrieron aún más sus ojos y comenzaron a gritar “sahafiye, sahafiye” (صحفية), mientras corrían emocionados hacía mí. Era la primera vez que alguien me llamaba periodista y lo hacían en árabe.

Los niños, acostumbrados al lente intruso de corresponsales extranjeros que visitan o cubren en los Territorios Palestinos Ocupados, se entretenían pidiendo fotos y viendo los resultados en la pantalla de la cámara. Posaban, bromeaban y gritaban felices.

En estos días un video similar aparece en el feed de mi Instagram. Entre medio de imágenes que dan cuenta de la pornografía de la muerte y la miseria humana, de cuerpos calcinados, ennegrecidos por el polvo y las explosiones, un registro lleno de vida se cuela en esa red social: una periodista tomaba fotos a niños y niñas que reían y olvidaban por unos minutos que estaban rodeados de muerte, dolor y escombros de lo que hasta hace pocas semanas fueron sus casas.

Una de las características más brutales de la deshumanización está en reducir al otro a algo —que no es persona, que carece de lo humano— que no tiene los mismos derechos ni una diversidad de emociones más allá del dolor. 

Entre toda la narrativa de la ocupación está también el hecho de reducir a los palestinos a solo unas cuantas dimensiones de todas las que en realidad poseen: llanto, sufrimiento, resistencia, pérdida, desesperación. Se ha borrado su defensa a la vida, su sentido del humor, los colores de su infancia. Se intenta callar a ese coro de niños que ríe y juega en medio del espanto, el hambre y la indiferencia de la comunidad internacional, como si no fuese suficiente alegría saberse vivos, completos.

Marian Gidi, Mila Belén, Ana Harcha y Andrea Giadach se multiplican en esta tierra que no sólo está lejos en kilómetros, sino también en idioma, religión y costumbres, pero que recibió a los primeros palestinos a fines del siglo XIX, según consta en los registros de la época.

Y desde acá forjan un compromiso, lo que les permite el privilegio o el azar de haber nacido en condiciones seguras, de haber tenido la posibilidad de ser niñas, de disfrutar la juventud e imaginar lo que vendrá. Desde acá se intenta reivindicar también los recuerdos alegres y seguir hablando sobre Palestina.