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La fuerza feminista crece en Argentina, contra viento y marea

8 de marzo, 2024, en Buenos Aires. Foto: Susi Maresca.

Reportaje • Valen Iricibar • 15 de marzo, 2024 • Read in English

Apenas pasaron las cuatro de la tarde en Buenos Aires, la hora de convocatoria, y sobre la Avenida Callao, a varias cuadras antes de llegar al Congreso, ya se ven los pañuelos y remeras verdes y violetas, colores abanderados del feminismo argentino: símbolos del derecho a decidir y la lucha contra la violencia de género. 

Como dice el documento oficial que se leerá en unas horas en la plaza, el 8 de marzo es el Día Internacional de las Trabajadoras. Este año, el contexto argentino es otro. 

“¡Hoy es mi día y no me lo vas a cagar!” grita Ayelén Hernández de Armas, una advertencia dirigida a su pareja para que la deje juntar latas en paz este ocho de marzo. 

“Ser mujer en Argentina hoy en día es triste. Es muy triste", dice mientras el caudal de manifestantes corre a su alrededor. “Es muy sometida, muy maltratada. Y con el cambio de gobierno está todo horrible: antes no tenía que juntar latitas, pedía en un banco pero hoy en día la gente ya no puede ayudar, ya no dan una ayuda. Antes cuando ibas a restoranes te daban la comida que quedaba pero ahora la llevan a su casa".

Según el colectivo Ni Una Menos, acudieron 400 mil personas al 8M en la Ciudad de Buenos Aires y un millón en todo el país: mujeres cis, lesbianas, bisexuales, travestis, trans, no binaries e intersex. La marcha anual arrancó con un verdurazo, donde la Asociación Mujeres de la Tierra regalaron tres mil kilos de verdura, y tuvo como consigna en su documento oficial: “Estamos acá contra el hambre y el ajuste”. Por su parte, el Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica de Buenos Aires proyectó un 60 por ciento de pobreza para marzo en su último informe hace unas semanas.

Mujeres reparten verduras y hortalizas al inicio de la marcha del 8M en Buenos Aires. Foto: Susi Maresca.

El texto consensuado entre las organizaciones convocantes refleja un panorama de retrocesos y ajustes: un terreno decididamente más hostil desde la llegada del gobierno del presidente Javier Milei. 

“La libertad es nuestra y no de los mercados ni de los gobiernos", dice el documento feminista. Luego de una campaña fuerte contra el movimiento feminista argentino, el Presidente lo designó oficialmente como enemigo en su discurso en el Foro Económico de Davos en enero. Ni bien asumió, relegó al Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad a una subsecretaría dentro del nuevo Ministerio de Capital Humano. Desde entonces la ola de recortes en las políticas públicas de género incluyó el desguace de la línea 144 (que brinda ayuda telefónica a víctimas de violencia de género, hoy con menor alcance) y la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en la administración pública, entre otros.

“Esto se siente muy distinto que otros años. Si bien en otros años tampoco estábamos bien, no nos engañemos, este ninguneo que tenemos permanente todos los días del gobierno nacional está terrible", dice Gloria Bisio, una jubilada que protesta con la agrupación Jubiladxs Insurgentes: un grupo etario sobre el cual el ajuste ha recaído de forma particularmente brutal. “Me siento que me trata como si yo fuera un residuo, me entendés, me quiere denigrar y yo no se lo puedo permitir".

El mismo 8 de marzo en su conferencia de prensa diaria, el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que a las mujeres que acudieran a la marcha se les descontaría el día y que el Salón de Mujeres en la Casa Rosada pasaría a ser el Salón de los Próceres. 

Por orden de la hermana del presidente, Karina Milei, retratos de mujeres como María Remedios del Valle (capitana afrodescendiente reconocida como la “Madre de la Patria”) y Diana Sacayán (activista y referente travesti asesinada en el 2015), fueron tapadas por referentes históricos argentinos. Todos hombres.

Otra diferencia que distingue este 8M en Buenos Aires: la presencia de oficiales de la Policía Federal. 

Están para implementar el protocolo de seguridad del nuevo gobierno, diseñado para impedir cualquier tipo de obstrucción al tráfico. Al comienzo oficiales trazaban una línea oscura que bordea la plaza de Congreso y luego erigieron vallas, un hecho casi sin precedentes en marchas feministas, cortando ellos mismos la Avenida Rivadavia por completo.

Una multitud de manifestantes en las masivas protestas del 8 de marzo en Buenos Aires, Argentina. Foto: Susi Maresca.

“Ya no me llama la atención que estén, lo esperaba y esperaba peor, pero es completamente distinto a otras marchas", cuenta Alicia Rueco, trabajadora social uruguaya que vive en Argentina hace 40 años y coautora del blog AfroDecires. “En otras marchas estábamos más relajadas, más tranquilas, era una fiesta. Ahora es una lucha, pero una lucha fuerte".

“La Argentina es ejemplo de derechos humanos, del movimiento de mujeres, somos ejemplos, ¿no?” recalca Rueco. “Y bueno, vamos a hacer ejemplo de lucha también. Vamos a hacer ejemplo de lucha y de que vamos a resistir todo esto".

Una consigna repetida en los carteles era una promesa que homenajeaba la “marea verde” que luchó por el aborto legal, también presente en el comunicado feminista: “Fuimos marea, ahora seremos tsunami”. 

A la paleta habitual de colores feministas se agregaron el rojo, negro, blanco y otro tono de verde de la bandera palestina, con una solidaridad protagónica que no se vio en ediciones anteriores. También desfilan muchas banderas arcoíris, trans, no binarias y estandartes coloridos de múltiples organizaciones LGBTQIA+ y TTNB+, según la distinción que se hace en Argentina.

“Siento que militás todo el tiempo en las calles, más allá de que no sea una marcha. Porque ser mujer o disidente, bueno, trans no binarie o travesti es como una sensación de vértigo. No quiero que perdamos lo poco que tenemos”, dice Mic Di Lorenzo, une manifestante autoconvocade cuyo cartel está decorado con la bandera trans y en marcador negro escribió “Feminismo trans inclusivo o nada”. 

Confiesa que tiene más miedo de salir a la calle desde que asumió el nuevo gobierno. “Toda la gente que me quiere me dice ‘cuidate’ y te da ganas de no salir a veces, pero sentí que había que estar en la calle y había que poner el cuerpo si se puede y si se quiere", dice Di Lorenzo.

Anochece y empieza de a poco la desconcentración, las avenidas Callao y Rivadavia colmadas por manifestantes. 

Una niña en cuyas alas de mariposa se leía: "Nos sembraron miedo. Nos crecieron alas.". Foto: Susi Maresca.

Una nena con anteojos y trenzado francés se acerca a los oficiales cortando esa intersección de forma diagonal. Frena a unos metros, titubeando: gira a mirar para un lado hacia las mujeres que la acompañan y para el otro, a los uniformes negros que de repente empiezan a acercarse para intimidarla. Su balanceo dudoso mueve las alas violetas de mariposa de cartón que lleva en la espalda con las palabras “Nos sembraron miedo, nos crecieron alas". 

Aparecen nuevos oficiales, cierran huecos y avanzan de forma coordinada: las mujeres la envalentonan y cantan “Tiene miedo, la casta tiene miedo", revirtiendo el eslogan propagandístico que usa Milei. 

Manifestantes se acoplan atrás suyo, sacan fotos. La mariposa mueve las piernas, sujeta la cámara rosa que tiene alrededor del cuello pero se mantiene firme. Mira desafiante unos minutos más a los oficiales, al Congreso iluminado detrás, hasta que vuelve al abrazo grupal y la reemplaza una adolescente que se pone de espaldas, tapándose la cara con un cartel antifascista, una botella de cerveza entre sus zapatillas negras.

Hacia las nueve de la noche, las vallas imponentes siguen su corte total de tráfico sobre la Avenida Rivadavia. Gracias a la falta de autos, un embalse de manifestantes continúa su baile, iluminado por relámpagos.